Jesús Alfonso Silva Iñigues
Bolo, bolo, bolillo era un perro que con sus pocos
meses de vida pasaba mucho tiempo solo. Su única visita en el día era la suegra
de su dueña y el hermano loco de su papá adoptivo. No se caracterizaba por ser
un perro ruidoso pero cuando jugabas con él era incansable. Sus energías las
gastaba jugando con sus muñecos, que eran unos peluches muy afelpados eran a su
vez sus amigos y sus rumis. El hermano
loco de su papá postizo había notado
comportamientos extraños en el perro, notó por ejemplo que bolo o bolillo como
lo nombraban de cariño, tenía la costumbre de arrimarles comida a sus peluches.
Este pensamiento conmocionó al hermano loco de su papá pues le recordaba sus
tiempos en el psiquiátrico donde obtuvo el bien ganado mote de Siquistriquis de
un paciente conocido como Satanás. A pesar de sus comportamientos peculiares bolo no era un animal raro al
contrarío era un cachorro que entraba dentro de las convenciones, con la
salvedad de que fue muy enfermizo cuando contaba con solo unos días de vida.
El pequeño Bolillo casi no la cuenta en sus primeros días, pero gracias a las
atenciones médicas se logró recuperar, no obstante se hizo un poco nervioso. En
una de las visitas que hacía Siquistriquis a Bolo para verificar si tenía comida
y jugar un poco con él, observo que el pequeño can no le saltaba encima, pero
el continuo fumando un cigarro que era parte del ritual de la visita al Bolillo
al que a él le gustaba decirle Cañas
con el disgusto de su papá postizo. Todo parecía normal hasta que el perro
empezó a ladrarle con mucha insistencia a algo que el Siquistriquis no pudo
ver, en eso momento pensó el desconcertado paranoico en todos los relatos de
terror que conocía, pensó en El Horla de Guy de Maupassant, y su monstruo que
nunca se sabe si es un ser producto de la imaginación del protagonista o un ser
invisible que atormente al pobre personaje, recordó tantos y tantos leyendas de
aparecidos como el de la moja número 31, pensó en los seres terribles de la
mitología de Lovecraft, pero siguió fumando, incluso le llegó a la memoria una
muy mala película que vio de poseídos en la que más que poseídos parecían
zombis por la facilidad con la que los demonios pasaban de un cuerpo a otro, al
final lo primero que hizo fue llamarle la atención al perro.
•
Cállate
Bolo.
Y le dio otra fumada al cigarro.
•
A que le ladras Cañas.
Mendigo perro loco -pensó- y apagó el cigarro.
Siguió con el pensamiento pensando a que le ladraba el perro. Por fin se acerco
a él e hizo que lo siguiera. Ya sentado en una silla junto a las escaleras,
frente al cuarto donde vivía el pequeño french puddle con sus padres humanos,
reflexionó en que a lo que le ladraba el perro con tanta vehemencia era a las
sombras. Riendo mientras acariciaba al cachorro le pareció tan clara la
situación pues el enemigo más grande del Bolo, Bolillo, Volován, eran las
sombras.
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