Enardece
errante cenicero, toma cuanto vicio te corrompa la cordura. Con ojos de
universo contempla el libro maligno de la eternidad, fenecerás soldado de arena
y hueso pulverizado. Piel calcárea, piel vívida y cuerpo maldito calcinado por
la iracunda combustión espontánea de silencios lacerantes. Hombre del polvo,
hombre de nada, de pertenencia anhelada y nunca alcanzada, vives una guerra
interna con el cuerpo y la almohada, se atan los espejos húmedos en la cara de
la luna, y lo tórrido se vuelve horrido sin
desahogo. Desempolvar la cara es desdibujar la sonrisa que le das a la
inocuidad de no moverte, el letargo se cierne sobre la fantasía y fabrica su
propio punto de quiebre. Revientas y quieres besar la nada como agradecimiento
a no caer desmayado, inventas amasijos de carne les pones nombre y fecha como
si concebir se te diera, despiertas e imaginas lo desierta que es la carne, la
podredumbre por debajo de una tierra que es de nadie y quisieras nutrirla con
torrentes invocados por danzantes suplicantes que han frenado su última gota de
sangre para que libremente la voluntad de otro, divague. Salvarte, mejor
menospreciarte, personaje de arcilla en un mundo de hostilidades, un mundo de
fantasía que se burla de los mortales, sus pupilas dilatadas por magníficas
obras de arte, sus parientes encadenados por seres pensantes. Creaturas
inconclusas, creaturas ignorantes se clavan libros cómo estacas al cuerpo,
rompiendo su ilusión de mortalidad con razonamiento. Encadenado a placer,
descrito nunca experimentado, su tactilidad en la cabeza, arañando el tejado
sus manos en el fuego imaginando lo prohibido. Incapaz de tocar su propio
cuerpo a juzgar por el desdén que siente su piel, ennegrecidas o pigmentada,
manchada o condimentada piel muerta disuelta en el aire es vida de cuerpo
reflejo. Mirando de lejos un guiñapo que envejece con los años, quisieras ser
sonrisa perpetua o una lágrima que toma vuelo fuera de estas cuatro paredes de
arrepentimiento que conservan la piel con un semblante perfecto mientras
extraña lo que es necesario y ve ajenas sus entrañas. Cuerpo lamento que seas
sólo para mí, imaginar más no puedo, la intimidad no es lo mío, y tú pronto ya
no estarás aquí.
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