Dos de diciembre de 1947
Querido lector:
Es invierno, escribo de madrugada, con un dolor casi insoportable
en la sien, hace mucho frío y me encuentro solo, creo que es
la mejor manera de escribir y responderles.
¡Ya basta de cuestionamientos que día a día recibo!
Quiero que quede muy claro que soy un hombre de ciencia.
¡Cómo pretenden mezclar a la ciencia, con sus ínfimas supersticiones
sin sentido!
Lo he dicho y escrito casi todas las noches; ¡LAS MARIPOSAS
NO SON MALAS, ni anuncian la muerte, ni perpetúan un instante
al ser tocados por éstas, no!
Al contrario, son hermosas, son unas grandes artistas de la supervivencia
y el engaño. Tras sus espectaculares colores y formas,
esconden talentos insospechados.
La Ascalapha odorata, —o mariposa negra, también llamada absurdamente:
del país de la muerte, bruja negra, del espanto, del
mal agüero, y otros tantos términos que lo único que me provocan
es risa— es la más hermosa de todas.
Un día, perfectamente recuerdo la fecha, dos de diciembre de
1947, una majestuosa Ascalapha, extendió sus alas de par en
par, en el vestido favorito de mi abuela Agripina. Sin más, la
abuela exigió de inmediato, quemasen el vestido en el fogón de
las tortillas, y la hermosura de alas de terciopelo, se postró en
mi sien.
La abuela Agripina, pidió a mi madre y a mis tías la maquillaran,
después de haber pasado dos horas y un cuarto aseándose.
Se envolvió en un vestido blanco que mi abuelo le obsequió antes
de partir a la guerra, su reboso parecía una cascada de miel que
desembocaba en sus hombros. Cepilló su cabello como de espuma,
y el oleaje de su perfume se hizo eterno en mi recuerdo. Preparó
el mejor pozole que he comido en mi vida, lo disfruté cual si
fuese el último.
Reunidos en el comedor de la casona, nos contó que nadie puede,
ni debe escapar a su destino.
Estaba segura que la muerte le había enviado una señal cuando
la mariposa se postró en su vestido, y que si no acataba su orden
pasaría la eternidad perdida en el purgatorio, y no encontraría
la paz, ya que no sabría que había muerto. Decía, que existían
almas que se aferran a la vida, engañadas, sin importarle que
pasen la eternidad en inviernos, escuchando los lamentos de sus
seres queridos, sintiendo la impotencia de no poder responderles
jamás. ¡Patrañas!
Cuando terminó su pueril discurso, muchos soltamos una espontánea
carcajada. Ella se perdió en los hechizantes ojos de la mariposa,
que sigilosamente pendía del candelabro de cristal, y se
encerró en su cuarto.
Tengo más de treinta años de experiencia científica, prestigiosas
publicaciones, conferencias alrededor del mundo, y sigo sin entender
cómo es que las personas continúan creyendo en absurdas
supersticiones. Es cierto, la abuela Agripina no despertó la
mañana siguiente.
Pero, ¡Carajo! Son meras coincidencias.
Dejen de fastidiarme, que provocan que el dolor de sien se intensifique
por las madrugadas, y en estos inviernos que parecen
eternos, el dolor no cesa.
¡¡¡No cesa!!!
Dos de diciembre de 1947
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