Expresión Libre
domingo, 2 de marzo de 2014
Beatrice...
Vocaur
Emparentada con el mandato unilateral de la existencia,
del aquí,
minimalista como los pliegues lejanos de la vejes.
Inmanente
en la pulcritud del espacio en blanco
del paracetamol de seiscientos gramos.
Beatrice… Beatrice… Santificado sea tu nombre...
Beatrice...
preludiando mi destino,
prístina,
haz de luz,
volando ceremoniosa
sobre la escala menor melódica de mí.
Beatrice...
lejana...lejana...lejana...
lejano...
exiliado en la república del olvido,
en sin sentido,
en un dolor de cabeza
agudo, agudo, insoportable.
Multiplicado al infinito
por una simple coincidencia,
en una vida de búsqueda obsesiva
agostada por la cafeína
estas...
estamos...
al fin...
ahora...
Beatrice...
Adiós...
La Sombra del Imperio (Europa frente el Imperio Otomano 1453-1529)
Era el 27 de septiembre de 1529
cuando toda Europa, desde Roma hasta Lisboa, temblaba en la oscura
incertidumbre y el terror; pues Solimán el Magnifico se encontraba a las
puertas de Viena, el último bastión de la Cristiandad en el frente oriental de
Europa. Si caía la ciudad, nada se interpondría entre los ejércitos del Islam y
Roma, el centro de la Cristiandad. La sombra del Imperio se cernía sobre toda
Europa, como un halcón listo para caer sobre su presa.
Europa, no experimentaba tal
vulnerabilidad ante una invasión musulmana desde el año 732 después de Cristo,
cuando los ejércitos de Carlos Martel vencieron a los ejércitos de Abdul Rahmat
Al Gafiqi en la famosa batalla de Tours. Un vez más, los reinos cristianos de
Europa se encontraban frente a un ejército musulmán que amenazaba con invadir
todo el continente. Los reinos europeos
se encontraban en gran desventaja, pues mientras ellos yacían divididos y aun
enfrentados entre sí, los ejércitos de Suleyman, el Magnifico, estaban unidos
bajo un mando y tenían una motivación,
la conquista de la Cristiandad[1].
Los otomanos se encontraban a las puertas de Viena, la puerta europea del este
y último bastión que protegía el camino a Roma. La suerte de Europa estaba en
juego. ¿Cómo habían llegado los europeos a esta precaria situación? ¿Cuáles
habían sido las causas que permitieron la entrada a Europa de las fuerzas
otomanas? Y lo más importante, ¿Acaso se
pudo haber evitado que la amenaza turca llegara a las puertas mismas de Europa?
La precaria situación de Europa era el
resultado de un largo proceso de enfrentamiento entre las fuerzas cristianas y
musulmanas. Sin embargo fue un acontecimiento en especial lo que permitió que
las fuerzas otomanas entraran tan profundo en tierras europeas, la caída de
Constantinopla.
Constantinopla entró en conflicto con
el mundo musulmán en el año 634 después de Cristo. A partir de este momento, el
Imperio Cristiano de Oriente sufrió progresivamente una reducción territorial.
Sus pérdidas no fueron solamente militares sino más profundas y duraderas pues
la cultura helénica y el cristianismo que había imperado sobre el Mediterráneo
Oriental fueron reemplazados por una cultura árabe y el Islam. Los reinos
europeos observaron como el gran bastión oriental de la cristiandad se enfrentaba
a la oleada del Islam. Sin embargo, el conflicto parecía estar tan lejos de las
fronteras europeas como para intervenir. En sus luchas, los bizantinos en momentos ganaba
territorio sin embargo, eran más usuales sus pérdidas territoriales. Este
vaivén continuó hasta el siglo XIV cuando entro a la escena un nuevo actor, los
turcos otomanos. En un principio, estos pastores provenientes de
[1]
Cristiandad será el nombre con el cual me referiré a la civilización cristiana
europea.
Transoxiana[1],
no representaban un verdadero peligro para el disminuido pero aun vigoroso
Imperio Bizantino. Su número era grande, no había la menor duda de eso pero los
turcos se habían conformado con ocupar las tierras orientales de Anatolia[2].
