Jesús Alfonso Silva Iñiguez
Como es costumbre llegó el término de un
trabajo importante en el negocio de mi papá y decidimos ir a Vallarta para
relajarnos después un mes de jornadas largas de trabajo y estrés por terminar a
tiempo. Partimos en la tarde pocos minutos después de entregar el trabajo terminado en la
fábrica donde efectuamos la reparación de una caldera, todo se veía en orden y
los clientes estaban contentos con el trabajo. Tomamos el periférico con
dirección al norte pasamos por lo que con el tiempo se convirtió en el estadio
de las chivas y la ciudad judicial por fin llegamos al entronque para
desviarnos del periférico rumbo a la primavera, pasamos la entrada al pueblo y
llegamos a la autopista que nos llevaría
al puerto a nuestras merecidas vacaciones. Viajábamos en el bocho verde que en
aquel tiempo tenía mi papá, él no era muy fan de esos autos alemanes pero a
éste le agarró cariño. Mientras viajábamos mi padre me contaba anécdotas del
trabajo, hablaba de clientes que prácticamente lo secuestraban para que hiciera
trabajos en lugares muy remotos y que le pagaban lo que querían so pretexto de
que era joven y argumentaban que no era
tan difícil lo que había reparado, claro que la anécdota terminaban con la
venganza de mi padre después de unos años en el ramo y cobrando lo que era
justo, también platicábamos del fútbol. Mi padre era en ese entonces, mi jefe y
mi entrenador de fútbol, él recordaba sus partidos tan vívidamente que yo
conocía las historias como si las hubiera vivido, yo me imaginaba junto a la
banca del equipo de mi jefe viéndolo rematar de cabeza o disparando de derecha
o izquierda, cómo el me enseño a
hacerlo, aunque yo terminé siendo portero.
Otra de las cosas que me contaba mi jefe
– como yo le llamaba a mi papá – es de su falcón 68 y de cómo llegó a Vallarta
desde Guadalajara en poco menos de tres horas cuando las carreteras no eran tan
buenas como en la actualidad; el recordaba cómo aceleró todo el camino y de lo
bueno que era ese carro. Siempre tenía historias de carretera que contarme,
parecía que mi jefe fuera agente de viajes o algo así por tantas y tantas
historias, en parte eso era cierto pues el trabajo de mi papá lo llevó por
muchas ciudades reparando y vendiendo sus calderas que a él le enorgullecía
tanto fabricar.
El viaje era divertido pero yo empecé a
sentir algo de sueño. Y eso a mi jefe no le gustaba para nada, decía
que yo era el copiloto y que no me podía dormir. Pasábamos muy pegados a los diferentes
despeñaderos que se encuentran en la carretera que lleva al puerto pero hay una
zona en específico donde hay muchísimas curvas
donde los camioneros nos pasaban de largo y sacudían al pequeño
escarabajo junto con nosotros, parecía que el aire que pasaba entre el camión y
nosotros nos levantaría y volcaría pero eso no pasaba.
Mientras mi jefe se congratulaba de lo
bien que funcionaba su pequeño auto, nos rebasó un auto de modelo reciente que
no puede distinguirle la marca, sólo pasó a toda velocidad lo único que pude
ver es a un niño que viajaba en los asientos de atrás. Mi jefe no tardó en
hacer un comentario al respecto:
-
¿qué
le pasa a ese amigo?, no piensa que lleva a su familia, si fuera solo pues que
le pise, pero con la familia no se debe acelerar así.
Yo asentí con la cabeza y se me espantó el sueño que tenía. Después
de unos minutos más de recapitulación de lo ocurrido con el tipo del carro del
año y su familia, mi jefe me siguió contando anécdotas de carreteras, yo por mi
parte veía como escudriñando el paisaje. Me llamaban la atención los letreros
de cuidado con el ocelote que para empezar yo no sabía que así se le llamaba al
jaguar y menos aún sabía que existieran en aquellas murallas verdes que
pasábamos, yo asociaba a los jaguares a lugares muy distantes a los que muy
probablemente nunca iría pero ahí estaba yo en el bocho verde de mi jefe y con
la posibilidad de toparme con uno de eso felinos que me gustaban tanto, aunque
para ser sincero ya que me enteré de la presencia de estos animales pedía a
Dios que por ninguna razón se detuviera el bocho de mi jefe, pero mis rezos no
fueron escuchados porque al poco tiempo
se detuvo el pequeño alemán, nos topamos con un pequeño embotellamiento en la
carretera y avanzamos lentamente hasta que la fila avanzó un poco y un rescatista nos preguntó:
-
Buenas
noches, ¿de casualidad no tendrán una cuerda?
-
No
tenemos, pero ¿qué pasó? – pregunto mi jefe-.
-
Un
carro que se desbarrancó.
-
¡qué
mal repuso mi papá! , lástima que no tenemos cuerda para ayudar.
-
No
se preocupe ya nos las arregláremos, manejen con cuidado, buenas noches.
-
Gracias,
buenas noches.
En cuanto avanzamos mi jefe y yo
recordamos al carro que nos rebasó. Todo el camino que nos restaba hablamos de
eso, en mi mente se quedó grabada la imagen del niño que iba en la parte de
atrás del auto que nos rebasó y no me la pude sacar de la mente en varias
semanas. Aun hoy cuando veo un carro rebasarme en la carretera pienso en ese
pequeño que jugaba en la parte de atrás del carro de su papá, sin el menor
temor parecía feliz por ir tan rápido, recuerdo que su mirada se cruzó un
instante con la mía, quizás fue de las últimas cosas que el niño vio, el
bochito verde en medio de la noche.
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