Expresión Libre

miércoles, 11 de mayo de 2016

Mis ojos te llaman inocencia / Cynthia Patricia Rodríguez Romero

 

Ayer fue una noche muy larga. Después de meditar, mi mente entró en descanso y empecé a soñar. Sentí cuando mi alma viajaba y pasaba sobre una bella zona montañosa.
 
El aire golpeaba fuertemente mis mejillas, la Luna me abría e indicaba camino y la luz de la noche me llevó hasta ahí.
El tiempo transcurrió rápidamente, pero...casi para amanecer llegué a un hermoso lugar cubierto de pinos, nubes y neblina.
 
A lo lejos se escuchaba el sonido imponente del tren, a un costado de un pequeño y tradicional museo. Lentamente comencé a caminar por una larga avenida llena de comercios y pintorescas artesanías, dulces típicos y comida, hasta que sentí que con algo tropecé. Cuando bajé la mirada, tenía entre mis pies a una tierna y alegre criatura; era un alma pequeña de alrededor de dos años, pero de mirada profunda. Sus rasgos Tarahumaras me cautivaron; tenía ojitos rasgados, pielecita morena, quemada y raspada por el fuerte frío y grandioso Sol, cabello engrifado y sus pequeñas manos resecas.
 
Poco la escuché hablar, pero su lenguaje corporal me lo decía todo. Su esencia me reveló secretos de los que la vida ya me había hablado; la felicidad en las pequeñas cosas, humildad y necesidad. Para esa pequeña que no tenía más que su modesta y ligera ropa, no existía mayor placer que disfrutar de su primer bocado del día. Yo no podía dejar de observarla, hasta que se dio cuenta y sin dejar de comer me vio y sonrió repetidas veces.
 
Era tan maravilloso ver su felicidad, su resplandor sin preocupación y su brillo en aquél mundo de carencia en medio de la nada. Mientras sus hermanos vendían llaveros, flores hechas a mano y diferentes artículos de su cultura, ella hacía travesuras.
No sé por qué el destino me la presentó, pero quizá fue para enseñarme el valor del amor hacía los demás; Sí, ese que se debe apreciar en cada instante de la vida.
Al ver la inocencia de su ser, comprobé que en cada rincón de este mundo habita un espíritu de paz, esperanza y bondad.
Su mirada me hizo comprobar que los ángeles del cielo existen en verdad y que lo único que piden es protección y cuidado.
 
Al ver su alrededor me aterró pensar en el destino de esa diminuta criatura que juega por la calle a unos metros de su madre y numerosa familia. Pensé lo difícil que sería para ella sobrevivir en un mundo inhumano. Cientos de ideas pasaron por mi mente, pero al final uno solo se hizo presente: “La bendición celestial”.
Recordé que nadie mora por el mundo solo, sin encontrase antes con Dios, sin importar la creencia o nombre que le des.
Después de tanto pensar, estuvieron a punto de abrirse mis ojos, pero una fuerza interna me permitió a encargarle a la vida, con cierta tristeza y melancolía, el futuro de esa niña.
 
No sé si algún día, el destino me permita volverla a ver, pero si de algo estoy segura es de que con fe, todo estará bien. Seguramente las banquetas de Creel, Chihuahua, la resguardaran hasta que se logre convertir en toda una guerrera Raramuri.
Después de ver su imagen por última vez, mis pupilas vieron de nuevo la luz. El viaje había terminado.
 
Cuando desperté, estaba en aquel cuarto de hotel, en el norte del país.
 
Nada fue un sueño, simplemente una escena de mi vida se reveló ante mis ojos, era la proyección de un recuerdo de un día anterior.
 
Ahora que estoy despierta, te puedo decir, que lo que sentimos por los demás, nos regala la dicha de volar y pensar en que la verdadera riqueza está dentro de nuestro corazón y en lo que a diario damos a los demás.
No pude ver el rostro del alma caritativa que ayudó a la supervivencia de esa niña, pero su obra fue tan grande como para quedarse grabada por siempre en una delicada y significativa imagen.

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