[diafonía 2]
=> => Colmena*
Iliana Vargas
Sus vidas están pobladas de enredaderas
y secretos que explotan en flores y bulbos brillantes para olvidarse de las
raíces oscuras que a momentos asoman dientes rojos de entre la tierra. Yo tengo
muchos dientes así, que parecen dormidos y que de pronto parpadean y gritan. Yo
tengo flores de navajas adheridas a los dientes que brotan como espuma de
carbón sulfatado. Yo tengo el desatino de ser como mi otro yo. Ése no: el Otro:
el que sabe arrastrarse entre corrientes de tierra volviéndola argamasa después
de restregar sobre ella la esencia viscosa del cuerpo que desprende, a su paso,
las señales, los restos de aquello devorado entre la tercera y la quinta hora
de la madrugada, cuando los cuerpos yacen serenos y vulnerables a cualquier
invasión. Sus entrañas se me ofrecen incautas, necias, afanosas, entre la
carnosidad suave y relajada que nunca opone resistencia. Hay quienes me
alimentan hasta quince veces en ese lapso de dos horas, atribuyendo a alguna
dermatitis alérgica o nerviosa, las puntillosas cicatrices con que sello mi
saciedad. Será que estoy tan arraigado en ellos que por eso no me notan, no me
perciben siquiera a pesar de la constancia con la que me invocan, a veces hasta
el delirio. Y es a causa de ese delirio que mi cuerpo representa la mutación
perenne: la inestabilidad deforme. Mis cartílagos se ensamblan generando una
multitud hexagonal sin solidificarse jamás: permiten el estiramiento de la
médula y la membrana turquesa, siempre salivada, que les recubre: la membrana
que es el ojo violáceo y es la garra argenta y es el ácido musgoso con que
degluto, casi imperceptiblemente, racimos de entrañas. Visualícenme como cada
una de las sombras que ellos proyectan y tendrán la imagen de mi naturaleza y
la naturaleza que los devora: soy Colmena, el deseo que todos y cada Uno de
ellos tiene por ser la bestia que brama en el Otro.
*De Magnetofónica,
Ediciones y Punto, 2015.
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