Expresión Libre

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Mataron al patrón / Yoyi



Una lujosa camioneta aparcó en medio de un camino maltrecho, que atravesaba el cerro del T… Sus ocupantes esperaron, sin salir siquiera a echar un vistazo al derredor. Al cabo de media hora un carro deportivo apareció en dirección contraria a la Cheyenne. Se acercó lentamente. Detuvo su marcha a escasos metros. Dos sujetos salieron de la camioneta. Uno de ellos era viejo y de baja estatura, con un bigote blanco poblado pero sin pelo alguno en la barbilla. Su sombrero era blanco y limpio, pero desgastado y decolorado por el uso; señal de que se trataba de una preciada reliquia para este capo,  “buscado” por ser uno de los líderes de la zona occidente del país y lugarteniente de E… , : el narco más poderoso del mundo, o por lo menos el más famoso.  El otro sujeto  era su guardaespaldas personal, compañero de guerras y amigo de toda la vida: A … , pero todos le decían Archi. Así lo llamaban sus amigos familiares, camaradas y socios de confianza. Pero el resto del mundo lo conocía por su segundo apodo:  el Birriero”. Sin embargo, este siniestro personaje no era más que un asesino común y corriente, de pistola fajada al cinto, pero con la gallardía y la astucia de un zorro, junto con la rapidez de un duelista.  Las atrocidades cometidas a sus víctimas eran realizadas por profesionales en la materia… bajo sus órdenes, por supuesto.  

 Del automóvil deportivo bajaron otros dos sujetos: el  primero era gigantesco, con una complexión  exageradamente delgada  y ligeramente encorvado hacia el lado izquierdo. Su figura era siniestra por sí misma y  su rostro, siempre inmutable, obligaba  a sacar todo tipo de conclusiones acerca de su condición mental. Sin embargo se trataba del asesino a sueldo más letal de la región, puede que del país entero.  A sus escasos treinta y dos años tenía un curriculum bastante nutrido: desde homicidios vagos hasta magnicidios. Los dos alcaldes que         “ visitó”, palabra que él mismo usa para hacer referencia de sus objetivos, fueron victimados dentro de sus oficinas, a plena luz del día, ¡ sin que nadie se diera cuenta de nada!  Todos lo conocían como el Flaco, pues su nombre, al igual que su origen e historia personal siempre han sido un misterio. 

 La otra persona era un joven de por lo menos veintisiete años,  con ropa de diseñador, tenis deportivos, peinado moderno y una apariencia demasiado inusual para la ocasión,  o más bien para la clase de personas que se encontraban ahí reunidas.  Sin embargo se le conocía como Güichito, diminutivo de Güicho, apodo de su recién “asesinado” padre, señor del Bajío y el Pacífico Sur, líder del  segundo cartel más poderoso del país: los Colorados.

 Esta naciente corporación criminal era lo suficientemente peligrosa como para negociar una alianza, en lugar de iniciar una masacre entre ambos bandos. Por esa razón don M… se encontraba en ese remoto lugar, a esa hora del día, esperando a que el nuevo “rey” bajara de su ”carruaje”, para renovar los acuerdos y los negocios concretados con el monarca anterior.

 Güichito descendió de su Charger sin apartar la mirada del celular y no fue hasta que terminó sus quehaceres virtuales que se dignó a mirar a don M…  y estrecharle la mano, para abrazarlo con efusión posteriormente. Se trataba de una “nueva generación”, pensaba don M... mientras terminaban los respectivos saludos.    

  Durante la reunión se habló de malentendidos territoriales, sobornos para altos mandos policiacos y castrenses, ganancias y pérdidas económicas en diferentes estados, ejecuciones irremediables y estrategias para impedir el crecimiento de un nuevo cártel… Todos estos asuntos tomaron horas. Ya por último,  se limaron asperezas surgidas entre miembros de las dos agrupaciones y se vaciaron una o dos botellas de whisky…  fue aquí cuando comenzaron los problemas.

 La eterna lucha entre la osadía de la juventud y la mesura de la experiencia fue la verdadera razón de esta riña; sin embargo, todo  comenzó por una nimiedad: un pleito de faldas. Comentarios mordaces pronunciados fuera de lugar hicieron que don M… arrojara su trago y amenazara a Güichito de “cerrarle la boca a plomazos”, por sus calumnias… o verdades insoportables, tal vez.  Por su parte, Guichito, era el orgulloso heredero del mando de los Colorados, pero también heredero del explosivo carácter de su padre:

-          No se enoje viejo, si la culpa es de usted por casarse con putas.

