Expresión Libre
martes, 11 de febrero de 2014
ELLA ES VEHEMENCIA
Vocaur
Ella es vehemencia
simultanea a los escarabajos,
al un puñado de hormigas,
al paso de la corriente eléctrica
por cables de alta tensión...
tocando su pelo,
besando sus ojos,
enredando su pensamiento,
convulsionando en su cabeza
como una bola de raíces nitrogenadas
escapando de vez
en veza cada golpe de la conciencia.
Su ausencia le toca...
su ímpetu manantial desbordando la acequia
caricia suya,
mendiga suya,
realidad suya,
inmovilidad suya,
con la boca palpitante
en espera de un beso.
No pretendes nada
incansable camaleón,
pusilánime extravío.
Apasionada mariposa
volando en torno mío.
Mariposa mía,
vehemencia mía,
corazón mío. .
Encuentro literario del tercer tipo
Tonatihu González
"Pronto llega un primer mensaje (…)
furioso porque se han equivocado
y le han puesto sándwiches de jamón"
Julio Cortázar.
Describir la situación tan singular que viví la noche anterior me provoca una sensación dudosa, entre el desconcierto y el gozo, una extraña catástrofe intelectual que raya en la ficción y el enfático poder realístico de las evidencias que tengo conmigo. No sé cómo actuar ante este vórtice que revuelve cada sentido e idea, y me hace dudar de todo lo que he creído normal.
Era alrededor de las dos de la madrugada, mientras yo terminaba de acomodar archivos restantes de una investigación que ya me había tomado un tiempo de 3 meses, una investigación cotidiana, práctica, por mero requisito aprobatorio. Mi cansancio me doblegaba un poco, y decidí posponer mi tarea noctambula para otro día más prometedor. Cuando efectuaba los últimos detalles que me facilitarían la labor de la mañana siguiente, escuché un extraño crujir en el marco de la ventana que esta sobre la cabecera de mi cama. Era un peculiar sonido, como el de un pequeño martillo dando golpes de otro lado, se asemejaba aquel que caracteriza a los trabajadores de cantera, el cincel y martillo arduamente trabajando sobre la roca, pero en este caso la madera. Sin mucho apuro, adjudique el ruido al golpeteo de una rama en el marco exterior. Agotado, ignoré el ruido y me deslicé bajo las cómodas sábanas y me entregué al deleite del sueño. Al parecer el viento había menguado, el ruido había desaparecido. Un poco acalorado abrí la ventana para que el frescor del aire me adormeciera. 5
Probablemente pasaron dos horas cuando extraños ruidos provocaron que me despertara. Aturdido y un poco extrañado, escuche a la distancia, pero dentro de mí habitación, como susurraban algunas palabras que no entendía, y al mismo tiempo, sonidos provenientes de diferentes ubicaciones de mi cuarto resonaban levemente en mis oídos. Aún un poco adormecido, agudicé mi oído para aclarar exactamente de que parte de la habitación provenían, algunos en el librero que se alzaba frente a mi cama, unos pegados a mi lado izquierdo sobre el buró, y otros en la mesa de trabajo donde había puesto los archivos. Asustado y confundido me levanté de mi cama procurando hacerlo sobre mi lado derecho para evitar el sonido proveniente del izquierdo.
Mientras lo hacía pude ver pequeñas luces que flotaban a diferentes alturas frente al librero, en el escritorio y el lado izquierdo de mi cama. Eran idénticas a las pequeñas chispas que se desprenden de las luces de bengala navideñas con la que juegan los niños, pero estas eran firmes y constantes, no sé desvanecían como aquellas. Conté alrededor de doce luces, tres se movían lentamente sobre mí escritorio, cuatro permanecían más firmes en un punto fijo de mi librero y las otras tres descansaban sobre el buró. Así, procurando no llamar la atención, me levanté despacio y cuidadosamente. Sin fijarme, al estar pendiente de las extrañas luces invasoras, tropecé con la mesa de noche donde descansa siempre un vaso de agua; Al tropezar el vaso cayó prorrumpiendo un estruendo, provocando que los invasores se sobresaltaran, y en el alboroto, tirarán los archivos de mi escritorio, y con un golpe seco, derribarán lo que posteriormente descubrí como un libro que habían estado hurgando.
