Apenas la verga se
erguía encandilada
ya la vida iba
adquiriendo el tono de una fotografía
estaba el mundo o
lo que creía ser el mundo, apretado todo
en una escuela
secundaria
tengo 14 otra vez,
estoy asustado todavía no sé quién soy.
Tengo 14, orinar
afuera de la taza me sigue pareciendo
un proyecto
político
nadie me advirtió
de la sublevación interna
esa interminable
lista de ídolos muertos: las flores y los edificios
cayendo en el
estómago.
Hay una riña en la
cancha de futbol: vuelan mis puños en pañales;
revientan, se
amontonan a otros puños temblorosos
intervienen
entonces dos ángeles uniformados: una de ellas
Laura o Mariela,
se acerca, limpia mi rostro ligeramente sangrado.
Tengo la verga
endurecida por Marta o Graciela, y me siento
un sayayin
enamorado
trazo a los 14 mi
futuro: el árbol, la casa
la entonación de
los ladridos del perro
una serie de días
frente a la chimenea que no llegarán nunca.
Ahora Laura o
Graciela debe estar triunfando, llorando
al escuchar una
canción, comiendo galletas
a la espera de un
taxi en otro mundo
sin recordar mi
sangre y su metáfora: la febril corriente
que respaldaba
aquella tarde la erección y mi nariz golpeada.
Años después,
sobre las montañas de escombro de aquellos veranos
tan dulcemente
desperdiciados
pienso desde lejos
en la posibilidad extinta
eso que hubiera
sido
de calcarse en el
presente aquella tarde al mediotiempo
si árboles,
familias, perros al lado de otros yos se cuestionarían
por mí, ese otro
resultado del partido.
Congelada
en pospretérito Laura o Mariella, sus inalterables 14
en
esta fotografía y el tiempo: árbitro de todo encuentro
ejercita
la clausura de las posibilidades, inaugura también
establecimientos
museos
en los que no seré más que otra salida de emergencia.
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