La situación cambio radicalmente para la segunda mitad del siglo XV, los
ejércitos otomanos se habían movilizado y de manera demoledora despojaron a los
bizantinos de sus posesiones balcánicas y conquistaron dos terceras partes de
Anatolia. Los turcos otomanos se encontraban en plena expansión, cuando algunos
de los reinos de Europa y el Imperio Bizantino intentaron organizar una respuesta
militar efectiva. Sin embargo, esta llego muy tarde y el ejército cristiano que
se conformó, distó mucho de ser un digno rival para las fuerzas otomanas; pues
estaba conformado por fuerzas mercenarias provenientes, principalmente de los
Estados Italianos como Génova y Venecia, y las mermadas fuerzas imperiales. El
29 de mayo de 1453 marcó el final del milenario Imperio Romano de Oriente,
cuando las tropas otomanas bajo el mando de Mehmet II tomaron la capital
bizantina de Constantinopla. Finalmente, el rico bastión de la Iglesia
Cristiana en Oriente cayó en manos del Islam tras largos siglos de haber
repelido las oleadas de ejércitos musulmanes.
La gran ciudad de Bizancio fue tomada, mientras los reinos europeos
dejaron que sucumbiera sin intervenir. Este sin duda, sería un gran error
estratégico para los reinos europeos, un error que les costaría muy caro a
largo plazo.
La caída de Constantinopla en manos de los otomanos fue
un acontecimiento de gran impacto que repercutió en todas los reinos de la
Cristiandad, pero que pocos previeron sus consecuencias. Tras 1,127 años como
la capital del Imperio Romano de Oriente y sede del cristianismo en oriente,
Constantinopla fue transformada en Estambul, la capital de una nueva potencia
islámica, el Imperio Otomano. La caída de “La Ciudad”, fue un duro golpe para
los europeos, que provocó reacciones muy variadas a lo largo y ancho de toda
Europa. En algunos lugares de la Cristiandad hubo duelo y gran consternación
por la toma de la joya de oriente. Un ejemplo de esto, fue la orden que dio el
arzobispo de Praga de sonar las campanas de la iglesia a las nueve de la
mañana, cada viernes en recordatorio de la caída de Constantinopla a mano de
los turcos[3].
Por el contrario, hubo quienes vieron con gran satisfacción como se hundía el último
vestigio del Imperio Romano del Este, ya que los beneficiaba primeramente de
manera económica y político- religiosa. A nivel económico, fueron las compañías
de los Republicas Italianas las que obtendrían grandes ventajas comerciales con
la caída de Constantinopla, al menos por un tiempo. No fue secreto que los
comerciantes genoveses y venecianos vieron con gran beneplácito la destrucción
de ese imponente rival comercial, que durante siglos se interpuso en su camino
a las riquezas de Oriente. Los mercaderes de la península itálica siempre vieron
con envidia como la
hermosa capital del Imperio Romano del
Este se enriquecía con los embarques provenientes de Persia, Arabia y la India.
Al caer la ciudad en manos otomanas, los comerciantes italianos creyeron que al
fin tendrían acceso ilimitado al Oriente. Por el lado religioso, al fin la
Iglesia Católica de Roma veía con beneplácito como su gran rival, la Iglesia
Griega Ortodoxa sucumbía frente al
Islam. Durante siglos ambas Iglesias habían colisionado fuertemente en su lucha
como la “verdadera Iglesia Cristiana”. La Iglesia Católica Romana codiciaba las
ricas provincias bizantinas en donde la Iglesia Griega gobernaba soberana. Con
la caída de Constantinopla, el Papado soñaba con levantar una cruzada, arrojar
al turco devuelta al desierto y construir un imperio latino en las tierras que una
vez fueron bizantinas. Con estos intereses en juego nos queda claro el por qué
las potencias europeas permitieron que Constantinopla sucumbiera. Sin embargo,
en poco tiempo el comportamiento otomano les haría desear no haberlo hecho.
