sábado, 5 de noviembre de 2022
TERRAPLÉN / Paul Carrillo
Aunque a veces esté totalmente equivocado mi país puede ser
todo menos la mancha de sangre encima del mapa. Entonces
me pregunto qué es un mapa y me pregunto qué es un país.
Qué puede significar mapa o país, una mano que sostiene su
extensión a escala y dice, esto es mi país:
una historia maquillada por el plomo
el desierto con vista al mar
en el que bailo y aúllo
y me preparo un molcajete de tiempo
Pero nada de eso es un país, se llama historia personal
se llama miedo a no ser. Miedo a estar totalmente equivocado
y que de hecho, una mancha encima del mapa
pueda considerarse un país. Se llama miedo a cruzar el miedo
igual que un indocumentado.
Liber / Jesús Alfonso Silva Iñiguez
Somos un bloque de múltiples cabezas
Y vamos escupiendo ideas por todas partes
Una hidra que se multiplica y se expande
Somos los de los cafés y los bares
Que se presentan con luces tornasoles
Con más dudas que certezas en nuestros escritos
Con voces tartamudas y sumamos nuestras
creencias, de muchas ideas que van así siendo liber.
Piedras de Tetlán / Hugo Medel Gómez
Quiero ser una piedra
Como esas de tetlán
Insolente con el tiempo
Canalla de la urbanidad.
Quisiera ser como piedra
Pero de esas de Tetlán
Con una hermosa vista hacia la “city”
y para que a mí me dé primero el sol
La minerva
¿Qué hace una diosa griega perdida en tierras de xal?
Casi monolítica
quizá bañada con aguas de Chapala
me supone contradicción
aquí donde alguna vez se adoro
La caja rápida / Ernesto Brannan
Me llamo Katatsumuri y odio la caja rápida. Detesto su aleteo,
el rápido batir de quince artículos.
-Katsuchan -me dice la encargada al empezar mi turno-. Hoy te
toca la cinco.
Al presionar el botón, el candil pasa de una roja quietud a un
avispado verde. Mis manos pronto tentáculos se arrojan sin
remedio al oleaje sinfónico de un beep.
En las filas vecinas se corre el rumor e inquietos y agitados
se agolpan uno tras otro: la que se estacionó en doble fila, el
que olvidó el wasabi para el sushi, el maestro que en el carro
siempre empuja los pañales y a los gemelos.
–Katsu querido, no olvides leer sobre el milagro económico.
Le digo que sí, que lo veo en la facultad después del turno. Pese
a lo sugerido, en la caja rápida los milagros llegan lentos.
Odio la caja rápida, la cinta transportadora que nunca cesa.
Una lengua larga y negra que se repite a sí misma, que
me repite a mí mismo, doblando con el vértigo de una vida
precaria.
-Katatsumuri el precario -me dicen en la escuela.
De reojo miro a los usuarios en espera, descubro a tres
carros de distancia a la abarrotera del barrio que no deja de
aprovechar las ofertas en sal de mesa.
Soy Katatsumuri, además de la caja rápida odio la sal. La
velocidad con la que seca mis fuerzas. Soy un cuerpo con
la quietud del agua estancada, soy un cuerpo lento con la
velocidad de un sistema caído.
Sin sistema la caja rápida se clausura.
En esos casos toco un timbre, detengo justo a tiempo la cinta y
suspiro con alivio.
Mi identidad lleva una “T” / Sophie Smawley
También los ateos agradecen
Agradecen a la nada cuando han sido realmente felices
Escuche que la tristeza se resume en perdida
El ser todo lo absorbe
La voluntad se rompe
Solo es cuestión del habito
Por el mal habito de ir a “trabajar”
Por el mal habito de ir a “casa”
Como cuando se es gordo y no se conoce el buen humor a causa
de la salud.
Que esta realidad hecha de polvo siga formando significados en
nosotros.
El charco en la tierra, el mar en el cielo y el cielo en el charco.
Las raíces de los árboles levantan las banquetas, la lama crece
en las paredes
Dicen que mi lugar natal huele a pura tierra mojada
Que el olvido no nos robe el alma y que el alma sea infinita
Aunque nos cuanticemos en yos
Que en este mundo mortal se puede ser inmortal si se mueve
infinitamente deprisa.
Como mi perro, que esta conmigo y con todos casi al mismo
tiempo.
Soy ecosistema suicida, pero mi alma lleva una “T”
Pues todo lo que hice me ayudo a reflejarme y todo lo que haré
es porque me provocas.
