Expresión Libre

martes, 11 de febrero de 2014

El accidente


Jesús Alfonso Silva Iñiguez
 
Como es costumbre llegó el término de un trabajo importante en el negocio de mi papá y decidimos ir a Vallarta para relajarnos después un mes de jornadas largas de trabajo y estrés por terminar a tiempo. Partimos en la tarde pocos minutos después  de entregar el trabajo terminado en la fábrica donde efectuamos la reparación de una caldera, todo se veía en orden y los clientes estaban contentos con el trabajo. Tomamos el periférico con dirección al norte pasamos por lo que con el tiempo se convirtió en el estadio de las chivas y la ciudad judicial por fin llegamos al entronque para desviarnos del periférico rumbo a la primavera, pasamos la entrada al pueblo y llegamos  a la autopista que nos llevaría al puerto a nuestras merecidas vacaciones. Viajábamos en el bocho verde que en aquel tiempo tenía mi papá, él no era muy fan de esos autos alemanes pero a éste le agarró cariño. Mientras viajábamos mi padre me contaba anécdotas del trabajo, hablaba de clientes que prácticamente lo secuestraban para que hiciera trabajos en lugares muy remotos y que le pagaban lo que querían so pretexto de que era joven  y argumentaban que no era tan difícil lo que había reparado, claro que la anécdota terminaban con la venganza de mi padre después de unos años en el ramo y cobrando lo que era justo, también platicábamos del fútbol. Mi padre era en ese entonces, mi jefe y mi entrenador de fútbol, él recordaba sus partidos tan vívidamente que yo conocía las historias como si las hubiera vivido, yo me imaginaba junto a la banca del equipo de mi jefe viéndolo rematar de cabeza o disparando de derecha o izquierda, cómo el me enseño  a hacerlo, aunque yo terminé siendo portero.
Otra de las cosas que me contaba mi jefe – como yo le llamaba a mi papá – es de su falcón 68 y de cómo llegó a Vallarta desde Guadalajara en poco menos de tres horas cuando las carreteras no eran tan buenas como en la actualidad; el recordaba cómo aceleró todo el camino y de lo bueno que era ese carro. Siempre tenía historias de carretera que contarme, parecía que mi jefe fuera agente de viajes o algo así por tantas y tantas historias, en parte eso era cierto pues el trabajo de mi papá lo llevó por muchas ciudades reparando y vendiendo sus calderas que a él le enorgullecía tanto fabricar.
El viaje era divertido pero yo empecé a sentir algo de sueño.  Y  eso a mi jefe no le gustaba para nada, decía que yo era el copiloto y que no me podía dormir. Pasábamos muy pegados a los diferentes despeñaderos que se encuentran en la carretera que lleva al puerto pero hay una zona en específico donde hay muchísimas curvas  donde los camioneros nos pasaban de largo y sacudían al pequeño escarabajo junto con nosotros, parecía que el aire que pasaba entre el camión y nosotros nos levantaría y volcaría pero eso no pasaba.
Mientras mi jefe se congratulaba de lo bien que funcionaba su pequeño auto, nos rebasó un auto de modelo reciente que no puede distinguirle la marca, sólo pasó a toda velocidad lo único que pude ver es a un niño que viajaba en los asientos de atrás. Mi jefe no tardó en hacer un comentario al respecto:
-          ¿qué le pasa a ese amigo?, no piensa que lleva a su familia, si fuera solo pues que le pise, pero con la familia no se debe acelerar así.
Yo asentí con la cabeza  y se me espantó el sueño que tenía. Después de unos minutos más de recapitulación de lo ocurrido con el tipo del carro del año y su familia, mi jefe me siguió contando anécdotas de carreteras, yo por mi parte veía como escudriñando el paisaje. Me llamaban la atención los letreros de cuidado con el ocelote que para empezar yo no sabía que así se le llamaba al jaguar y menos aún sabía que existieran en aquellas murallas verdes que pasábamos, yo asociaba a los jaguares a lugares muy distantes a los que muy probablemente nunca iría pero ahí estaba yo en el bocho verde de mi jefe y con la posibilidad de toparme con uno de eso felinos que me gustaban tanto, aunque para ser sincero ya que me enteré de la presencia de estos animales pedía a Dios que por ninguna razón se detuviera el bocho de mi jefe, pero mis rezos no fueron  escuchados porque al poco tiempo se detuvo el pequeño alemán, nos topamos con un pequeño embotellamiento en la carretera y avanzamos lentamente hasta que la fila avanzó un poco  y un rescatista nos preguntó:
-          Buenas noches, ¿de casualidad no tendrán una cuerda?
-          No tenemos, pero ¿qué pasó? – pregunto mi jefe-.
-          Un carro que se desbarrancó.
-          ¡qué mal repuso mi papá! , lástima que no tenemos cuerda para ayudar.
-          No se preocupe ya nos las arregláremos, manejen con cuidado, buenas noches.
-          Gracias, buenas noches.
En cuanto avanzamos mi jefe y yo recordamos al carro que nos rebasó. Todo el camino que nos restaba hablamos de eso, en mi mente se quedó grabada la imagen del niño que iba en la parte de atrás del auto que nos rebasó y no me la pude sacar de la mente en varias semanas. Aun hoy cuando veo un carro rebasarme en la carretera pienso en ese pequeño que jugaba en la parte de atrás del carro de su papá, sin el menor temor parecía feliz por ir tan rápido, recuerdo que su mirada se cruzó un instante con la mía, quizás fue de las últimas cosas que el niño vio, el bochito verde en medio de la noche.
 
 

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