Constantinopla, el orgullo del Imperio Romano del Este
o de los que quedaba de él, era una joya que tanto los reinos europeos como los
otomanos codiciaban. Ambos se lanzaron a la conquista de la Polis[1],
legendaria por sus enormes riquezas. Recordemos la toma de Constantinopla en el
año 1204 por los ejércitos cruzados. Este hecho le dejó claro a los bizantinos que
se encontraban en una posición muy peligrosa, pues tenía enemigos que deseaban
tomar su ciudad a ambos lados de sus fronteras. Era cuestión de tiempo para que
sus “aliados cristianos” o sus enemigos musulmanes decidieran dar el golpe
final. Este movimiento, fue realizado finalmente por las fuerzas otomanas de
Mehmet II. Los Europeos desde hacia tiempo temían una incursión otomana debido
a sus conquistas en las tierras de los Balcanes, el punto más vulnerable de
Europa. Cuando la rica Constantinopla cayó en manos de los turcos, los europeos
estaban seguros de que las ambiciones de los otomanos habían sido satisfechas,
no podían haber estado más equivocados. Constantinopla era solo el inicio del
camino que llevaría a las fuerzas de la luna creciente a Roma, el corazón de la
Cristiandad. El dejar que los otomanos se quedaran con “La Ciudad” fue un terrible
error estratégico de los reinos europeos, pues no solo les habían cedido una
casi intomable fortaleza ahora fortalecida con poderosos cañones otomanos, sino
que les otorgaron un punto estratégico inmejorable tanto económico como
político-militar entre Europa y Asia. Los otomanos estaban listos para tomar
Europa. Uno a uno fueron cayendo los reinos cristianos de los Balcanes (Serbia,
Albania y Grecia) ante los imparables
ejércitos otomanos. No parecía haber ejército capaz de hacerles frente a los
otomanos, no había potencia capaz de vencer a los ejércitos de la luna creciente. Ya en el año de 1456, apenas
tres años después de la caída de Constantinopla, los ejércitos otomanos tomaban
la ciudad griega de Atenas. La conquista de las islas del Egeo pertenecientes a
Venecia, esfumaron sus sueños de crear un imperio marítimo. Finalmente, los
europeos se dieron cuenta del craso error de haber abandonado a su suerte a la
ciudad que había contenido durante siglos las fuerzas invasoras provenientes
del Este.
[1]
Griego para Ciudad, este era uno de los tantos nombres con los que se le
conocía a Constantinopla
Yo no creo en el erotismo
Amilcar Meneses
Yo no creo en el erotismo
mismo padecer de luces,
olvido trasnochado en llamas,
fatídico.
No creo en la sirenas,
ni en Los Angeles,
en las piedras,
no creo en las esfinges
Creo en el murmullo adolorido
de los árboles, en la piel macilenta
de la naranja, en el canto hilarante
del Bere Lele, en la angustia fría
de los días sin sombra, en el sexo
sin condón, desenfrenado, en la mañana
desgarrada, en las flores
Yo no creo beber nalgas
con las pupilas; no creo comprar tangas,
aceites ni anillos vibradores,
lencería, yo no creo en la poesía,
creo en el sonido.
"Melómano"
Tonatihu González
Sin duda mi vida de músico, en particular, ha sido muy compleja. Recuerdo que desde la infancia mis padres profesaban la perfección de la música clásica, y por ende, su ejecución de igual magnitud. Quizá algo de sus actitudes fueron creando en mí un intrínseco grado de perfeccionismo, ¿Pero hasta qué punto me afectó?, el día de ayer lo confirmé, inesperada, sorpresiva y orgullosamente.
Todo inicia desde mis estudios en el conservatorio musical de la universidad de Guadalajara. Siempre fui un alumno destacado, motivado por un constante flujo de energía perfeccionista, y claro está, una pasión que quemaba cada sentido de mi energía depositada en mis estudios. No fui muy social, y mis contactos personales eran meramente académicos, nadie en la escuela podría presumir de ser mi amigo, sino, solamente simples compañeros que observaban mi incansable trabajo por ser uno de los mejores. Sin embargo, eso no impidió que mi reputación creciera por todos los salones, alumnos y maestros. Mi desempeño y dedicación dieron frutos exuberantes, y tan pronto como pude, terminé con honores mis estudios. Pronto desfilé por entre enormes bambalinas y teatros, renombrado y conocido, aclamado y aplaudido. Pero de igual forma, la tiranía con que exigía que mis músicos ejecutaran las piezas, hizo en mí, uno de los directores más repudiados y temidos por ellos. Pocas personas se atrevían a entrar en mi agrupación: ¡Debían ser perfectos, intachables, la música lo exige, yo lo exijo! Así es como se forma y se crea.
