Sus lágrimas creaban profundos cráteres
sobre la frágil espuma. Sus manos, torturaban sin fuerza y con pobre movimiento
aquella prenda contra la superficie irregular. Desde el amanecer y ahora ya muy
entrada la tarde, ella continuaba sin descanso ni ayuda alguna en esa laboriosa
tarea. Todo su cuerpo le dolía, pero esa no era la razón de su tristeza, no;
ella ya se había acostumbrado a ese cansancio, a ese dolor, a esa indiferencia y
abandono que le rodeaba desde hace más de treinta años. Lo que provocaba su
llanto era la misma razón que desde hace tanto tiempo sería el detonador de
todos sus sufrimientos; un hombre, su hombre; su esposo, quién la haría sufrir
cada día de su vida, incluso antes de que ella felizmente e ilusionada dijera;
acepto.
Así,
ella sola en el fondo de la casa, sufría una vez más el dolor que él le había
provocado y que en tantas ocasiones, había jurado y perjurado que no lo
perdonaría, pero al final terminaba perdonándolo y sufriendo silencio. ¿Por
qué? Porque lo amaba, porque quería a su familia unida, porque no deseaba
preocupar a sus padres ni molestar a sus suegros, porque anhelaba que todo
siguiera igual, y sí, todo seguía igual, él continuaba burlándose de ella una y
otra vez, y en cada ocasión de manera más sínica y descara que la anterior.
-----Solo me falta que traiga sus pinches putas aquí… -----sollozó
con rabia.
La noche cayó,
ella seguía intentando lavar, no se rendía ya que sabía que mañana tendría que
planchar toda esa misma ropa ella sola, pero además deseaba distraerse, ocupar
su mente en su tarea, en su cansancio, en cualquier cosa que no le hiciera
pensar en la traición de su esposo. Pero no podía, su dolor era inmenso, él le
había sido infiel una vez más, una de tantas que había sabido, una de tan pocas
que había conocido y una de ninguna que con toda seguridad no sería la última.
Su mente revivía una y otra
vez todas las etapas de su calvario; las sospechas, los chismes, el temor, el
convencimiento, la confrontación. No paraba de llorar, se rindió, dejo la
prenda a medio lavar y caminado con dificultad y embriagada por la tristeza se
dirigió hasta su pequeña recamara, que solo le ofrecía privacidad en ese
momento debido a que no se encontraba nadie más en aquella pequeña y
desordenada casa. Lentamente se sentó en una orilla de la cama, tomó su rosario
y de frente a la pequeña altar sobre la rustica cómoda, comenzó a orar. Era lo
único que le podía ayudar, lo que le tranquilizaba, su salvación en aquel
abandono total, sus dedos se deslizaban por las cuentas al tiempo que repetía
aquellas oraciones que también su sufrida madre hace mucho le había impuesto.
A medida que oraba
comenzaba a resignarse poco a poco, sin embargo no podía evitar hacerse esa
pregunta que por primera vez se hizo hace algunos años por un sufrimiento
similar; “¿Por qué Dios me dio esta vida? ¿Por qué?...” Incluso a ella le
gustaba pensar que así lo había querido Dios, Dios padre todo poderoso, creador
de los infiernos en la tierra; “¡Sí! Esto debe ser una prueba”, se había dicho
a sí misma muchas veces. “Debía de
serlo”, así se había convencido toda su vida, que todo su dolor y su escasa
dicha, era una prueba de Dios, porque definitivamente lo que sufría no podía
ser un castigo, no, no para ella que había sido una buena hija, una buena
esposa, ciudadana, persona y sobretodo una buena cristiana. Libre de
blasfemias, excesos y envidias… “si soy envidiosa, pero no por eso me merezco
la vida que llevo”. La envidia que sentía y que lastimaba a su conciencia, aunque
grande e incontrolable no dañaba a nadie excepto a sí misma. Estos celos se
disparaban cada vez que visitaba alguna amiga, esto muy rara vez, o cuando
acudía con alguna señora que le había pedido su presencia en algún novenario,
durante esos momento en ella se despertaba este malestar secreto: cuando miraba
las casas tan grandes, limpias y arregladas, mientras ella que se había partido
la espalda como esclava durante tanto tiempo, vivía en una pocilga, siempre
sucia y tilichuda, con todo patas arriba y con montañas de ropa limpia, sucia y
usada por doquier. Esa era su única envidia y su único deseo, un lugar más o
menos decente donde pudiera descansar luego de su trabajo, luego de sus
interminables labores domésticas y donde poder tener visitas sin avergonzarse,
un hogar digno de limpiar y cuidar.
No importaba cual era su
sueño, este nunca podía ser, ya que tenía como esposo a un hijo de la chingada;
holgazán, mujeriego y alcohólico, cuyas costumbres le había arrastrado muchas
más desgracias, agresiones, privaciones, miseria, pérdidas, enfermedades,
negocios fallidos, promesas rotas, amistades dañadas y recuerdos indeseable.
No le era posible orar, no
así, sacudió su cabeza con fuerza intentando alejar esos pensamientos,
respiraba profundo intentando tranquilizarse, debía tranquilizarse para poder
recibir la serenidad de Dios, guardo silencio unos segundos intentando poner su
mente en blanco y una vez que tal vez lo consiguió, continuo:
-----Padre nuestro que estás en los
cielos…
…Te ha
humillado en público una y otra vez
-----santificado… sea tú nombre…
… no valora tú
esfuerzo…
-----Ven-nga nosotros tú r-reino
… te ha
engañado con cuantas mujeres ha querido…
-----Hág-a-ase t-tú voluntad-d-d
…te ha empobrecido…
-----en la… tierra-a c-como en el cielo…
…destruyó tú
familia… ha lastimado a tus hijos…
----N-nos-s dej-es… caer… en tent-tación…
…te arrebato tú
virginidad… insulta a tus padres… te ha avergonzado… te ha mentido… usado…
golpeado… despreciado… eres su burla, su juguete, su basura, su est…
----- ¡Ya basta! -----gritó llena de
furia, con rostro completamente rojo y bañada en sudor.
Jadeaba, miraba fijamente el altar improvisado: la Biblia, el Cristo, la
guadalupana, las velas, las flores y demás santos de relleno. El dolor que
había sentido fue desapareciendo y convirtiéndose en ira a medida que mantenía
su vista en los santos signos. Estaba harta, harta como pocas veces se puede
estar, apretó fuertemente los puños, levanto sus manos en todo lo alto y de un
solo manotazo mando al suelo todo en lo que creía, todo lo que la había atado a
sus sufrimientos, se dio la media vuelta, camino hasta la puerta y de un azotón
la cerró con fuerza detrás de ella.
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