Micro-drama / Jorge Ayala
La orquesta calló, como en picada, siendo eco del inaudito
estallido. Ellos se percataron inmediatamente del error, estando
justo a ras del escenario, era casi obvio; Eduardo frotaría sus
sien derecha con el revólver .357 Magnum, diría, lo
que nadie creía que serían sus últimas palabras, halara el gatillo
y caería sobre un charco de salsa de tomate. Pero sus sesos
deshechos por escarcha de pólvora, se tendieron en el suelo,
abrigándolo de una muerte escarlata.
La violinista de la tercera fila quebró en llanto, se paró de su
asiento y toco el solo más triste del mundo, el público rugió
enervado por la conmoción del disparo, o mas bien, la conmoción
en el cráneo de Eduardo; las mujeres imitaron
a la chica del violín, derramando su confusión en llanto, los
mejores productores de la escena exclamaban extasiados por el
“realismo”, pero los más observadores callaron, dejando caer la
cabeza por el suelo.
El periódico local (amarillista por casualidad) sentenció en el
encabezado: Microdrama termina en mega-tragedia. Declarando
en la primera fila, primer párrafo,
quinta línea: una muerte accidental. Al día siguiente nadie quiso
hablar del tema, todos lo consideraban un suicidio programado
por una mente muy retorcida, aunque entre el cuerpo sinfónico
se rumoreaba que, Rebeca, la violinista que
abrió fuego con sus lágrimas y sus notas, además de ser la
prometida del difunto, se había acostado varías veces con el
encargado de utilería.
El ciego alimentando a sus cuervos / Cesar Corona
Vi desde el monte Twitter el regreso de los 4 jinetes que mencionó
aquella ocasión Juan en la Isla Patmos y que recientemente
menciona Yuval Noah Harari en su obra Homo Deus. Son estos
mismos los que diezman la humanidad de tiempo en tiempo.
Se acercan. Los cascos de estos caballos hacen vibrar la tierra.
Se asoman en distintas localidades, pareciera ser que miden
algún tipo de conducta humana.
Se escuchan guerras y rumores de guerras, pestes (coronavirus-19,
viruela de mono), hambre (escasez de comida e inflación),
muertes. Cuanto más veía sabía que los tiempos se alineaban a
lo dicho por Emmanuel en Mateo veinticuatro seis al ocho.
Vi reagrupándose de nuevo la manada del pálido, blanco, negro y rojo.
Los cuervos comienzan a congregarse de los cuatro puntos
cardinales para volar detrás de estos cuatro paladines para un
prolongado festín de todo lo hollado. No queda nada que respire
a su paso. Los corazones desfallecen ante lo inevitable.
La luz es turbia, las antorchas se obscurecen y los días son cada
vez más largos.
Vi al octavo profeta menor levita cantor Habacuc uno dos al
cuatro fuera del templo clamando voz a cuello a YHWH
“¿Hasta cuándo debo pedir ayuda, oh SEÑOR? ¡Pero tú no
escuchas! «¡Hay violencia por todas partes!», clamo, pero tú no
vienes a salvar. ¿Tendré siempre que ver estas maldades? ¿Por
qué debo mirar tanta miseria? Dondequiera que mire, veo
destrucción y violencia. Estoy rodeado de gente que le encanta
discutir y pelear. La ley se ha estancado y no hay justicia en los
tribunales. Los perversos suman más que los justos, de manera
que la justicia se ha corrompido.”
Su voz tuvo un tono tan grave que fuese como sí las ondas sonoras
se deshidrataran y se desprendiesen en pequeñas partículas
aparentemente desordenadas conformando una nube que cada
vez que los cuatro paladines se daban cita, esta nube aparecía
a un estadio previo a su llegada. La nube recogía este mismo
clamor de las personas a su paso.
Vi al profeta mayor Isaías cuatro uno, desde el pasado en
babilonia diciendo; “En aquel día quedarán tan pocos hombres
que siete mujeres pelearán por uno solo y le dirán: ¡Deja que
todas nos casemos contigo! Nos ocuparemos de nuestra propia
comida y ropa. Solo déjanos tomar tu apellido, para que no se
burlen de nosotras diciendo que somos solteronas”.
Su voz tenía tal eco que conforme pasaba el tiempo más se vigorizaba.