-          Mira mocoso pendejo, si te sientes muy huevudito y te vale vergas todo lo que tu padre, en paz descanse, hizo… pos a mí me vale todavía más verga, ¿cómo ves?

-          Que lo que tiene de viejo, lo tiene de hocicón. Si de querer a los dos pinches rucos se los carga la verga, o más bien el Flaco.

-          Pos si, ¡ qué vas a saber tú del negocio! siempre has sido un mocoso consentido. Además si tú crees que éste  puede con el Archi, se nota que también eres un pendejo.

-          ¿Quién es el Archi?, ¿Ese cabrón que huele a muerto?

-          Pos este cabrón de un putazo manda a los dos a chingar a su madre.

-          A poco muy vergas.

-          A poco no, ¡órale mi Archi! Pártele su madre a esa pinche “tripa”.

 Ambos guardaespaldas se miraron por un momento. Archi dio un paso y el Flaco rápidamente llevó su mano a la cintura para sacar su pistola. Pero esto no asustó al consumado gangster, el cual se acercó a su patrón con decisión y le dijo:

-          Patrón, yo puedo matar a quién usté me diga, no importa que tan cabrón esté la cosa ,usté lo sabe. Pero la verdá es que yo nunca he sabido alzar los puños. De chiquito me traían con la punta de la bota, ¡todos! Hasta que empecé a despachármelos. A uno por uno les fue cargando la chingada… pero pelear, con las manos… pos no, Patrón. La verdá , yo no me doy un tiro.

 Una carcajada aguda y sonora irrumpió la excusa del temido Birriero, quién lanzó una mirada de rabia al autor de semejante falta de respeto hacia su persona: Güichito. Pero nada pudo hacerse para detener las burlas, ya que inmediatamente don M… tomó a su viejo amigo de la solapa con una mano y con la otra el rostro:

-          No me vengas con chingaderas ahorita, Archi.

  Mientras tanto, las risas de Güichito empeoraban la situación:

-          ¡No puede ser que… ja! , El capo más temido del país no sepa defenderse…

-          Yo tampoco sé pelear…

Las risas de Güichito se detuvieron, incluso el regaño de don M… cesó. El Flaco no era un criminal popular entre los medios, pero sí en entre los carteles, precisamente por su capacidad de pasar inadvertido. Era casi inaudito creer que esa leyenda de los bajos mundos tampoco fuera el fiero guerrero que todos creían que era.

-          La primera persona que me golpeó fue la primera persona que “visité”. Desde entonces siempre he resuelto todo con balas, Luis 

 Güichito tuvo menos tacto que don M… para lidiar con esta declaración. Por ello optó por lanzar el dorso de su mano contra el rostro del sicario con todas sus fuerzas. 

-          ¡No me tutees cabrón, que no somos iguales! ¡Cómo que no sabes pelear, pendejo! , ¡Para qué chingados te pago! 

Don M… y Güichito se miraron por unos segundos, antes de continuar con su respectiva reprimenda. Archi bajaba la mirada, mientras que el Flaco miraba a Güichito sin dejar de tocarse la mejilla. Las ofensas, groserías y amenazas eran el único sonido que se escuchaba por aquellos lares, hasta que dos balazos callaron todo de golpe.

 Don M… fue el último en morir. La bala entró en su pecho y destruyó sus pulmones por recibir el disparo a quemarropa.  El Birriero no se atrevió a rematarlo. Güichito murió al instante; la bala entró exactamente en medio de sus ojos y destruyó toda su nuca. Fue la primera vez , y quizás la última, que el rostro del Flaco encarnó el miedo en su más genuina expresión.  Ambos sicarios se miraron a los ojos y se apuntaron mutuamente. La escena, que duró, apenas unos cuantos segundos, fue toda una eternidad para ambos, hasta que el Birriero bajó su arma y habló:

-          Las cosas quedan como los patrones las arreglaron. Usté dé sus razones con los suyos y yo lo haré con los míos. Usté sabe que la gente tomada dice y hace pendejadas, don…

-          Don G… don Archi. Ese es mi nombre.

-          Pos, bueno, don G… lo veo dentro de un año aquí mismo, o antes si hay fallas.

Se despidieron con una sonrisa. Cada quien metió a su “patrón” a su respectivo vehículo y avanzaron hacia lados contrarios. 

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