Antes
de conocer a Virginia me gustaba ver películas de horror. De algo estoy
seguro, y es de mi incapacidad para relacionarme con las demás personas,
viene de la infancia con los problemas que tenía con mi madre, podrías
aplicarme a la perfección el psicoanálisis pero esta información no importa. Lo
que importa es que no podía conversar con alguien que estuviera sonriendo todo
el tiempo, no soporto que en la oficina mis compañeros finjan ser
felices, es asqueroso que digan que sus vidas son comedias en un mundo lleno de
soledad. Todo el día tenía que aguantar una ansiedad terrible y no hacía nada
más que callar, porque si matas a alguien simplemente porque no lo toleras,
estarán juzgando la mayor sabiduría que puede darte la locura. No hacía nada
más que tragarme toda la mierda de palabras que expulsaban sin pensar de sus
bocas enfermas. Callar también significa temor.
Para
curarme de las personas y de mí mismo comencé a ver todas las noches películas
de horror. Disfrutaba todas las noches sentado en mi sofá con la televisión
enfrente y las luces apagadas una descarga de adrenalina, una rebeldía asesina
que tanto me hacía falta, esa sensación era descubierta cada noche, y yo
renacía viendo cómo todas las rubias protagonistas, con cuerpo de actriz porno y
actitud inocente eran descuartizadas falsamente dentro de una cabaña abandonada
en el bosque. Horror también significa repulsión.
Virginia
era rubia y la conocí porque un día mi televisor dejó de funcionar. A veces las
personas dejan de funcionar cuando algo en su miserable vida termina, lo he
visto porque yo me quedo callado observándolas cómo fingen no perder la razón y
sonríen diciendo “todo está bien”, pero en realidad se están derrumbando, se
están encogiendo, están perdiendo el éxtasis. No hice nada para que el
televisor volviera a funcionar, me quedé quieto, y me senté en el sofá para ver
si podía revivir la emoción reconstruyendo las imágenes en mi cabeza: fue
inútil, sólo vi mi reflejo en el oscuro televisor. Había visto durante tanto
tiempo imágenes violentas que al ver mi reflejo ahí el mundo me pareció
demasiado grande, las emociones se convirtieron en elefantes gigantes que
aplastaban mi cabeza cuando pensaba en la gente, estuve a punto de encogerme,
de desmayarme, todavía me acuerdo que al tomar un vaso con agua mi cuerpo
temblaba de miedo, mi cuerpo acostumbrado a un vicio decidió buscarlo de nuevo.
Comprendo que quieran compararme con un drogadicto y su estúpido síndrome de
abstinencia, es normal, ellos y yo estamos buscando algo que no sabemos que
existe pero que realmente sabemos lo que es y esa noche sabía verdaderamente
qué buscar. Drogarse también significa esperanza.
Mi
película favorita es Psicosis, de Alfred Hitchcok, le digo a Virginia mientras
ella está de rodillas vomitando una sustancia negra en mis zapatos. Este tipo
de bares es recurrido por personas que quieren perder su humanidad, su magia,
que no quieren identificarse con nadie, desean volver al origen de su
nacimiento. La decoración del bar es la siguiente: en la entrada se encuentra
una barra donde un tipo que utiliza lentes oscuros baila sin parar y reparte
alcohol sólo a las mujeres que están semidesnudas; el techo está repleto de
luces moradas que parpadean cada doce segundos, la pared se está cayendo y una
frase con grafiti, “Puedes protegerte contra todo menos contra el tiempo”,
disimula la humedad y la suciedad del muro; en la pista de baile es donde más
gente hay, los que están hasta adelante alabando al dj como un Dios transmiten
sus movimientos de baile a los de atrás y juntos forman un oleaje, todos forman
una sola ola que va reventar cuando alguien se le ocurra dirigir el submarino a
la superficie, el piso está repleto de colillas de cigarro y la vomitada negra
de Virginia le da un toque surrealista. Me acerqué a su oído y le grité: “¿Cuál
es tú mayor placer estético? “ Ella me miró desconcertada, se desesperó,
intentó limpiarse su vomitada con la mano pero se embarro más la cara, “Yo soy
la respuesta a todo placer estético ¡Naturalista!, yo soy Naná, yo soy Rimbaud,
qué importa si el espíritu se vuelve monstruoso, qué importa si es con la ayuda
de de las drogas, con la de absenta, el vino o la cerveza, el objetivo es
sumergirse en el abismo, ¿Por qué vienes a una fiesta si estás triste?”
Espíritu también significa vacío.
Virginia
se estaba derrumbando, se había metido dos pastillas y llevaba una botella de
whisky encima, para mi sorpresa todavía podía caminar. El delgado aire surgido
de las calles angostas donde apenas podíamos avanzar movió el cabello rubio de
Virginia y sentí el despertar de una naturaleza destructiva recorriendo todo mi
cuerpo como un escalofrió hirviente. Me empecé aburrir de su conversación,
decía “El amor es un cuadrante del circulo, un cuarto de círculo obtenido por
radios en ángulo recto y el arco que los conecta, como cuando Verlaine le
disparó accidentalmente a Rimbaud, fue amor del bueno, y que todo el maldito
mundo se entere”. Corrió en círculos por toda la cuadra gritando que alguien la
golpeara para sentir algo. Mentiras, más mentiras, me estaba desesperando e
intenté explicarle cuál era la verdadera razón por la que íbamos camino a su
casa “Yo soy Norman Bates, y necesito liberarme de mí mismo”. Círculo también
significa retorno.
Nada
es real, todo se desvanece, lo sé porque Virginia lo sabe, estaba de pie frente
a la ventana de su apartamento bailando sin música; sus movimientos eran tan
bruscos que cayó y se golpeó la cabeza, un chorro de sangre como si fuera una
serpiente persiguiendo a su presa, recorrió despacio su cuello. La sangre me
recuerda que somos mortales, me recuerda que he estado viviendo en una farsa
donde las mentes están esclavizadas por mentiras y más mentiras, he estado
viviendo en un cuarto de noche
mirando
películas de horror y aprendiendo las formas en que la muerte y la libertad
siempre van de la mano. Lo real también significa muerte.
Virginia
estaba fría y sudaba mientras le contaba que la solución a todos nuestros
problemas era aceptar la muerte. Ella lloraba, debió de saber que era una
estúpida, por darse por vencida. Ella balbuceaba cosas sin sentido mientras yo
recorría su cocina cantando una canción que algún día escuche de un vago:
Viólame
en tiempos violentos
del
modo más vil que conozcas.
Destrúyeme,
devástame,
atácame
salvajemente,
no
tengas piedad de mí…
Encontré
un cuchillo de una punta larga en un cajón, me acerqué a Virginia y sin
pensarlo dos veces, de un solo golpe le enterré el arma en su pecho, como si
fuera un desfibrilador, como si necesitara ser resucitada. Yo soy Jack el
destripador, yo soy Michael Myers, yo soy Norman Bates, yo soy todos los
asesinos.
Ella
nunca se movió, no reaccionó, se paralizo y los últimos segundos de su
miserable vida los desperdicio mirándome con tristeza. La noche
transcurría como si la eternidad fuera olvidada en el primer amanecer, la sentí
así porque me sentía invencible, no me asusté cuando salí del apartamento.
Nunca había estado tan tranquilo, todas las ansiedades y miedos habían
desaparecido junto con ella, para mí fue el mejor acto liberador. Tiempo
después ya no necesité volver a ver una película, me sentaba en la oficina y
saludaba a todos mis compañeros, les sonreía y les decía “todo está bien” y yo
me sumergía en el recuerdo de Virginia…
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