Pero esto es lo que menos me asusta, si no como bien lo mencioné, lo que sucedió ayer. Mi ahora paranoica e implacable angustia musical ha llevado a los extremos mis acciones, ya no sea en gritos y rabietas contra los músicos, sino contra el mundo, aborrezco a todo ser que interprete mal una nota, que figure cantar con un sonido tosco y deficiente una canción; el insólito y desentonado tarareo de una melodía me provoca un asco intolerante. A su infamia y su atrevimiento hago recriminación enérgica. Mi melomanía ha llegado hasta las personas "comunes", la música ha llenado mis sentidos, hasta la más honda neurona de mi cordura.
Todo fluía básicamente en los caudales de la normalidad, cómo siempre acomodé mi traje y metí mis partituras dentro del portafolio, últimamente he cargado una navaja (la Guadalajara de hoy es un basurero lleno de ratas doquiera que se vea) me dispuse a salir rumbo al conservatorio, en el que ahora doy clases, ya que habría que entregar algunas calificaciones (Realmente el nivel del músico actual no alcanza de ninguna manera a llenar mis expectativas, la música se ha vuelto una burla, una ocupación secundaría, un burdo "hobby" y con esto se profana una arte sublime). Hasta el momento en que iba en el autobús, que desgraciadamente me veo obligado a recurrir, mi mente se ocupaba en estos pensamientos, ensimismado en estas lucubraciones apáticas miraba por la ventanilla. Cuando el autobús se detuvo a prestar el servicio a un joven, que abordó enseguida y se sentó exactamente en el asiento trasero al mío, portando uno de esos aparatos modernos reproductores de música con auriculares, comenzó a emitir cierto ruido en el asiento, desubicado, con la arritmia característica de estos músicos profanos y desagraciados ¡Carecía totalmente de sentido, origen, evolución, progresión! Su cara revelaba un placer exuberante, ¿cómo podía disfrutar esa infame carencia de ritmo? era ruido, ruido estruendoso, no había armonía en el sonido, eran golpes al azar, una contradictoria pulsación que provocaba el caos total y mi desesperación. En muchas ocasiones le dirigí una mirada reprochadora, y solamente me sirvió para ver su infame y asqueroso rostro retorcerse en una mueca de placer. No podía creerlo, como podía disfrutar la reproducción de la música demolida que surgía de su aparato, de su detestable carencia de arte, de pasión. Era imperdonable, sentí como el pasado, mi orgullo, mi amor, llenaba cada poro con la terrible irá, decidí aleccionarlo, y así salvaguardar al mundo de su abominable error.
Sé que el castigo fue duro, pero hice lo correcto a pesar de los gritos y el miedo de los demás pasajeros, sé que ese joven aprendió su lección. Bajé del camión sin antes ser mirado con horror, pero pocas son las personas que entienden el verdadero sentido de un deber, de un deber al arte. Procuré que el joven no volviera a blasfemar de nueva cuenta contra éste arte sublime. Lamento que sus pulseras y reloj no tendrán de donde aferrarse más, y así, evitaré que algún día profane algún piano o intente de nuevo emitir algún desagradable sonido. En mis manos hay ahora un siamés de menor tamaño proporcional a cada una, que si no me sirven de nada, por lo menos ya no me afectarán en nada.