Ante esa situación me dispuse rápidamente a encender la luz y descubrir por fin qué había irrumpido en mi habitación. Me armé de valor y crucé lo más rápido posible en dirección a la puerta de mi habitación donde está el apagador, cuando lo accioné y la luz brilló en el techo de mi cuarto, mi controversia y sorpresa fueron muy grandes. Las luces eran portadas por pequeños seres verdes y en sus brazos pequeños, con manos pequeñas, se elevaban las antorchas que dieron vida a las luces que flotaban en mi cuarto. Su forma era extraña, flotaban en el aire, de apariencia humeda, intercalaban miradas y sonrisas, y en un lenguaje propio se comunicaban; al ver la bombilla encendida, flotaron hacia ella, y en círculo, tomados de la mano, bailaban una danza giratoria derredor de ella, acompañada de un cántico 6
de carácter muy alegré. Un poco asustado me dediqué a observar esa extraña situación (toda mi razón se había volcado hacia una estupefacción). Cuando terminaron su danza, los pequeños seres se abrazaron, felicitaron y en una fila paralela salieron tomados de la mano (de dos en dos) por la ventana que había abierto.
Justamente cuando el último par de seres salían, aun cantando rescoldos de su canción, logré escuchar las últimas palabras de su cántico: "nopio". Agudizando mi memoria sobre los sonidos que percibí levemente mientras los observaba, rescaté que la canción era una única palabra repetida constantemente y que terminaba así. Al salir estos seres caminé lentamente a mi ventana y la cerré. Me senté sobre el lado izquierdo de mi cama, y me puse a cavilar sobre lo sucedido. Estaba en esas lucubraciones cuando vi que sobre el buró junto a mi cama, había tres pequeñas maletas, obviamente olvidadas por aquellos seres, al momento de abrirlas pude encontrar en ellas, algunos trozos de mangueras de colores, azules y rojas, además de una dotación entera de sándwiches de queso. Y por más que miré y miré entre los sándwiches de queso no había ninguno de jamón.
Canto de Sirena
Amilcar Meneses
Conozco el repertorio entero de las sirenas;
su sensualidad soprano;
sus labios; mayores y menores
escalas de olvido.
Música para sordos,
para el que busca la verdad amarga
en un trago de sol por las noches,
o para quien inspira ternura
por un trozo de calor en tierra firme.
Circunstancias anfibias
embelesan a cualquiera,
y hace falta más que agallas,
para no volverse rémora.
Escuche, corazón Celacanto,
manatíes sibaritas rezando salmos,
gaviotas amaneciendo elegías,
hipocampos musitando…
Escuche y cante,
sin abrumarse por los coros,
para depurar el tono del deseo,
para no perderse entre los solos.
Yo,
que conozco la melodía,
se la canto…
Escribir tus memorias también significa locura
Vidal
Uribe
Antes
de conocer a Virginia me gustaba ver películas de horror. De algo estoy
seguro, y es de mi incapacidad para relacionarme con las demás personas,
viene de la infancia con los problemas que tenía con mi madre, podrías
aplicarme a la perfección el psicoanálisis pero esta información no importa. Lo
que importa es que no podía conversar con alguien que estuviera sonriendo todo
el tiempo, no soporto que en la oficina mis compañeros finjan ser
felices, es asqueroso que digan que sus vidas son comedias en un mundo lleno de
soledad. Todo el día tenía que aguantar una ansiedad terrible y no hacía nada
más que callar, porque si matas a alguien simplemente porque no lo toleras,
estarán juzgando la mayor sabiduría que puede darte la locura. No hacía nada
más que tragarme toda la mierda de palabras que expulsaban sin pensar de sus
bocas enfermas. Callar también significa temor.
Para
curarme de las personas y de mí mismo comencé a ver todas las noches películas
de horror. Disfrutaba todas las noches sentado en mi sofá con la televisión
enfrente y las luces apagadas una descarga de adrenalina, una rebeldía asesina
que tanto me hacía falta, esa sensación era descubierta cada noche, y yo
renacía viendo cómo todas las rubias protagonistas, con cuerpo de actriz porno y
actitud inocente eran descuartizadas falsamente dentro de una cabaña abandonada
en el bosque. Horror también significa repulsión.
