Expresión Libre

martes, 11 de febrero de 2014

Escribir tus memorias también significa locura

Vidal Uribe 

Antes de conocer a Virginia me gustaba ver películas de horror. De algo estoy seguro,  y es de mi incapacidad para relacionarme con las demás personas, viene de la infancia con los problemas que tenía con mi madre, podrías aplicarme a la perfección el psicoanálisis pero esta información no importa. Lo que importa es que no podía conversar con alguien que estuviera sonriendo todo el tiempo, no soporto que en la oficina mis compañeros finjan ser  felices, es asqueroso que digan que sus vidas son comedias en un mundo lleno de soledad. Todo el día tenía que aguantar una ansiedad terrible y no hacía nada más que callar, porque si matas a alguien simplemente porque no lo toleras, estarán juzgando la mayor sabiduría que puede darte la locura. No hacía nada más que tragarme toda la mierda de palabras que expulsaban sin pensar de sus bocas enfermas. Callar también significa temor. 
Para curarme de las personas y de mí mismo comencé a ver todas las noches películas de horror. Disfrutaba todas las noches sentado en mi sofá con la televisión enfrente y las luces apagadas una descarga de adrenalina, una rebeldía asesina que tanto me hacía falta, esa sensación era descubierta cada noche, y yo renacía viendo cómo todas las rubias protagonistas, con cuerpo de actriz porno y actitud inocente eran descuartizadas falsamente dentro de una cabaña abandonada en el bosque. Horror también significa repulsión.
Virginia era rubia y la conocí porque un día mi televisor dejó de funcionar. A veces las personas dejan de funcionar cuando algo en su miserable vida termina, lo he visto porque yo me quedo callado observándolas cómo fingen no perder la razón y sonríen diciendo “todo está bien”, pero en realidad se están derrumbando, se están encogiendo, están perdiendo el éxtasis. No hice nada para que el televisor volviera a funcionar, me quedé quieto, y me senté en el sofá para ver si podía revivir la emoción reconstruyendo las imágenes en mi cabeza: fue inútil, sólo vi mi reflejo en el oscuro televisor. Había visto durante tanto tiempo imágenes violentas que al ver mi reflejo ahí el mundo me pareció demasiado grande,  las emociones se convirtieron en elefantes gigantes que aplastaban mi cabeza cuando pensaba en la gente, estuve a punto de encogerme, de desmayarme, todavía me acuerdo que al tomar un vaso con agua mi cuerpo temblaba de miedo, mi cuerpo acostumbrado a un vicio decidió buscarlo de nuevo. Comprendo que quieran compararme con un drogadicto y su estúpido síndrome de abstinencia, es normal, ellos y yo estamos buscando algo que no sabemos que existe pero que realmente sabemos lo que es y esa noche sabía verdaderamente qué buscar. Drogarse también significa esperanza.  
Mi película favorita es Psicosis, de Alfred Hitchcok, le digo a Virginia mientras ella está de rodillas vomitando una sustancia negra en mis zapatos. Este tipo de bares es recurrido por personas que quieren perder su humanidad, su magia, que no quieren identificarse con nadie, desean volver al origen de su nacimiento. La decoración del bar es la siguiente: en la entrada se encuentra una barra donde un tipo que utiliza lentes oscuros baila sin parar y reparte alcohol sólo a las mujeres que están semidesnudas; el techo está repleto de luces moradas que parpadean cada doce segundos, la pared se está cayendo y una frase con grafiti, “Puedes protegerte contra todo menos contra el tiempo”, disimula la humedad y la suciedad del muro; en la pista de baile es donde más gente hay, los que están hasta adelante alabando al dj como un Dios transmiten sus movimientos de baile a los de atrás y juntos forman un oleaje, todos forman una sola ola que va reventar cuando alguien se le ocurra dirigir el submarino a la superficie, el piso está repleto de colillas de cigarro y la vomitada negra de Virginia le da un toque surrealista. Me acerqué a su oído y le grité: “¿Cuál es tú mayor placer estético? “ Ella me miró desconcertada, se desesperó, intentó limpiarse su vomitada con la mano pero se embarro más la cara, “Yo soy la respuesta a todo placer estético ¡Naturalista!, yo soy Naná, yo soy Rimbaud, qué importa si el espíritu se vuelve monstruoso, qué importa si es con la ayuda de de las drogas, con la de absenta, el vino o la cerveza, el objetivo es sumergirse en el abismo, ¿Por qué vienes a una fiesta si estás triste?” Espíritu también significa vacío.
Virginia se estaba derrumbando, se había metido dos pastillas y llevaba una botella de whisky encima, para mi sorpresa todavía podía caminar. El delgado aire surgido de las calles angostas donde apenas podíamos avanzar movió el cabello rubio de Virginia y sentí el despertar de una naturaleza destructiva recorriendo todo mi cuerpo como un escalofrió hirviente. Me empecé aburrir de su conversación, decía “El amor es un cuadrante del circulo, un cuarto de círculo obtenido por radios en ángulo recto y el arco que los conecta, como cuando Verlaine le disparó accidentalmente a Rimbaud, fue amor del bueno, y que todo el maldito mundo se entere”. Corrió en círculos por toda la cuadra gritando que alguien la golpeara para sentir algo. Mentiras, más mentiras, me estaba desesperando e intenté explicarle cuál era la verdadera razón por la que íbamos camino a su casa “Yo soy Norman Bates, y necesito liberarme de mí mismo”. Círculo también significa retorno.
Nada es real, todo se desvanece, lo sé porque Virginia lo sabe, estaba de pie frente a la ventana de su apartamento bailando sin música; sus movimientos eran tan bruscos que cayó y se golpeó la cabeza, un chorro de sangre como si fuera una serpiente persiguiendo a su presa, recorrió despacio su cuello. La sangre me recuerda que somos mortales, me recuerda que he estado viviendo en una farsa donde las mentes están esclavizadas por mentiras y más mentiras, he estado viviendo en un cuarto de noche
mirando películas de horror y aprendiendo las formas en que la muerte y la libertad siempre van de la mano. Lo real también significa muerte.
Virginia estaba fría y sudaba mientras le contaba que la solución a todos nuestros problemas era aceptar la muerte. Ella lloraba, debió de saber que era una estúpida, por darse por vencida. Ella balbuceaba cosas sin sentido mientras yo recorría su cocina cantando una canción que algún día escuche de un vago:
Viólame en tiempos violentos 
del modo más vil que conozcas. 
Destrúyeme, devástame,
 atácame salvajemente,
 no tengas piedad de mí…
Encontré un cuchillo de una punta larga en un cajón,  me acerqué a Virginia y sin pensarlo dos veces, de un solo golpe le enterré el arma en su pecho, como si fuera un desfibrilador, como si necesitara ser resucitada. Yo soy Jack el destripador, yo soy Michael Myers, yo soy Norman Bates, yo soy todos los asesinos. 
Ella nunca se movió, no reaccionó, se paralizo y los últimos segundos de su miserable vida los desperdicio mirándome con  tristeza. La noche transcurría como si la eternidad fuera olvidada en el primer amanecer, la sentí así porque me sentía invencible, no me asusté cuando salí del apartamento. Nunca había estado tan tranquilo, todas las ansiedades y miedos habían desaparecido junto con ella, para mí fue el mejor acto liberador. Tiempo después ya no necesité volver a ver una película, me sentaba en la oficina y saludaba a todos mis compañeros, les sonreía y les decía “todo está bien” y yo me sumergía en el recuerdo de Virginia…
 

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