2013 - generación: después de la z
Vidal Uribe
No encuentro a los poetas de mi generación,
un poeta vacío es un pozo vació,
volamos en el cielo de babel,
con humo amarillo saliendo de los pies,
y mientras olvidan a los Beatles,
14 godzillas atacan bailando dupsteb
los humanistas ya no quieren ejército,
ya no quieren hijos,
los hijos se comen a los padres en un tazón de cereal,
buscando tan intensamente hacer una revolución,
como unos neandertales ante un cielo despejado
sin meteoritos que destruyan al poder jurásico,
los poetas ya no se suicidan por amor,
el amor se suicida de los poetas
y Hollywood graba "la pareja del año"
Buda ilumino 450 vidas después,
450 representaciones falsas después,
450 poemas tirados a la basura
porque no encuentro a los poetas de mi generación,
sueño con una noche de verano donde
encuentre rosas mágicas que regalar,
sueño con soñar que yo tendré hijos
y uno será Batman y el otro Jesucristo,
super-héroes- huérfanos,
con poderes de encontrar generaciones.
La cascarita
Jesús Alfonso Silva Iñiguez
Son casi las 4 de la tarde y ya me estoy cambiando, me quito los tenis y los calcetines, para dar paso a las medias y a las vendas, cambio mi pantalón de mezclilla por mi short, mi playera por la camisa del equipo. Tengo como cada partido la incertidumbre de que posición ocuparé en el terreno de juego. Por lo precario de nuestro cuadro a veces jugamos en posiciones cambiadas pues estamos a merced de quienes armaremos el cuadro. Como se trata de un equipo llanero a veces somos unos otros días tenemos que jugar con otros esto es variado por que no siempre podemos venir los mismos a jugar. Debido a que no calentamos adecuadamente nos lesionamos seguido es común que cada partido salga alguien lesionado ya sea por un golpe o por el simple hecho de que no estamos aptos para correr dos tiempos de 35 minutos. El rival en turno no lo conozco de nombre pero sé que son del Álamo una colonia en la que crecieron mis hermanos y donde se sabe son futboleros. Se trataba de un equipo como cualquiera pero tenía una pequeña diferencia el portero de los contrarios era manco cosa muy extraña para desempeñar esa posición en el juego. Quizás ese detalle característico de su portero fue lo que hizo que ese día nos confiáramos de más. El partido comenzó imponiendo la lógica un tiro del Zamora abrió el marcador, el portero no pudo hacer mucho en ese tiro. Al anotar primero sentimos que lo demás se daría solo. Pero los del Álamo tenían otra idea en mente y con un juego movido nos empezaron a dar toque, con un tiqui taca parsimonioso. No tardaron mucho para anotarnos un gol. Llegó el medio tiempo y todos teníamos el mismo tema de conversación, y el Tavis o poco sacado de sí dijo:
¡No mamen cabrones, el portero nomás tiene un brazo!
La neta, ya ni chingamos, hay que tirar de lejos – dijo el Larry –.
Simón, hay que calarnos.
Todos quedamos en el entendido de que teníamos que meterle presión al portero, empezamos a tirar de todos lados, en cuanto la teníamos ¡Bag!, sacábamos el tiro. Pero por más intentos que hacíamos no pudimos meterle otro gol al portero, él se revolvía en el aire para hacer atajada tras atajada. Por fin lo inevitable nos cayó el segundo y perdimos el partido. Una vez en la banca todos nos mirábamos decepcionados y nuestro debate continuó:
Chale voy a creer, que no le pudimos meter otro.
No creas está manco, pero no está buey.
La negra, ese compa para más con una mano que muchos con las dos.
Simón Ramón.
Ya ni pedo, vamos a la tiendita o ¿qué? – dijo el Paco –.
Cámara vamos.
Ente nuestros ojos no podíamos creer lo que vimos un equipo con un portero de un solo brazo nos venció en parte por exceso de confianza en parte porque para él la falta de un miembro no es limitante para ganar una cascarita.
Pubis
Mario Plascencia
El sabor de tus propuestas aladas y celestes viven
enclaustradas en huelga de hambre. Tienen por consigna la solicitud de mi
cabeza en una bandeja antes de volver a la cama. La abstinencia de tus labios
me deshidrata y lleva la piel hasta mis huesos, me faltas.