Virginia
era rubia y la conocí porque un día mi televisor dejó de funcionar. A veces las
personas dejan de funcionar cuando algo en su miserable vida termina, lo he
visto porque yo me quedo callado observándolas cómo fingen no perder la razón y
sonríen diciendo “todo está bien”, pero en realidad se están derrumbando, se
están encogiendo, están perdiendo el éxtasis. No hice nada para que el
televisor volviera a funcionar, me quedé quieto, y me senté en el sofá para ver
si podía revivir la emoción reconstruyendo las imágenes en mi cabeza: fue
inútil, sólo vi mi reflejo en el oscuro televisor. Había visto durante tanto
tiempo imágenes violentas que al ver mi reflejo ahí el mundo me pareció
demasiado grande, las emociones se convirtieron en elefantes gigantes que
aplastaban mi cabeza cuando pensaba en la gente, estuve a punto de encogerme,
de desmayarme, todavía me acuerdo que al tomar un vaso con agua mi cuerpo
temblaba de miedo, mi cuerpo acostumbrado a un vicio decidió buscarlo de nuevo.
Comprendo que quieran compararme con un drogadicto y su estúpido síndrome de
abstinencia, es normal, ellos y yo estamos buscando algo que no sabemos que
existe pero que realmente sabemos lo que es y esa noche sabía verdaderamente
qué buscar. Drogarse también significa esperanza.
Mi
película favorita es Psicosis, de Alfred Hitchcok, le digo a Virginia mientras
ella está de rodillas vomitando una sustancia negra en mis zapatos. Este tipo
de bares es recurrido por personas que quieren perder su humanidad, su magia,
que no quieren identificarse con nadie, desean volver al origen de su
nacimiento. La decoración del bar es la siguiente: en la entrada se encuentra
una barra donde un tipo que utiliza lentes oscuros baila sin parar y reparte
alcohol sólo a las mujeres que están semidesnudas; el techo está repleto de
luces moradas que parpadean cada doce segundos, la pared se está cayendo y una
frase con grafiti, “Puedes protegerte contra todo menos contra el tiempo”,
disimula la humedad y la suciedad del muro; en la pista de baile es donde más
gente hay, los que están hasta adelante alabando al dj como un Dios transmiten
sus movimientos de baile a los de atrás y juntos forman un oleaje, todos forman
una sola ola que va reventar cuando alguien se le ocurra dirigir el submarino a
la superficie, el piso está repleto de colillas de cigarro y la vomitada negra
de Virginia le da un toque surrealista. Me acerqué a su oído y le grité: “¿Cuál
es tú mayor placer estético? “ Ella me miró desconcertada, se desesperó,
intentó limpiarse su vomitada con la mano pero se embarro más la cara, “Yo soy
la respuesta a todo placer estético ¡Naturalista!, yo soy Naná, yo soy Rimbaud,
qué importa si el espíritu se vuelve monstruoso, qué importa si es con la ayuda
de de las drogas, con la de absenta, el vino o la cerveza, el objetivo es
sumergirse en el abismo, ¿Por qué vienes a una fiesta si estás triste?”
Espíritu también significa vacío.
Virginia
se estaba derrumbando, se había metido dos pastillas y llevaba una botella de
whisky encima, para mi sorpresa todavía podía caminar. El delgado aire surgido
de las calles angostas donde apenas podíamos avanzar movió el cabello rubio de
Virginia y sentí el despertar de una naturaleza destructiva recorriendo todo mi
cuerpo como un escalofrió hirviente. Me empecé aburrir de su conversación,
decía “El amor es un cuadrante del circulo, un cuarto de círculo obtenido por
radios en ángulo recto y el arco que los conecta, como cuando Verlaine le
disparó accidentalmente a Rimbaud, fue amor del bueno, y que todo el maldito
mundo se entere”. Corrió en círculos por toda la cuadra gritando que alguien la
golpeara para sentir algo. Mentiras, más mentiras, me estaba desesperando e
intenté explicarle cuál era la verdadera razón por la que íbamos camino a su
casa “Yo soy Norman Bates, y necesito liberarme de mí mismo”. Círculo también
significa retorno.
