"Su Majestad", Michael Jordan
Naciste un 17 de febrero de 1963 en Brooklyn, Estados
Unidos, los padres decidieron llamar a ese hijo Michael Jeffrey Jordan. Tu
infancia dio inició como la fantasía de cualquiera, seguir los pasos de tu
padre jugador de béisbol. Un balón redondo, un color característico naranja te
fue dado como nuevo libro con profecía, acarrear a los corderos perdidos
consistía en pasar ese balón por un aro sostenido a tres metros de altura, el
basquetbol fue tu nueva religión. Tu talento nato fue descubierto. Caminaste
por esa senda, el plan era conseguir una beca para tus estudios universitarios.
El destino tocó a tu puerta, los hombres no pueden escapar a aquello que los
llama a través del infinito, los caminos son un misterio, somos una pluma que
flota por cada brisa, tu pluma pasó por ese círculo clavado en un tablero.
Cerraste los ojos y los místicos sueños de Odín te fueron otorgados.
Para ser parte de un equipo tuviste que soportar por
un año la mirada y rechazo de mortales que fueron considerados lo bastante
profanos para no notar tu increíble poder dentro de la duela. El destierro
suprimió tu alma, la hizo sollozar y arrumbarse en un abismo de nostalgia; pudo
ser tu fin, apenas eras un muchacho. Nada fue más grande que tu fe en ti, diste
ese salto. Navegaste hasta el fin del mundo, no había caída en el, nada más que
tu magnificencia y la vastedad de ese océano te adoptó para instruirte. Al
siguiente año tu lucha incansable con ejercicios hasta el desfallecimiento
físico y espiritual dio el fruto esperado, no fue amargo, la miel sació a las
bocas que te consideraron inferior y subdesarrollado.
Aceptaste ir a Carolina del Norte, tu universidad. Un
juego profesional, con los héroes que el pueblo toma como los generadores de
proezas inimaginables, fue tu nueva convicción. Tu nuevo equipo de basquetbol
curioseaba con la posibilidad de distinguirte como la futura estrella del
deporte. No fue erróneo. Como colegial optaron por tus servicios y pericia,
para ser junto a cuatro jugadores más y un rígido mentor llamado Bobby Knight
participar en la justa deportiva de mayor relieve a nivel mundial, Los Juegos
Olímpicos de Los Ángeles en Estados Unidos en 1984, la supremacía y jerarquía
de esa agrupación con cinco picos en la lanza, tú eras la principal. Fueron
condecorados como en la Grecia antigua, una corona de laureles yacía sobre tu
cabeza, eras coronado y una medalla de oro puro te sostenía como semidiós. El
himno Nacional de tu país sonó en cada rincón del domo donde se auspició esa
batalla. Salías del anonimato. En ese mismo año cambiaste de piel, de rumbo, un
nuevo reto te fue expuesto. Tu primer escudo fue colgado en las vigas del
estadio de tu preparatoria, señal de tu legado.
Un toro hambriento de triunfos y de un nuevo líder
adquirió tu astucia y picardía. Formaste un Estado, la paz fue pan vital en él,
tú eras el patriarca, condujiste a tus seguidores por una travesía de seis
estocadas. Seis anillos en tu mano descansan. Seis veces los Bulls de Chicago
fueron campeones cuando tú sin arrogancia o enemistad los guiaste por el
triunfo que solo los tocados pueden acariciar y reclamar como suyo.
Las leyes primarias de la naturaleza eran fracturadas
cuando sobre ti estaba tu uniforme de batalla. Isaac Newton y su teoría sobre
la gravedad se convertía en una mentira. Te sostenías en el aire, levitabas,
los segundos se congelaban, el tiempo era manejado a tu gusto. Al balón le
proporcionabas nueva dirección y tus enemigos dentro de la duela quedaron
atónitos, ningún humano podía elevarse y tocar el cielo. La realidad misma del
cosmos se distorsionaba hasta un surrealismo cuando entretenías a las masas con
tus jugadas de ilusionismo; formabas parte de esa congregación de hechiceros.
En 1994 nació una idea, un equipo del sueño formado
por lo mejor de lo mejor de la National Basquetball Asociation (NBA) para
competir en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Declarabas a los medios de
comunicación que no brindarías tu genio esta vez. Un semidiós se arrodillaba
frente las cámaras, ¿su declaración? exigir que sin Su Majestad esa medalla de
oro no obtendría ese sabor dulce. "Magic" Johnson se postraba.
Los infantes te acaparaban como su modelo de vida, un
padre fuera de la familia que condescendía esperanza, sin importar su origen
racial. Muchos pensaron que las pieles oscuras serían tus discípulos, todos
andaban como hermanos bajo tu presencia. Muchas discriminaciones fueron
finalizadas, ya eras un héroe. No te fue suficiente. Complacías a los niños.
Eras el arma clave para "El Juego del Siglo". Los dibujos animados
solicitaban tu ayuda para acabar con la tiranía de unos monstruos. Las pistolas
o armas de destrucción masiva no fueron necesarias, un balón te fue suficiente.
Los Looney Tune´s con Bugs Bunny y el pato Lucas creaban el mejor "Dream
Team" y el personaje principal fuiste tú, Michael Jordan.
La enfermedad nunca te fue un impedimento. Tu cuerpo
con el calor del infierno te advertía de un delirio. Un reposo era lo más
sensato para proteger al mejor jugador. Te fue indiferente. Treinta puntos
fueron encestados, eras algo fuera de serie. Un jugador del equipo los Celtic
pronunció unas pequeñas palabras que pasarían a la posteridad después de una
ronda de los play off´s, "He visto a Dios disfrazado de Michael
Jordan". Con sesenta y tres puntos dabas a conocer que no eras de este
planeta, constelación o universo.
Dos retiros pusieron en melancolía a todo Estados
Unidos. Como el robot que fue considerado como jinete del apocalipsis en una de
las sagas más espectaculares en la historia del cine, Terminator y su frase
"I will back" escrita como eslogan para divulgar tu regreso. Y en ese
primer retorno te coronabas nuevamente.
Toda época de oro debe tener un referente, un glorioso
ídolo. Un humano capaz de llevar sobre sus hombros el peso de una historia, el
jugador más valioso. Tu salto característico quedó esculpido en una estatúa.
"Él mejor que hay, él mejor que hubo y él mejor que habrá", esa frase
acompaña tu escultura que se estableció como un Coloso en un centro ceremonial
griego, tus fieles pueden ir a apreciarla y dejar una ofrenda, sus mentes que
guardarán y contaran a las futuras generaciones tus hazañas que van más allá de
la objetividad misma con la que la realidad fue forjada. Otros derramaran
talento, sudor y esfuerzo en la misma cancha donde tu clase dio la doctrina que
un hombre también puede elevarse cual pájaro y el mensaje de lo irrealizable no
es ficción, ni un límite, es la exigüidad misma del infinito. Su Majestad,
Michael Jordan reinará sin importar el valiente que se atreva a retarlo.
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