Causaste la adicción sutil y necesaria para que mi
cuerpo no quiera estar lejos de tus sueños pedestres para que mi dejavú
recurrente de cada amanecer, me atormente, despertar para tomarte por la
espalda, asirme a tus pechos, anclado a tus muslos.
Nuestra cama, esta bestia apolillada que nos pesca
con anzuelos brillantes de deseo, sus sabanas claras parecen alas que nos
elevan casi al punto de tocar el techo, las rígidas almohadas nos estorban al girar
por los lienzos de un Dalí efímero que pintaba tantas caricias como relojes
carentes de manecillas.
Extraño la extrañeza de extrañar tu cuerpo y de tu
cuerpo tu pubis adicción eterna de mis poemas.
Desde la cima del mundo
Saturnino Ruiz Roque
Espiritualmente he venido a la
alta cima del mundo a meditar
y a pesar de esta soledad tan
inmensa me siento tan pequeño
tierna y amorosamente, convergen
los desgarrados ocasos
me embriaga una eterna paz,
el cobijo de luz esta por acabar
devenir del día y la noche
prosigue, se enturbia y es un otoño
comienza a descender la
noche y llegan luceros escarchados.
Destellos, arco iris en mágicos espirales, inimaginables formas
mi corazón y mi alma empiezan a
constelar del amor oblativo
de un dios que poder, nada es
circunstancial, solo explicación
que el artífice que lo hizo todo y de la nada produjo las cosas
obra maestra que somos
nosotros hemos de su mano salido
por eso al dar las cosas al
hermano siempre será de corazón.
Y cintilan miriadas y muy lejanas
luces, tonos multicolores
que increíbles espectáculos
sobre la bóveda negra del infinito
hasta donde los ojos del alma
alcanzan a distinguir el cosmos
en pañales envuelta está nuestra
la tierra en vaporosas nubes
chisporrotean con deslumbrante
y celestial mágico concierto
parecieran imágenes de fantasía,
como las flores de nelumbos
aún con tanta belleza, el
alma embriagada del amor humano
se consume como brasas que en
fuego las llamas por un beso
unas a otras se deslizan, las
aguas se funden al final en el río
tú y yo juntos en poesía
y aún en el dolor hemos al fin amado.
Escurrir
Atenazar los mares
los solsticios
girar la cabeza de pulpo
y tentar cuadras arriba las bombillas disecadas
los columpios de cartón que se erigen
como el papel tapiz de una jirafa
que en moluscos se descompone
babeando archipiélagos
que rezuman en anhelos alelís
en burbujas baratas y afloradas en tu piel escamosa
como de verano rugoso
de forastero embriagado
que simula fumarse su sombrero de arena
como reflejo vidrioso del tiempo
como agua asida a media noche
esa que redime los flujos salinos
los golpes de suerte
y las olas nocturnas…
“Ya no estamos pa’ consejos”
“Ya no
estamos pa’ consejos”. Me dijo un tío
que
le recomendé no bebiera tanto.
Es
verdad, pensé; que le puede enseñar
una
persona que tiene cuarenta años menos.
La
vida permite que el hombre se llene de experiencia,
conozca
, reflexione y aprenda.
(uno
supondría que debe ser así)
Pero
desde hace varios siglos no veo eso.
Hay una tristeza en el hombre que no puede con
ella,
cansado
de la vida o de sí mismo, transmite su hastío
a
las nuevas generaciones, sin saber en qué momento
se
perdió la alegría de vivir, en dónde la paz.
“Ya
no estamos pa’ consejos” me dijo un tío.
Tiene
razón, ya están grandecitos pa’ decirles
lo
que está bien y lo que está mal.
Ya
saben que el odio engendra odio,
que
el deseo es el mal de la humanidad,
que
la felicidad no está en las cosas
sino
en el interior de las personas,
que
el culpable de que el mundo esté así
de
jodido, es el mismo hombre.
Ya
saben que los problemas no existen,
El
mismo hombre los crea,
que
la solución está en que quieran;
el
límite del hombre es su imaginación,
y
que siempre seremos esclavos
de
nuestras creencias.
Pero…
“ya
no estamos pa’ consejos” me dijo un tío.
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