En el monte Twitter esto resonaba fuerte e incomodaba a toda la
población. Ofendía a chicos y grandes. Todos vociferaban dando
grandes voces escritas en sus afilados caracteres preparándose
para una gran hoguera digital.
Vi al profeta menor Amós, productor de higos en Tecoa al límite
del desierto de Judá gritando con urgencia “Buscadme y Viviréis”.
Más adelante volví a ver al profeta mayor Isaías que recibía
palabra y era está: “Olvida todo eso; no es nada comparado
con lo que voy a hacer. Pues estoy a punto de hacer algo nuevo.
¡Mira, ya he comenzado! ¿No lo ves? Haré un camino a través del
desierto; crearé ríos en la tierra árida y baldía.”
Y eso daba esperanza.
Había un lugar donde los paladines no podían entrar, ni ninguna
de sus hueste que pudiera afligir a las personas. Ni los cuervos
eran bienvenidos.
En este lugar había un santuario del cual salían aguas que fluían
por toda la tierra. Este río con sus aguas sanaban toda la tierra
que tocaban a su paso y desembocaba en el océano, esté también
era aliviado y con presteza era llenado de toda criatura marina.
En este lugar se formará un reino expansivo donde habrá
justicia. No habrá ni socialistas ni capitalistas. No volverá haber
injusticias como las que suceden en el Sonora Grill. El agua
no escaseará como en Monterrey. Será un reino soberano como
Jalisco pero sin crimen organizado.
Vi entonces que los cuervos no tenían más comida y estos caían
como moscas al rocío de vinagre blanco puro. No vi otra manera
más que hacerlos vegetarianos y libres de gluten. Al poco tiempo
se hicieron albinos y quedaron ciegos. Desarrollaron un oído
agudo y comenzaron a ser guiados por una mariposa monarca
que la dejó atrás su enjambre y está se equivocó de santuario. Los
cuervos aprendieron a tener dominio propio, eran tan amables y
afables que no chocaban unos con otros.
Me comí el útero a mordidas ( Fragmento) Intestinos / Diana Noble
El amor me revienta los órganos
nada de sutilezas
o canciones melosas
no, tajante golpe
certero corte.
¡Zaz! ¡Zaz!
¡Raz, ¡Trazzz!
Feroz, preciso,
corte perfecto,
y mis intestinos cubiertos
de flores.
¿Y el aroma a estiércol?
No puedo pensar...
El perfume de sus ojos
impregna
las paredes de mis tripas.
Qué razón ni que ocho cuartos,
la sangre me hierve
y mis intestinos
lo saben.
Estoy prendida a su piel
como espina,
en mi ser la sangre florece
y brilla,
beso su cuello
quedo fluorescente,
encendida,
preñada de luz
Se vislumbra mi felicidad
desde las nubes
¿Y los intestinos?
¿Mis intestinos?
Son juegos artificiales
explotando,
el amor los vuelve locos
corren de un lado a otro
de mi estómago
esperando que mi estúpido cerebro
se dé cuenta
de que el amor
ha barajado sus hilos
y me tiene paralizada.
No hay remedio
sucedió,
el amor entró por las pupilas
sin entendimiento humano
que frenará los bríos
mi mente no deja de cargar
las emociones
no puedo detener los sentimientos
menos,
que mis intestinos defequen miel
por todos los poros.
Soy / Enrique Guízar
Soy el verde en el uniforme
del idiota asesino
peleando ignorante la inútil guerra de su majestad.
Soy el blanco en la piel del que oprime
a mi “paisa” el mojado.
Soy el rojo en la sangre
del dios que impusieron
con sable y fusil a nuestros ancestros.
Soy la bandera invertida,
invertida la cruz.
Soy el cansancio del campesino
la desmotivación del obrero;
la sequía y el desempleo.
Soy la vergüenza del salario mínimo,
la esclavitud disfrazada de trabajo digno.
Soy la demagogia en el grito de independencia
soy el laberinto de la soledad.
Soy el nepotismo y el beso de Judas
la incongruencia de los intelectuales
el sarcasmo de los artistas.
Soy Santa Ana vendiendo su patria
la muerte en vano de Villa y Zapata.
Soy la fe del obispo pederasta
y el precio de la extremaunción.
Soy el amor honesto de las prostitutas
la noche triste sin árbol del presidiario.
Soy lágrimas ácidas de un cielo contaminado
el que no tranza no avanza
y el cielito lindo.
Soy la cucaracha
que no camina sin la mariguana
otro revoltoso asesinado por el estado.
