Alejandra Torres de Moira.
La cabeza te da vueltas en una esférica
danza de tortuosa adrenalina inyectada en los músculos traseros de los muslos,
catástrofe, furia, maldición, deseos de la
nada, de gritar dejándote caer a una oscura habitación donde el sonido
no tiene lugar. Aplastante realidad que te colma de deseos de sucumbir en un
aleteo anticipado de retardadas conclusiones de muerte anhelada.
Bajar
del autobús de regreso a casa para desgarrarte la garganta en gemidos
completos, sin tapujos o tormentos disfrazados, tumbarte en la acera de una
gasolinera perdida en un abismo que tu mente creó al momento de colapsar las
rodillas, raspar tus aún no sanadas heridas,
hundirte en las letras que forman “desgracia” para después contemplar con la mirada vacía
la calle repleta de autos y peatones que pasan sin observar…
Llegar a tu cama y esperar… esperar, y
esta desdichada huesuda que no quiere llegar…
Sin razón eufórica das vueltas
estrepitosas en sombras marchitadas por las tardes jamás reguardadas en la
locura de la quinta curvatura de los ojos color miel que pertenecientes a tus
glóbulos estallan en un inconsciente manto sin cordura, la duda que se
desintegra en la praxis de tus anhelos, esos que se llevan junto al seno firme
que se alza orgulloso y vanidoso, haciendo menos a la extensión de los suyos
que llevas puestos tras ese vestido arrugado de ensoñaciones, maldecido por las
pasiones que llevas entre ellas, húmedas, estilando deseos de sábanas enredadas
en estrechas cinturas, en truncos nudos de extremidades perdidas entre amor y
juicio nulo.
Y luego escuchas el resonar de mis
pasos en el pabellón que da a tu cuarto, mis pies descalzos alzándose en una
danza de perfecta resonancia, cultivando sueños desde antes de abordar el suelo
que ciñe bajo tu torre lánguida, antes de tocar las intrépidas paredes que te
tienen cautivo mis manos destrozan la desnudez que aqueja a tus mantos acuosos
sin fondo ni sentido.
Nuestras
bendecidas pieles destrozadas por el paso de los años en tus ya cansados y
suculentos hombros, se encuentran allí, allí se encuentran nuestras ganas, esas
ganas que se han desvanecido por la espesura de tu terquedad y mi silencio, ese
callar que se ha resuelto en un adiós que te robo el aliento, tu sagaz aliento
jamás encontrado, nunca devuelto y siempre recordado como construcción benigna
de cordura que se esconde en nuestra luna.
Y
hoy separas tu camino del mío en una intrínseca despedida que desgarrara tu
alma en tiras de carne y hueso, corriendo entre ríos de incompletas vanidades,
te quieros inconclusos y peleas repugnantes. Miras vuestra helada piel
remarcada por la palidez de mi partida, soñando con el rubor de mis mejillas. Y
has de amarme por siempre, condenado a seguir escalando por el oscuro recuerdo
del pasado, dolido por la falta de mi silueta frente al mar y de mis curvas
vacías en una colchoneta de memorias carcomidas.
Ahora
que me obligas a marcharme a un mundo de vestidos y castillos, sueños y
sabores, te has de quedar aquí frente al espejo, viendo los restos de tu cuerpo
sin la esperanza de verme tras de ti, sin esperanzas de verme sonreír…
Te
suplico que ahora no preguntes, solo lee un adiós anunciado por la
invisibilidad de una dama que decidiste dejar ir.
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