Expresión Libre

domingo, 2 de marzo de 2014

La Sombra del Imperio (Europa frente el Imperio Otomano 1453-1529)


 
Joel Eliasib López Velasco

 

            Era el 27 de septiembre de 1529 cuando toda Europa, desde Roma hasta Lisboa, temblaba en la oscura incertidumbre y el terror; pues Solimán el Magnifico se encontraba a las puertas de Viena, el último bastión de la Cristiandad en el frente oriental de Europa. Si caía la ciudad, nada se interpondría entre los ejércitos del Islam y Roma, el centro de la Cristiandad. La sombra del Imperio se cernía sobre toda Europa, como un halcón listo para caer sobre su presa.

Europa, no experimentaba tal vulnerabilidad ante una invasión musulmana desde el año 732 después de Cristo, cuando los ejércitos de Carlos Martel vencieron a los ejércitos de Abdul Rahmat Al Gafiqi en la famosa batalla de Tours. Un vez más, los reinos cristianos de Europa se encontraban frente a un ejército musulmán que amenazaba con invadir todo el continente.  Los reinos europeos se encontraban en gran desventaja, pues mientras ellos yacían divididos y aun enfrentados entre sí, los ejércitos de Suleyman, el Magnifico, estaban unidos bajo un mando y tenían una motivación,  la conquista de la Cristiandad[1]. Los otomanos se encontraban a las puertas de Viena, la puerta europea del este y último bastión que protegía el camino a Roma. La suerte de Europa estaba en juego. ¿Cómo habían llegado los europeos a esta precaria situación? ¿Cuáles habían sido las causas que permitieron la entrada a Europa de las fuerzas otomanas?  Y lo más importante, ¿Acaso se pudo haber evitado que la amenaza turca llegara a las puertas mismas de Europa?  La precaria situación de Europa era el resultado de un largo proceso de enfrentamiento entre las fuerzas cristianas y musulmanas. Sin embargo fue un acontecimiento en especial lo que permitió que las fuerzas otomanas entraran tan profundo en tierras europeas, la caída de Constantinopla.   
            Constantinopla entró en conflicto con el mundo musulmán en el año 634 después de Cristo. A partir de este momento, el Imperio Cristiano de Oriente sufrió progresivamente una reducción territorial. Sus pérdidas no fueron solamente militares sino más profundas y duraderas pues la cultura helénica y el cristianismo que había imperado sobre el Mediterráneo Oriental fueron reemplazados por una cultura árabe y el Islam. Los reinos europeos observaron como el gran bastión oriental de la cristiandad se enfrentaba a la oleada del Islam. Sin embargo, el conflicto parecía estar tan lejos de las fronteras europeas como para intervenir. En sus  luchas, los bizantinos en momentos ganaba territorio sin embargo, eran más usuales sus pérdidas territoriales. Este vaivén continuó hasta el siglo XIV cuando entro a la escena un nuevo actor, los turcos otomanos. En un principio, estos pastores provenientes de


[1] Cristiandad será el nombre con el cual me referiré a la civilización cristiana europea.
 
 
 
 
Transoxiana[1], no representaban un verdadero peligro para el disminuido pero aun vigoroso Imperio Bizantino. Su número era grande, no había la menor duda de eso pero los turcos se habían conformado con ocupar las tierras orientales de Anatolia[2]. La situación cambio radicalmente para la segunda mitad del siglo XV, los ejércitos otomanos se habían movilizado y de manera demoledora despojaron a los bizantinos de sus posesiones balcánicas y conquistaron dos terceras partes de Anatolia. Los turcos otomanos se encontraban en plena expansión, cuando algunos de los reinos de Europa y el Imperio Bizantino intentaron organizar una respuesta militar efectiva. Sin embargo, esta llego muy tarde y el ejército cristiano que se conformó, distó mucho de ser un digno rival para las fuerzas otomanas; pues estaba conformado por fuerzas mercenarias provenientes, principalmente de los Estados Italianos como Génova y Venecia, y las mermadas fuerzas imperiales. El 29 de mayo de 1453 marcó el final del milenario Imperio Romano de Oriente, cuando las tropas otomanas bajo el mando de Mehmet II tomaron la capital bizantina de Constantinopla. Finalmente, el rico bastión de la Iglesia Cristiana en Oriente cayó en manos del Islam tras largos siglos de haber repelido las oleadas de ejércitos musulmanes.  La gran ciudad de Bizancio fue tomada, mientras los reinos europeos dejaron que sucumbiera sin intervenir. Este sin duda, sería un gran error estratégico para los reinos europeos, un error que les costaría muy caro a largo plazo.  
La caída de Constantinopla en manos de los otomanos fue un acontecimiento de gran impacto que repercutió en todas los reinos de la Cristiandad, pero que pocos previeron sus consecuencias. Tras 1,127 años como la capital del Imperio Romano de Oriente y sede del cristianismo en oriente, Constantinopla fue transformada en Estambul, la capital de una nueva potencia islámica, el Imperio Otomano. La caída de “La Ciudad”, fue un duro golpe para los europeos, que provocó reacciones muy variadas a lo largo y ancho de toda Europa. En algunos lugares de la Cristiandad hubo duelo y gran consternación por la toma de la joya de oriente. Un ejemplo de esto, fue la orden que dio el arzobispo de Praga de sonar las campanas de la iglesia a las nueve de la mañana, cada viernes en recordatorio de la caída de Constantinopla a mano de los turcos[3]. Por el contrario, hubo quienes vieron con gran satisfacción como se hundía el último vestigio del Imperio Romano del Este, ya que los beneficiaba primeramente de manera económica y político- religiosa. A nivel económico, fueron las compañías de los Republicas Italianas las que obtendrían grandes ventajas comerciales con la caída de Constantinopla, al menos por un tiempo. No fue secreto que los comerciantes genoveses y venecianos vieron con gran beneplácito la destrucción de ese imponente rival comercial, que durante siglos se interpuso en su camino a las riquezas de Oriente. Los mercaderes de la península itálica siempre vieron con envidia como la


