Así se conocen realmente. No son ni “marcianos”, ni
“extraterrestres” ni “seres inter-espaciales”; son los “Sin
Sombra”, o los S.S. para aquellos que quieran ahorrar
saliva. No se sabe si vienen de algún planeta en específico,
o de alguna galaxia a la que pertenezcan, siempre tuve
entendido que son algo así como nómadas aventureros, que
gustan de capturar nueva información de cada mundo al
que van, en son de paz, claro.
Mi abuelo decía que son idénticos a nosotros, aunque
en algunas ocasiones más presentables. Él dijo haber
convivido con muchos, fue de su boca que sé todo acerca de
los S.S. Me contó – en uno de esos días en los que estaba
de buenas para platicar–, que los Sin Sombra se afiliaban
al ejército “humano” para aprender de la guerra, como
simples espectadores (mi abue comandó una tropa después
del Porfiriato y todo eso) y que a su vez, los militares
gozaban de las altas tecnologías que les traían de afuera
los S.S. Mi abuelo decía que habían luchado en tantas
guerras que él ya no estaba seguro si los que ganaban eran
humanos o los S.S. Así que en un principio, el contacto con
los seres extranjeros era meramente militar, pero se dice
que les gusto tanto la Tierra que a veces vienen de turistas,
a mirar una que otra maravilla mundial a la que no hayan
dedicado mucha atención en los milenios pasados.
Admito que la primera vez que mi abuelo me habló de
ellos ni le creí; viejo decrepito, se estaría volviendo loco en
el asilo, pensaba yo con ganas de no volver a verlo. Pero
eran tan convincentes sus historias y tan novedosos sus
cuentos, que terminé creyéndole más a él a lo que cualquier
revista de OVNIS pudiera aludir sobre los hombrecillos
verdes. Así que, después de algunas cortas anécdotas,
comencé a visitar a mi abuelo, cada sábado sin faltar, para
que siguiera hablándome sobre los misteriosos S.S. y de
algún otro detalle de su juventud.
– ¿Y por qué les dicen los “Sin Sombra”?¬ –le pregunté
curioso en una de nuestras sesiones.
Él simplemente se acomodó en su silla y con toda la voz de
la experiencia y el conocimiento, comenzó a explicar que
ese apodo lo tenían ya que en sus tierras natales carecían
de ese cuerpo oscuro que los siguiera a todos lados pues en
los lejanos lugares de espacio no hay un Sol que ilumine
algunas facciones y haga oscurecer a otras. Y al ser así,
cuando vienen a nuestro planeta, caminan y se mueven sin
una sombra que los acompañe, pues nunca tuvieron una.
– Eso es lo que los hace diferentes a nosotros, hijo –me dijo
al final–. Eso y que chasquean mucho la lengua –miró al
techo como recordando algo, haciendo ese sonido con la boca.
Dos años después de que me empezara a hablar sobre los
S.S. el abuelo murió. Creo que el haberse ido tan pronto y
el que yo creciera sin volver escuchar nunca más sobre esos
cuentos chinos, me hizo dejar de creerlos. Claro que ahora,
a los 17 años, esas cosas son niñerías y absurdas
tonterías. Pero bueno, al menos pude recabar buenos
recuerdos del abuelo, aunque sean muy bizarros…
Esta mañana volví a ver a Marcie Anna, una chica que conocí
en una reunión escolar, que viene de un país extranjero y
con la que llevo saliendo un mes. Creo que pronto podríamos
pasar a algo interesante. Fuimos a comer a Polanco y la
acompañé a casa, se detuvo frente a la puerta de entrada
y me dio un beso que me mandó directo al espacio sideral.
-Te veo mañana- susurró con el tono y acento de un Español
apenas aprendido, y acto seguido tronó la lengua de forma
graciosa, costumbre quizá de su nación.
La despedí en la puerta y regresé a mi camino hacia el metro.
De pronto, pensé en mi abuelo. Es de esos pensamientos que
te vienen de pronto, sin mucho sentido y que se te meten al
cerebro como si fueran importantes. No le presté atención
a la imagen del viejo, sentado en su silla de costumbre
junto a la ventana, tomándose agüita de arroz mientras me
hablaba de cuentos e historias del espacio...
Salí del metro y del andén, subiendo las escaleras. Mi
sombra se alargó al frente cuando salí de la estación y el
sol me golpeó la espalda. Mi yo oscuro se extendió, como
un gemelo larguirucho al que tampoco debería prestar
atención. Nadie presta atención a su sombra. Menos a la
de su novia extranjera. Porque Marcie Anna tenía una
sombra, ¿cierto? Con tantas cosas buenas que ver en ella y
en su cuerpo esbelto, a quién le importa una sombra...
Y a quién le importa el cuento loco de un abuelo que hablaba
de extraterrestres como si fueran tan reales como
las guerras en las que peleó.
No me moví de mi lugar, mientras la gente pasaba a mis costados.
La sombra debajo de mí se quedó allí como recordándome
de dónde vengo y de qué planeta soy. Chasqué la lengua
junto a mi mejilla, averiguando. Era el mismo sonido que
ella había hecho, ¿cierto?
Alcé los ojos al cielo como si recordara al abuelo, haciéndolo
para mí, como una demostración y prueba de su historia
sobre los S.S. ¿Cómo había sonado? ¿Cómo fluía su sombra
a la luz de la ventana? Tenía sombra... Sí. No lo recuerdo.
De esos detalles, ¿quién se acuerda? ¿Quién presta atención
siquiera a los abuelos hoy en día?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario