La orquesta calló, como en picada, siendo eco del inaudito
estallido. Ellos se percataron inmediatamente del error, estando
justo a ras del escenario, era casi obvio; Eduardo frotaría sus
sien derecha con el revólver .357 Magnum, diría, lo
que nadie creía que serían sus últimas palabras, halara el gatillo
y caería sobre un charco de salsa de tomate. Pero sus sesos
deshechos por escarcha de pólvora, se tendieron en el suelo,
abrigándolo de una muerte escarlata.
La violinista de la tercera fila quebró en llanto, se paró de su
asiento y toco el solo más triste del mundo, el público rugió
enervado por la conmoción del disparo, o mas bien, la conmoción
en el cráneo de Eduardo; las mujeres imitaron
a la chica del violín, derramando su confusión en llanto, los
mejores productores de la escena exclamaban extasiados por el
“realismo”, pero los más observadores callaron, dejando caer la
cabeza por el suelo.
El periódico local (amarillista por casualidad) sentenció en el
encabezado: Microdrama termina en mega-tragedia. Declarando
en la primera fila, primer párrafo,
quinta línea: una muerte accidental. Al día siguiente nadie quiso
hablar del tema, todos lo consideraban un suicidio programado
por una mente muy retorcida, aunque entre el cuerpo sinfónico
se rumoreaba que, Rebeca, la violinista que
abrió fuego con sus lágrimas y sus notas, además de ser la
prometida del difunto, se había acostado varías veces con el
encargado de utilería.
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