Nada
es real, todo se desvanece, lo sé porque Virginia lo sabe, estaba de pie frente
a la ventana de su apartamento bailando sin música; sus movimientos eran tan
bruscos que cayó y se golpeó la cabeza, un chorro de sangre como si fuera una
serpiente persiguiendo a su presa, recorrió despacio su cuello. La sangre me
recuerda que somos mortales, me recuerda que he estado viviendo en una farsa
donde las mentes están esclavizadas por mentiras y más mentiras, he estado
viviendo en un cuarto de noche
mirando
películas de horror y aprendiendo las formas en que la muerte y la libertad
siempre van de la mano. Lo real también significa muerte.
Virginia
estaba fría y sudaba mientras le contaba que la solución a todos nuestros
problemas era aceptar la muerte. Ella lloraba, debió de saber que era una
estúpida, por darse por vencida. Ella balbuceaba cosas sin sentido mientras yo
recorría su cocina cantando una canción que algún día escuche de un vago:
Viólame
en tiempos violentos
del
modo más vil que conozcas.
Destrúyeme,
devástame,
atácame
salvajemente,
no
tengas piedad de mí…
Encontré
un cuchillo de una punta larga en un cajón, me acerqué a Virginia y sin
pensarlo dos veces, de un solo golpe le enterré el arma en su pecho, como si
fuera un desfibrilador, como si necesitara ser resucitada. Yo soy Jack el
destripador, yo soy Michael Myers, yo soy Norman Bates, yo soy todos los
asesinos.
Ella
nunca se movió, no reaccionó, se paralizo y los últimos segundos de su
miserable vida los desperdicio mirándome con tristeza. La noche
transcurría como si la eternidad fuera olvidada en el primer amanecer, la sentí
así porque me sentía invencible, no me asusté cuando salí del apartamento.
Nunca había estado tan tranquilo, todas las ansiedades y miedos habían
desaparecido junto con ella, para mí fue el mejor acto liberador. Tiempo
después ya no necesité volver a ver una película, me sentaba en la oficina y
saludaba a todos mis compañeros, les sonreía y les decía “todo está bien” y yo
me sumergía en el recuerdo de Virginia…
Los huesos del viento
Mario Plascencia
Somos tierra, maíz y agua,
plumas y serpientes.
Huesos de piedra y carbón,
ojos de nimbos, uñas de marfil y miel.
Fluir de ríos rojos y azules,
formas insípidas y sabores amorfos.
Somos seres de viento, paseantes, peatones.
Sabia de otros mortales fugaces;
héroes futuros de la antigüedad
y pasado del presente.
Mesas vacías con dos sillas para tres.
Somos hilos, botones y surcos,
semillas de sal que matan sin trampa.
Pupilas saturadas de césped y luz.
Éramos presente, seremos pasado,
errantes caminos sin sendero firme,
recintos celestes de terrenos altares,
cadentes latidos de paz insondable,
somos fuego, ardor de manzanas
y precoces poetas del sol
El accidente
Jesús Alfonso Silva Iñiguez
Como es costumbre llegó el término de un
trabajo importante en el negocio de mi papá y decidimos ir a Vallarta para
relajarnos después un mes de jornadas largas de trabajo y estrés por terminar a
tiempo. Partimos en la tarde pocos minutos después de entregar el trabajo terminado en la
fábrica donde efectuamos la reparación de una caldera, todo se veía en orden y
los clientes estaban contentos con el trabajo. Tomamos el periférico con
dirección al norte pasamos por lo que con el tiempo se convirtió en el estadio
de las chivas y la ciudad judicial por fin llegamos al entronque para
desviarnos del periférico rumbo a la primavera, pasamos la entrada al pueblo y
llegamos a la autopista que nos llevaría
al puerto a nuestras merecidas vacaciones. Viajábamos en el bocho verde que en
aquel tiempo tenía mi papá, él no era muy fan de esos autos alemanes pero a
éste le agarró cariño. Mientras viajábamos mi padre me contaba anécdotas del
trabajo, hablaba de clientes que prácticamente lo secuestraban para que hiciera
trabajos en lugares muy remotos y que le pagaban lo que querían so pretexto de
que era joven y argumentaban que no era
tan difícil lo que había reparado, claro que la anécdota terminaban con la
venganza de mi padre después de unos años en el ramo y cobrando lo que era
justo, también platicábamos del fútbol. Mi padre era en ese entonces, mi jefe y
mi entrenador de fútbol, él recordaba sus partidos tan vívidamente que yo
conocía las historias como si las hubiera vivido, yo me imaginaba junto a la
banca del equipo de mi jefe viéndolo rematar de cabeza o disparando de derecha
o izquierda, cómo el me enseño a
hacerlo, aunque yo terminé siendo portero.
