Expresión Libre

martes, 22 de enero de 2019

Siete veranos / Juan Amador Gaya



Tres de vaivén y cuatro fijos. Entre Minerva y Tecate hay mucha distancia, sueños, anhelos y complexiones distintas pero amabas conducen los hermosos pies que anuncian paz, las buenas nuevas en este juego llamado vida donde brincamos de las ramas a las raíces y de nuevo volvemos al columpio a pasearnos y reímos, lloramos, caemos, nos levantamos una y otra vez hasta que nuestra línea de plata es alumbrada con esa luz ámbar, la zarza otoñal que anuncia nuestro noviembre. Esa penúltima estación de este tren vivencial.
El tiempo es un montón de granos de arena tratando de pasar por un pequeño cuello para escaparse de un sitio a otro idéntico, sin perseguir, ni comer y mucho menos curar a nadie. Solo busca pasar y pasa.
Con palabras se construyen muros con balcones y puentes llenos de flores o espinos. El tiempo no perdona, Dios sí. El Altísimo es padre de cronos, sube y baja de la locomotora en la estación que le place, desde otoño a verano ha visto ya todos los destinos, futuros colectivos e individuales y aún así sus palabras siguen moldeando nuestros eternos interiores como cuando el barro esta flojo y las manos presionan para dar forma. La palabra sigue construyendo puentes, el verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Sigue habitando entre nosotros.
No importa el ludus, importa el maestro que adiestra las manos, que rastrilla la arena cada día presentándonos una oportunidad virgen como si fueran sabanas limpias listas para usar. Importa decir al final he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario