Expresión Libre

lunes, 11 de abril de 2016

Adiós madre de madres / Alba Magariño Saynes






De morir, ¿cuántos años cumples, madre de madres? Son siete, los he contado bien, como he contado cada dos años, el ciclo de todos nuestros muertos. En tus siete años se acaba el eco lastimero venido de hace siglos. Hemos arrastrado siglos de muertes sin descanso desde aquél 2001, cuando comenzó a llenarse de flores marchitas la sala de tu casa. Quizás exagero, a mí me parece que nací muriendo, que nací a los nueve años cargando la mano de mi madre, ungida de lágrimas. Yo no sé ponerte las palabras que pudiste haberme dicho, poner aquí: "recuerdo que decías" seguido de algún enunciado certero, grandilocuente y bonachón que muchas veces lograste decir. Perdona tanta obnubilación en mi memoria, mis primos mayores seguro lo harían mejor que yo que crecí sabiendo que todos íbamos a morir inevitablemente, abuela.

Creo que tú sufriste, más que todos, esas muertes. Tú, la hermana, la sobrina, la madre, la esposa. Cuando ya sólo eras esposa, alguien vino a nombrarte viuda y tu cuerpo no tuvo más remedio que rendirse, todos los muertos te cayeron encima y llamaste al abuelo para que te sacara de ese entierro. Confieso ante estos ojos que he servido a la muerte, cuando estabas como dormida en tu cama de hospital y todos te hablaban de la vida, yo te animaba a morir en paz, a soltar las manos que te querían; que ya me encargaría yo de animarlos, te susurraba al oído. "Suelta, abuela, vamos a estar bien". Perdóname también por eso, no supe tomar sus manos cuando, por fin, te decidiste a soltar.
Yo recuerdo bien cómo era todo. No era mi tía ni mi abuelo los que me anunciaban las muertes, era tu enorme llanto, tu aullido de mujer grande en las madrugadas silentes. Algo se extendía en la oscuridad, algo que me parecía ser el dolor de todo el mundo reunido en tu garganta y embestía mis oídos y yo sabía al instante: "la tía Mesha",
  "el tío Israel", "mamá", "el abuelo", todos en casa habían muerto y comenzaba a llover.

Por eso, cuando tú moriste, no supe bien si estabas muerta o aquello que se extendía en la mortaja era un simulacro, a pesar de que mi padre me dio la oportunidad de nombrarte como el único muerto que pude despedir antes de dar, ustedes y nosotros, el último suspiro. "Adiós abuela" te dije mientras la puerta de tu cuarto de hospital se cerraba frente a mí y tu cuerpo me despedía entre estertores y sonidos de máquinas queriendo encontrarte viva. "Adiós" me decía tu pulso.

Tú siempre fuiste franca, no te andabas con pelos en la boca y decías todo lo que tenías y no tenías que decir. Injuriaste a mi padre muchas veces frente a mí, me diste la vergüenza de mi cuerpo una noche en que descubría mis erizados pezones de niña púber, no faltaron tus mentadas de madre cuando los nietos hacíamos destrozos en cada rincón de tu casa; muchas veces, revolver en mano, gritabas al viento la llegada de los años. Todos te conocían señora en toda la extensión de la palabra: Na Margarita, ese era tu nombre.

Asimismo fue franco tu eterno amor de matriarca, todos los nietos y los bisnietos que te alcanzaron fuimos arrullados en tus grandes brazos, olorosos a plátano macho, a maíz, a bisa dxima, a chiles rellenos rebosantes de grasa que nadie mejor que tú sabía cocinar en el pueblo. Aprendí a cantar de tu voz, abuela, cocinabas cantando, parías cantando, incluso tus llantos eran canto de fortísimas lágrimas, timbre de tristezas.
 
"Adiós" me decía tu cuerpo, que también fue franco al cerrarse tu ataúd y ocupó la tierra tu lugar. Pero no te creas esta falsa tristeza, abuela.
Tú que nos vez mientras vuelas con mamá, con el abuelo, con todos los tíos, sabes que poco a poco nos vamos curando del espanto de sus muertes. Hace mucho que no me limo las uñas con la áspera piel de mi pecho. Todos tus hijos nos hemos venido llenado de luces, tanta agua nos limpia este siglo de penas. Lo ves ahora, nos hemos vuelto consoladores, hemos creado de nosotros un abrazo eterno que hace que esta nostalgia de ustedes sea más luz que sombra, porque vemos en nuestros ojos todo su amor extendido eternamente.
 
Ya sé, abuela, que todavía faltan tres meses para que todos cumplamos tu ciclo, el ciclo de todos, pero como sabes, no estoy en la tierra donde fueron enterrados nuestros ombligos, no estaré para esa fecha vestida de luto esperanza, de enagua y huipil blanquinegros, ondeando la paz que nos viene de frente, como viento inevitable; no seré yo quien cargue un florero tuyo, como he venido haciendo cada dos años, no cerraré nuestro ciclo con el sahumerio recibiéndome a la entrada de la casa, no pondré las últimas flores que habrán de marchitarse en la casa, no apagaré el último cirio de siete años. Por eso este ramo de flores, esta luz prendida para ti, este adiós bañado de aires nuevos, abuela, madre de madres.

Amanece ya de este lado del mundo, en lugar de tu llanto, un pájaro canta con sonoridad de recién nacido. Es tiempo de soltarnos, cruza el río, vamos a despedirnos todos, a dejarnos en paz, de este lado de la orilla les digo adiós. Adiós abuela, adiós abuelo, adiós tíos bondadosos, adiós madre misericordiosa, adiós, adiós, adiós. Entierren también ustedes este cuerpo que los despide y déjenme limpia para poder recibir a los muertos que se aproximan, para cerrar en paz todos los ciclos que vienen y vienen y vienen, hasta que se acabe el mundo cuando cierre mis ojos…Yo dije…

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