Otra de las cosas que me contaba mi jefe
– como yo le llamaba a mi papá – es de su falcón 68 y de cómo llegó a Vallarta
desde Guadalajara en poco menos de tres horas cuando las carreteras no eran tan
buenas como en la actualidad; el recordaba cómo aceleró todo el camino y de lo
bueno que era ese carro. Siempre tenía historias de carretera que contarme,
parecía que mi jefe fuera agente de viajes o algo así por tantas y tantas
historias, en parte eso era cierto pues el trabajo de mi papá lo llevó por
muchas ciudades reparando y vendiendo sus calderas que a él le enorgullecía
tanto fabricar.
El viaje era divertido pero yo empecé a
sentir algo de sueño. Y eso a mi jefe no le gustaba para nada, decía
que yo era el copiloto y que no me podía dormir. Pasábamos muy pegados a los diferentes
despeñaderos que se encuentran en la carretera que lleva al puerto pero hay una
zona en específico donde hay muchísimas curvas
donde los camioneros nos pasaban de largo y sacudían al pequeño
escarabajo junto con nosotros, parecía que el aire que pasaba entre el camión y
nosotros nos levantaría y volcaría pero eso no pasaba.
Mientras mi jefe se congratulaba de lo
bien que funcionaba su pequeño auto, nos rebasó un auto de modelo reciente que
no puede distinguirle la marca, sólo pasó a toda velocidad lo único que pude
ver es a un niño que viajaba en los asientos de atrás. Mi jefe no tardó en
hacer un comentario al respecto:
-
¿qué
le pasa a ese amigo?, no piensa que lleva a su familia, si fuera solo pues que
le pise, pero con la familia no se debe acelerar así.
Yo asentí con la cabeza y se me espantó el sueño que tenía. Después
de unos minutos más de recapitulación de lo ocurrido con el tipo del carro del
año y su familia, mi jefe me siguió contando anécdotas de carreteras, yo por mi
parte veía como escudriñando el paisaje. Me llamaban la atención los letreros
de cuidado con el ocelote que para empezar yo no sabía que así se le llamaba al
jaguar y menos aún sabía que existieran en aquellas murallas verdes que
pasábamos, yo asociaba a los jaguares a lugares muy distantes a los que muy
probablemente nunca iría pero ahí estaba yo en el bocho verde de mi jefe y con
la posibilidad de toparme con uno de eso felinos que me gustaban tanto, aunque
para ser sincero ya que me enteré de la presencia de estos animales pedía a
Dios que por ninguna razón se detuviera el bocho de mi jefe, pero mis rezos no
fueron escuchados porque al poco tiempo
se detuvo el pequeño alemán, nos topamos con un pequeño embotellamiento en la
carretera y avanzamos lentamente hasta que la fila avanzó un poco y un rescatista nos preguntó:
-
Buenas
noches, ¿de casualidad no tendrán una cuerda?
-
No
tenemos, pero ¿qué pasó? – pregunto mi jefe-.
-
Un
carro que se desbarrancó.
-
¡qué
mal repuso mi papá! , lástima que no tenemos cuerda para ayudar.
-
No
se preocupe ya nos las arregláremos, manejen con cuidado, buenas noches.
-
Gracias,
buenas noches.
