Tengo muchas cicatrices en el cuerpo y una
en especial me recuerda el por qué no se debe
beber cuando se va al bosque. Tendría algo así
como 19 años, y frecuentaba con mis amigos
el bosque de la primavera, uno de mis lugares
favoritos sino es que el favorito. Partimos un
día de verano para meternos a las aguas
termales. Salimos de Colón e Isla raza, en uno
de los camiones foráneos que se van por la
Venta del astillero. Una vez en el pueblo,
caminamos una cuadra hasta la tienda y la
rosticería, compramos nuestros víveres y una
botella de tequila si es que a eso se le puede
llamar tequila. En el camino que es siempre
un buen trecho, nos dimos valor con unos
tragos ya empezaba a oscurecer y cantábamos
al ritmo de Iron Maden, una vez en el camino
tuve la brillante idea de llevar un tronco
grande, para buscar en el bosque leña y lo
cargamos un buen trecho turnándonos el
pesado tronco. Cuando llevábamos una media
hora de trayecto, uno de mis amigos llamado
el Piedra se paró de pronto y dijo - tirándose
al suelo y pegando el oído en la tierra –
escucho agua, es por allá. Todos reímos pues
no hay otra manera de llegar al río más que
esa brecha. Pero el Piedra tenía razón ya se
escuchaba el agua y por fin llegamos. Lo
primero que hicimos fue comer y preparar
bebidas espirituosas. Acto seguido nos
metimos al río con las bermudas compradas
en alguna remota vacación de Semana Santa.
en especial me recuerda el por qué no se debe
beber cuando se va al bosque. Tendría algo así
como 19 años, y frecuentaba con mis amigos
el bosque de la primavera, uno de mis lugares
favoritos sino es que el favorito. Partimos un
día de verano para meternos a las aguas
termales. Salimos de Colón e Isla raza, en uno
de los camiones foráneos que se van por la
Venta del astillero. Una vez en el pueblo,
caminamos una cuadra hasta la tienda y la
rosticería, compramos nuestros víveres y una
botella de tequila si es que a eso se le puede
llamar tequila. En el camino que es siempre
un buen trecho, nos dimos valor con unos
tragos ya empezaba a oscurecer y cantábamos
al ritmo de Iron Maden, una vez en el camino
tuve la brillante idea de llevar un tronco
grande, para buscar en el bosque leña y lo
cargamos un buen trecho turnándonos el
pesado tronco. Cuando llevábamos una media
hora de trayecto, uno de mis amigos llamado
el Piedra se paró de pronto y dijo - tirándose
al suelo y pegando el oído en la tierra –
escucho agua, es por allá. Todos reímos pues
no hay otra manera de llegar al río más que
esa brecha. Pero el Piedra tenía razón ya se
escuchaba el agua y por fin llegamos. Lo
primero que hicimos fue comer y preparar
bebidas espirituosas. Acto seguido nos
metimos al río con las bermudas compradas
en alguna remota vacación de Semana Santa.
Duramos mucho tiempo en el agua en dos
sentidos, y en el sentido alcohólico ya
estábamos un poco ahogados, y como los
borrachos que éramos pensamos en explorar,
caminamos mucho y buscando algo que nos
sorprendiera, pero nada se presentó,
decidimos regresar y la idea no pudo ser más
descabellada, al Cholito, se le ocurrió regresar
subiendo un pequeño cerro para cortar
camino, y todos lo seguimos, el camino
escogido no era más amable al que nos trajo,
pero en cuanto llegamos a la parte que
teníamos que bajar, la cosa se complicó, la
bajada era cada vez más empinada. Libramos
varias bajaditas sin problema, pero al llegar a
la parte más vertical, supimos dos cosas una
que no podíamos regresar y dos que no
sabíamos qué se ocultaba abajo. Lo pensamos
mucho hasta que por fin bajó el Cholito casi
desbarrancándose; luego el Amezola que se
sostuvo con una rama y evitó la desgracia,
luego La Choncha y El Payaso, el último fui
yo, pero no corrí con tanta suerte, al bajar me
resbalé y empecé apegarme con las ramas y
las piedras hasta que llegué al río, casi les
caigo en cima a unos niños que jugaban con
las piedras, el agua detuvo mi viaje al suelo.
Lo único que oí antes de caer en el agua, fue
los gritos de mis amigos que entre burlas y
susto gritaban – no mames se dio en la madre
El Palencia. Y entre los bañistas y mis amigos
lograron sacarme del agua y llevarme a la
orilla. El regreso fue en una ambulancia, me
llevaron a la Cruz verde más cercana, donde
me atendieron de una contusión y varios
hematomas, en todo el cuerpo, cuando volví a
ver a mis amigos en la escuela me contaron
cómo se vio la caída y la carrilla no se hizo
esperar, de ese viaje me quedaron muchas
cicatrices pero una en particular me recuerda
lo cerca que estuve de quedar tuerto y es que
en la caída una piedra me abrió la ceja según
los paramédicos un poco más y me quedo sin
ojo.
sentidos, y en el sentido alcohólico ya
estábamos un poco ahogados, y como los
borrachos que éramos pensamos en explorar,
caminamos mucho y buscando algo que nos
sorprendiera, pero nada se presentó,
decidimos regresar y la idea no pudo ser más
descabellada, al Cholito, se le ocurrió regresar
subiendo un pequeño cerro para cortar
camino, y todos lo seguimos, el camino
escogido no era más amable al que nos trajo,
pero en cuanto llegamos a la parte que
teníamos que bajar, la cosa se complicó, la
bajada era cada vez más empinada. Libramos
varias bajaditas sin problema, pero al llegar a
la parte más vertical, supimos dos cosas una
que no podíamos regresar y dos que no
sabíamos qué se ocultaba abajo. Lo pensamos
mucho hasta que por fin bajó el Cholito casi
desbarrancándose; luego el Amezola que se
sostuvo con una rama y evitó la desgracia,
luego La Choncha y El Payaso, el último fui
yo, pero no corrí con tanta suerte, al bajar me
resbalé y empecé apegarme con las ramas y
las piedras hasta que llegué al río, casi les
caigo en cima a unos niños que jugaban con
las piedras, el agua detuvo mi viaje al suelo.
Lo único que oí antes de caer en el agua, fue
los gritos de mis amigos que entre burlas y
susto gritaban – no mames se dio en la madre
El Palencia. Y entre los bañistas y mis amigos
lograron sacarme del agua y llevarme a la
orilla. El regreso fue en una ambulancia, me
llevaron a la Cruz verde más cercana, donde
me atendieron de una contusión y varios
hematomas, en todo el cuerpo, cuando volví a
ver a mis amigos en la escuela me contaron
cómo se vio la caída y la carrilla no se hizo
esperar, de ese viaje me quedaron muchas
cicatrices pero una en particular me recuerda
lo cerca que estuve de quedar tuerto y es que
en la caída una piedra me abrió la ceja según
los paramédicos un poco más y me quedo sin
ojo.
Ahora tengo un poco de más respeto al
bosque pues no es necesario que te pierdas y
te salga un oso para que termines en una
ambulancia, basta con un tequila de dudosa
procedencia y malas decisiones para terminar
con una cicatriz en la ceja, digo, si se tiene
suerte como yo.
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