[1] Nombre griego de la región que actualmente comprende las naciones modernas de Uzbekistán, Kazajistán, Turkmenistán y Tayikistán   
[2] Anatolia era el nombre con el que se le daba al territorio que en la actualidad conocemos como la nación de Turquía.
[3] Karlsson Igmar. The Turk as a Threat and Europe’s “Other”.
 
 
hermosa capital del Imperio Romano del Este se enriquecía con los embarques provenientes de Persia, Arabia y la India. Al caer la ciudad en manos otomanas, los comerciantes italianos creyeron que al fin tendrían acceso ilimitado al Oriente. Por el lado religioso, al fin la Iglesia Católica de Roma veía con beneplácito como su gran rival, la Iglesia Griega Ortodoxa  sucumbía frente al Islam. Durante siglos ambas Iglesias habían colisionado fuertemente en su lucha como la “verdadera Iglesia Cristiana”. La Iglesia Católica Romana codiciaba las ricas provincias bizantinas en donde la Iglesia Griega gobernaba soberana. Con la caída de Constantinopla, el Papado soñaba con levantar una cruzada, arrojar al turco devuelta al desierto y construir un imperio latino en las tierras que una vez fueron bizantinas. Con estos intereses en juego nos queda claro el por qué las potencias europeas permitieron que Constantinopla sucumbiera. Sin embargo, en poco tiempo el comportamiento otomano les haría desear no haberlo hecho.    
 
Constantinopla, el orgullo del Imperio Romano del Este o de los que quedaba de él, era una joya que tanto los reinos europeos como los otomanos codiciaban. Ambos se lanzaron a la conquista de la Polis[1], legendaria por sus enormes riquezas. Recordemos la toma de Constantinopla en el año 1204 por los ejércitos cruzados. Este hecho le dejó claro a los bizantinos que se encontraban en una posición muy peligrosa, pues tenía enemigos que deseaban tomar su ciudad a ambos lados de sus fronteras. Era cuestión de tiempo para que sus “aliados cristianos” o sus enemigos musulmanes decidieran dar el golpe final. Este movimiento, fue realizado finalmente por las fuerzas otomanas de Mehmet II. Los Europeos desde hacia tiempo temían una incursión otomana debido a sus conquistas en las tierras de los Balcanes, el punto más vulnerable de Europa. Cuando la rica Constantinopla cayó en manos de los turcos, los europeos estaban seguros de que las ambiciones de los otomanos habían sido satisfechas, no podían haber estado más equivocados. Constantinopla era solo el inicio del camino que llevaría a las fuerzas de la luna creciente a Roma, el corazón de la Cristiandad. El dejar que los otomanos se quedaran con “La Ciudad” fue un terrible error estratégico de los reinos europeos, pues no solo les habían cedido una casi intomable fortaleza ahora fortalecida con poderosos cañones otomanos, sino que les otorgaron un punto estratégico inmejorable tanto económico como político-militar entre Europa y Asia. Los otomanos estaban listos para tomar Europa. Uno a uno fueron cayendo los reinos cristianos de los Balcanes (Serbia, Albania y Grecia)  ante los imparables ejércitos otomanos. No parecía haber ejército capaz de hacerles frente a los otomanos, no había potencia capaz de vencer a los ejércitos de la  luna creciente. Ya en el año de 1456, apenas tres años después de la caída de Constantinopla, los ejércitos otomanos tomaban la ciudad griega de Atenas. La conquista de las islas del Egeo pertenecientes a Venecia, esfumaron sus sueños de crear un imperio marítimo. Finalmente, los europeos se dieron cuenta del craso error de haber abandonado a su suerte a la ciudad que había contenido durante siglos las fuerzas invasoras provenientes del Este.


[1] Griego para Ciudad, este era uno de los tantos nombres con los que se le conocía a Constantinopla
 
 
 

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