Soy las ruinas ancestrales que no se encontraron
y los monumentos de cabeza hueca.
Soy el estanque de la decepción
la pasividad, un mal interprete de la rebeldía.
Soy la Malinche, el hijo de la chingada.
Soy Todos y Nadie, soy México…
y me doy asco.
Zombis / Samuel Rodríguez
Fuimos padres algún día.
Descubrimos la alegría y la agonía;
todo a gran escala.
Acompañamos a nuestras hijas en la ambulancia.
Les tomamos la mano para que no se asustaran.
Les dijimos que todo iba a estar bien,
que no debían preocuparse por nada.
Nos derretimos de ternura en la noches
cuando se levantaban llorando
y se dormían en nuestros brazos.
Parecían galaxias con esperanza de vida eterna.
Pero murieron. Todas al mismo tiempo.
y con ellas murió toda nuestra alegría.
Nos quedamos solos,
vagando en este planeta como una especie primitiva
sin ningún rasgo de personalidad.
Sin ideas.
Sin tareas pendientes ni futuro.
Condenados a ser carne muerta
pero con vida.
Los “Sin Sombra” / Elizabeth RH
Así se conocen realmente. No son ni “marcianos”, ni
“extraterrestres” ni “seres inter-espaciales”; son los “Sin
Sombra”, o los S.S. para aquellos que quieran ahorrar
saliva. No se sabe si vienen de algún planeta en específico,
o de alguna galaxia a la que pertenezcan, siempre tuve
entendido que son algo así como nómadas aventureros, que
gustan de capturar nueva información de cada mundo al
que van, en son de paz, claro.
Mi abuelo decía que son idénticos a nosotros, aunque
en algunas ocasiones más presentables. Él dijo haber
convivido con muchos, fue de su boca que sé todo acerca de
los S.S. Me contó – en uno de esos días en los que estaba
de buenas para platicar–, que los Sin Sombra se afiliaban
al ejército “humano” para aprender de la guerra, como
simples espectadores (mi abue comandó una tropa después
del Porfiriato y todo eso) y que a su vez, los militares
gozaban de las altas tecnologías que les traían de afuera
los S.S. Mi abuelo decía que habían luchado en tantas
guerras que él ya no estaba seguro si los que ganaban eran
humanos o los S.S. Así que en un principio, el contacto con
los seres extranjeros era meramente militar, pero se dice
que les gusto tanto la Tierra que a veces vienen de turistas,
a mirar una que otra maravilla mundial a la que no hayan
dedicado mucha atención en los milenios pasados.
Admito que la primera vez que mi abuelo me habló de
ellos ni le creí; viejo decrepito, se estaría volviendo loco en
el asilo, pensaba yo con ganas de no volver a verlo. Pero
eran tan convincentes sus historias y tan novedosos sus
cuentos, que terminé creyéndole más a él a lo que cualquier
revista de OVNIS pudiera aludir sobre los hombrecillos
verdes. Así que, después de algunas cortas anécdotas,
comencé a visitar a mi abuelo, cada sábado sin faltar, para
que siguiera hablándome sobre los misteriosos S.S. y de
algún otro detalle de su juventud.
– ¿Y por qué les dicen los “Sin Sombra”?¬ –le pregunté
curioso en una de nuestras sesiones.
Él simplemente se acomodó en su silla y con toda la voz de
la experiencia y el conocimiento, comenzó a explicar que
ese apodo lo tenían ya que en sus tierras natales carecían
de ese cuerpo oscuro que los siguiera a todos lados pues en
los lejanos lugares de espacio no hay un Sol que ilumine
algunas facciones y haga oscurecer a otras. Y al ser así,
cuando vienen a nuestro planeta, caminan y se mueven sin
una sombra que los acompañe, pues nunca tuvieron una.
– Eso es lo que los hace diferentes a nosotros, hijo –me dijo
al final–. Eso y que chasquean mucho la lengua –miró al
techo como recordando algo, haciendo ese sonido con la boca.
Dos años después de que me empezara a hablar sobre los
S.S. el abuelo murió. Creo que el haberse ido tan pronto y
el que yo creciera sin volver escuchar nunca más sobre esos
cuentos chinos, me hizo dejar de creerlos. Claro que ahora,
a los 17 años, esas cosas son niñerías y absurdas
tonterías. Pero bueno, al menos pude recabar buenos
recuerdos del abuelo, aunque sean muy bizarros…
Esta mañana volví a ver a Marcie Anna, una chica que conocí
en una reunión escolar, que viene de un país extranjero y
con la que llevo saliendo un mes. Creo que pronto podríamos
pasar a algo interesante. Fuimos a comer a Polanco y la
acompañé a casa, se detuvo frente a la puerta de entrada
y me dio un beso que me mandó directo al espacio sideral.
