Expresión Libre

sábado, 5 de noviembre de 2016

El poeta de ojos tiernos


Cynthia Patricia Rodríguez Romero

Un alma llena de bondad, inteligencia y sabiduría.
Fiel y disciplinado en su doctrina.
Todas las mañanas, cuando empezaban a verse los
primeros rayos del Sol, a la hora que las mujeres salían a
comprar leche fresca, pan recién horneado y tortillas
calientitas, lo veían pasar puntual y apresurado,
apoyándose de su bastón, para recibir la primera
comunión de cada día.
Sus ojos eran espejos de amor,
su voz de ternura y su canto era poesía
para todos los oídos que a lo lejos lo escuchaban.
Su sonrisa era una de sus tantas cualudades.
Buscaba siempre la manera de transmitir la palabra
a todo aquel que estuviera a su alcance.
Leía diariamente en voz alta,
hablaba poco, pero sus palabras
eran portadoras de fe, paz y admiración.
Consagraba sus noches sabatinas
para contemplar a su amo,
siguiendo firmemente
su ritual de crecimiento espiritual.
Los niños, adultos y jovencitos buscaban su compañía,
ansiaban escuchar sus palabras, su interpretación y
transmisión de amor.
Las venas de sus delicadas manos, reflejaban el duro
trabajo de tantos años y sus pasos interpretaban el
esfuerzo de su largo caminar.
Cuando tenía oportunidad, doblaba sus rodillas para
sentar en cada una a los pequeñitos;los enseñaba a rezar,
les hablaba del sagrario y de Jesús, el rey de los judíos.
Su actitud lo convertía en un poeta, sus años en sabio y
su entrega hacia los demás en un alma purificada.
Pablito, un noble e inocente monaguillo, una mañana lo
escuchó llorar frente al altar...
Se acercó silenciosamente a consolarlo, lo abrazó y besó.
El poeta de ojos tiernos, como muchos lo llamaban, tocó
las mejillas de aquél niñito y secándose las lágrimas sonrió.
_¿Por qué llorabas? Preguntó Pablito.
_De felicidad, inmediatamente respondió.
_Frunciendo su frentecita, volvió a preguntar...
¿Se puede llorar de alegría?
_Por supuesto, y más cuando Dios se hace presente en una oración.
Después de aquella pequeña charla, el poeta tomó la mano
de Pablito y juntos empezaron a rezar.
El tiempo transcurrió, hasta que las campanas
comenzaron a sonar de menor a mayor intensidad.
Cuando Pablito abrió los ojos, el poeta a lo lejos
comulgaba. La ceremonia estaba terminando.
Cuando Pablito se levantó, sintió que algo se cayó...
Era un hermoso corazón de cristal. Al abrirlo descubrió
unas bellas palabras grabadas; “Hoy te regalo mi corazón
para que te acompañe a donde quiera que vayas,
tu misión será elegir el mejor lugar”.
Luego de unos días, Pablito reaccionó preocupado,
porque dejó de ver, como todos los días a su viejo y
querido amigo, y por más que lo buscaba, nadie sabía nada.
Los días siguieron avanzando, hasta que un domingo por
la mañana, una carroza blanca,
elegante y blindada entró al lugar de oración.
Un cántico celestial amenizaba el encuentro que nadie esperaba.
El poeta de ojos tiernos, estaba junto a Dios, como todos los días
por la mañana, pero ahora de manera espiritual.
Pablito no lo podía creer, lloraba de manera incontrolada...
Hasta que una profunda paz invadió su corazón.
Bajó lentamente su mano y tocó su corazón de cristal.
Leyó nuevamente aquellas palabras y comenzó a cantar.
Cuando estuvo frente al ataúd de su amigo,
tocó a través del cristal el rostro del hombre del que aprendió tanto,
y a su costado le dejó una flor con otro recado:
“Te ha tocado irte, mi querido amigo,
pero siempre te recordaré y llevaré dentro de mi ser, a ti...
Mi maestro, mi poeta de ojos tiernos”.

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