Al atardecer, miramos la silueta de un hombre y su
caballo.
A lo lejos, se oía como que le hablaba en susurros
aunque,
por los movimientos que el caballo hacía mientras
lo escuchaba,
supusimos que se trataba de una criatura
fantástica;
un producto de nuestra imaginación.
Aquellas vacaciones fueron extrañas.
El durazno de mi madre se secó.
Nos encontramos un ave del paraíso disecada en la
sala de una anciana.
Y ése hombre, hablándole al caballo, puedo asegurar
que era mi abuelo.
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