En cuanto avanzamos mi jefe y yo
recordamos al carro que nos rebasó. Todo el camino que nos restaba hablamos de
eso, en mi mente se quedó grabada la imagen del niño que iba en la parte de
atrás del auto que nos rebasó y no me la pude sacar de la mente en varias
semanas. Aun hoy cuando veo un carro rebasarme en la carretera pienso en ese
pequeño que jugaba en la parte de atrás del carro de su papá, sin el menor
temor parecía feliz por ir tan rápido, recuerdo que su mirada se cruzó un
instante con la mía, quizás fue de las últimas cosas que el niño vio, el
bochito verde en medio de la noche.
Escucha mi voz
Nancy Álvarez
Deja que mi voz cante para
tus labios secos y desteñidos,
que mis manos sean el cenit donde abandones la musgosa hiel
con que alimentaste el corazón tantos años ah...
Anda, entrégale a la noche la soledad que guardaste sólo para ti,
te ofrezco el aire que ahora puedes respirar, el aire que ahora,
mientras contemplas que te escribo, vuelve a ti para decir:¡vivo!
Ya no eres la errante sombra que una vez abandonó el cuerpo
para llorar el alma de un recuerdo, ni el hombre que mendigando un trozo de pan
ofreció su corazón al idilio...
Ven, abrasa en este encuentro casi prohibido,
el dulce equilibrio de las manos, que centran su emoción
en el claro cristal de tus ojos de viaje por el infinito...
que mis manos sean el cenit donde abandones la musgosa hiel
con que alimentaste el corazón tantos años ah...
Anda, entrégale a la noche la soledad que guardaste sólo para ti,
te ofrezco el aire que ahora puedes respirar, el aire que ahora,
mientras contemplas que te escribo, vuelve a ti para decir:¡vivo!
Ya no eres la errante sombra que una vez abandonó el cuerpo
para llorar el alma de un recuerdo, ni el hombre que mendigando un trozo de pan
ofreció su corazón al idilio...
Ven, abrasa en este encuentro casi prohibido,
el dulce equilibrio de las manos, que centran su emoción
en el claro cristal de tus ojos de viaje por el infinito...
Arrebolado
Alejandro Farías
Arrebolado
entumido
en bancos de niebla que flotan
como escurridos
manchas fugaces añorando la aurora
el frío despertar que cobija tus senos
la bruma indecible que separa nuestros cuerpos
deshilándolos
volviéndolos olas que se golpean en las rocas
desintegrándose
uniéndose a la arena de marfil
al viento que incólume vigila
la ensoñada calma
esa que anida en el molusco
en la sal que es llamarada
en cangrejos que sucumben
al sol que se zambulle
entre tu mirada y el cielo
portavoz de sortilegios
pescados en redes
de voces celestiales
de sirenas desvanecidas
que se anudan a tu paseo
a la contorsión fantasma
que se enreda en tus caderas
de agua violenta
de salmones que se escapan
rasgando la piel del mar
suspendiendo el silencio
atrincherando al tiempo
devorando el aire…
Pienso...
Gorda de Alba
Pienso lo que pienso porque no lo pienso
Y me da miedo pensar
que pase sin poderlo remediar.
¿por qué pienso lo que pienso
Sin dejarlo de pensar?
¿Es acaso un eco que repito
Sin poderlo evitar?
No soy las ideas
Ni ellas son mi piel,
me muevo al ritmo de ellas
como si fueran mis pies.
¿Qué pensaría el tlatoani
De este pobre disertar?
No llegaron a mí
Sus palabras para meditar.
Nadie escapa al eco del pensar
Pero… ¿quién primero lo pensó?
No lo podría explicar,
Alguien el secreto se robó
Para que nadie más lo pueda usar.
Pienso lo que pienso porque no lo pienso
Y me da miedo pensar
que pase sin poderlo remediar.
¿por qué pienso lo que pienso
Sin dejarlo de pensar?
¿Es acaso un eco que repito
Sin poderlo evitar?
No soy las ideas
Ni ellas son mi piel,
me muevo al ritmo de ellas
como si fueran mis pies.
¿Qué pensaría el tlatoani
De este pobre disertar?
No llegaron a mí
Sus palabras para meditar.
Nadie escapa al eco del pensar
Pero… ¿quién primero lo pensó?
No lo podría explicar,
Alguien el secreto se robó
Para que nadie más lo pueda usar.
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