-Te veo mañana- susurró con el tono y acento de un Español
apenas aprendido, y acto seguido tronó la lengua de forma
graciosa, costumbre quizá de su nación.
La despedí en la puerta y regresé a mi camino hacia el metro.
De pronto, pensé en mi abuelo. Es de esos pensamientos que
te vienen de pronto, sin mucho sentido y que se te meten al
cerebro como si fueran importantes. No le presté atención
a la imagen del viejo, sentado en su silla de costumbre
junto a la ventana, tomándose agüita de arroz mientras me
hablaba de cuentos e historias del espacio...
Salí del metro y del andén, subiendo las escaleras. Mi
sombra se alargó al frente cuando salí de la estación y el
sol me golpeó la espalda. Mi yo oscuro se extendió, como
un gemelo larguirucho al que tampoco debería prestar
atención. Nadie presta atención a su sombra. Menos a la
de su novia extranjera. Porque Marcie Anna tenía una
sombra, ¿cierto? Con tantas cosas buenas que ver en ella y
en su cuerpo esbelto, a quién le importa una sombra...
Y a quién le importa el cuento loco de un abuelo que hablaba
de extraterrestres como si fueran tan reales como
las guerras en las que peleó.
No me moví de mi lugar, mientras la gente pasaba a mis costados.
La sombra debajo de mí se quedó allí como recordándome
de dónde vengo y de qué planeta soy. Chasqué la lengua
junto a mi mejilla, averiguando. Era el mismo sonido que
ella había hecho, ¿cierto?
Alcé los ojos al cielo como si recordara al abuelo, haciéndolo
para mí, como una demostración y prueba de su historia
sobre los S.S. ¿Cómo había sonado? ¿Cómo fluía su sombra
a la luz de la ventana? Tenía sombra... Sí. No lo recuerdo.
De esos detalles, ¿quién se acuerda? ¿Quién presta atención
siquiera a los abuelos hoy en día?
Antes de las palabras / Guillermo García
Antes de las palabras éramos todo.
Formábamos parte del mundo,
de la naturaleza como creación perfecta.
El caos llegó a nosotros junto con las palabras…
Pájaros cantando, el sonido del aire
y las hojas de los árboles en movimiento,
el olor de la tierra húmeda, la tranquilidad del hogar.
Éramos la naturaleza,
manteníamos un equilibrio natural no pensado.
Contemplábamos, no criticábamos.
Recorríamos el mundo en busca de comida
y un lugar donde refugiarnos del frío,
la lluvia o el sol.
No en busca de petróleo,
oro o tierras que conquistar.
Escuchábamos al viento,
al río, al mar, al canto de las aves
y el murmullo de los bosques.
Aprendíamos de la madre tierra,
de la organización de las hormigas,
del cambio que sufren las orugas o las águilas.
No a la caja de pandora que muestra la decadencia del hombre,
la venganza, el odio, el fanatismo, el ruido, o la violencia.
Antes de las palabras no había pensamiento,
no se perturbaba el hombre.
No dividía, no separaba,
pero con ello vendría
el conocimiento de las cosas,
del mundo.
Las palabras le dieron una identidad a todas las cosas,
animales y lo que hay en la naturaleza.
Identidad que sólo le sirve al hombre
para sentirse superior al resto de la creación.
Se le dio un nombre a cada elemento del mundo,
se le conoció y después se le olvidó.
Sólo quedó el nombre en la mente, una idea, un juicio.
Las palabras dieron vida a nuevas palabras,
y se nombraron las pasiones, la maldad,
la bondad, los vicios, las virtudes;
surgió el pensamiento.
Unos descubrieron que se podía volar con las ideas
y otros decidieron que se podía destruir con las mismas.
Su comportamiento fue peor que los animales más salvajes.
Mataron más de lo que se podían comer,
acumularon más de lo que podían aprovechar,
sometían a sus semejantes y destruyeron la naturaleza.
Antes de las palabras…
El canto de la vida,
después palabras bonitas que simulaban el canto…
Después la desesperación, la frustración,
el miedo, el odio, el grito…
La soledad, el abandono,
el silencio… después…
Antes de las palabras…