Era el 27 de septiembre de 1529
cuando toda Europa, desde Roma hasta Lisboa, temblaba en la oscura
incertidumbre y el terror; pues Solimán el Magnifico se encontraba a las
puertas de Viena, el último bastión de la Cristiandad en el frente oriental de
Europa. Si caía la ciudad, nada se interpondría entre los ejércitos del Islam y
Roma, el centro de la Cristiandad. La sombra del Imperio se cernía sobre toda
Europa, como un halcón listo para caer sobre su presa.
Europa, no experimentaba tal
vulnerabilidad ante una invasión musulmana desde el año 732 después de Cristo,
cuando los ejércitos de Carlos Martel vencieron a los ejércitos de Abdul Rahmat
Al Gafiqi en la famosa batalla de Tours. Un vez más, los reinos cristianos de
Europa se encontraban frente a un ejército musulmán que amenazaba con invadir
todo el continente. Los reinos europeos
se encontraban en gran desventaja, pues mientras ellos yacían divididos y aun
enfrentados entre sí, los ejércitos de Suleyman, el Magnifico, estaban unidos
bajo un mando y tenían una motivación,
la conquista de la Cristiandad[1].
Los otomanos se encontraban a las puertas de Viena, la puerta europea del este
y último bastión que protegía el camino a Roma. La suerte de Europa estaba en
juego. ¿Cómo habían llegado los europeos a esta precaria situación? ¿Cuáles
habían sido las causas que permitieron la entrada a Europa de las fuerzas
otomanas? Y lo más importante, ¿Acaso se
pudo haber evitado que la amenaza turca llegara a las puertas mismas de Europa?
La precaria situación de Europa era el
resultado de un largo proceso de enfrentamiento entre las fuerzas cristianas y
musulmanas. Sin embargo fue un acontecimiento en especial lo que permitió que
las fuerzas otomanas entraran tan profundo en tierras europeas, la caída de
Constantinopla.
Constantinopla entró en conflicto con
el mundo musulmán en el año 634 después de Cristo. A partir de este momento, el
Imperio Cristiano de Oriente sufrió progresivamente una reducción territorial.
Sus pérdidas no fueron solamente militares sino más profundas y duraderas pues
la cultura helénica y el cristianismo que había imperado sobre el Mediterráneo
Oriental fueron reemplazados por una cultura árabe y el Islam. Los reinos
europeos observaron como el gran bastión oriental de la cristiandad se enfrentaba
a la oleada del Islam. Sin embargo, el conflicto parecía estar tan lejos de las
fronteras europeas como para intervenir. En sus luchas, los bizantinos en momentos ganaba
territorio sin embargo, eran más usuales sus pérdidas territoriales. Este
vaivén continuó hasta el siglo XIV cuando entro a la escena un nuevo actor, los
turcos otomanos. En un principio, estos pastores provenientes de
[1]
Cristiandad será el nombre con el cual me referiré a la civilización cristiana
europea.
Transoxiana[1],
no representaban un verdadero peligro para el disminuido pero aun vigoroso
Imperio Bizantino. Su número era grande, no había la menor duda de eso pero los
turcos se habían conformado con ocupar las tierras orientales de Anatolia[2].
La situación cambio radicalmente para la segunda mitad del siglo XV, los
ejércitos otomanos se habían movilizado y de manera demoledora despojaron a los
bizantinos de sus posesiones balcánicas y conquistaron dos terceras partes de
Anatolia. Los turcos otomanos se encontraban en plena expansión, cuando algunos
de los reinos de Europa y el Imperio Bizantino intentaron organizar una respuesta
militar efectiva. Sin embargo, esta llego muy tarde y el ejército cristiano que
se conformó, distó mucho de ser un digno rival para las fuerzas otomanas; pues
estaba conformado por fuerzas mercenarias provenientes, principalmente de los
Estados Italianos como Génova y Venecia, y las mermadas fuerzas imperiales. El
29 de mayo de 1453 marcó el final del milenario Imperio Romano de Oriente,
cuando las tropas otomanas bajo el mando de Mehmet II tomaron la capital
bizantina de Constantinopla. Finalmente, el rico bastión de la Iglesia
Cristiana en Oriente cayó en manos del Islam tras largos siglos de haber
repelido las oleadas de ejércitos musulmanes.
La gran ciudad de Bizancio fue tomada, mientras los reinos europeos
dejaron que sucumbiera sin intervenir. Este sin duda, sería un gran error
estratégico para los reinos europeos, un error que les costaría muy caro a
largo plazo.
La caída de Constantinopla en manos de los otomanos fue
un acontecimiento de gran impacto que repercutió en todas los reinos de la
Cristiandad, pero que pocos previeron sus consecuencias. Tras 1,127 años como
la capital del Imperio Romano de Oriente y sede del cristianismo en oriente,
Constantinopla fue transformada en Estambul, la capital de una nueva potencia
islámica, el Imperio Otomano. La caída de “La Ciudad”, fue un duro golpe para
los europeos, que provocó reacciones muy variadas a lo largo y ancho de toda
Europa. En algunos lugares de la Cristiandad hubo duelo y gran consternación
por la toma de la joya de oriente. Un ejemplo de esto, fue la orden que dio el
arzobispo de Praga de sonar las campanas de la iglesia a las nueve de la
mañana, cada viernes en recordatorio de la caída de Constantinopla a mano de
los turcos[3].
Por el contrario, hubo quienes vieron con gran satisfacción como se hundía el último
vestigio del Imperio Romano del Este, ya que los beneficiaba primeramente de
manera económica y político- religiosa. A nivel económico, fueron las compañías
de los Republicas Italianas las que obtendrían grandes ventajas comerciales con
la caída de Constantinopla, al menos por un tiempo. No fue secreto que los
comerciantes genoveses y venecianos vieron con gran beneplácito la destrucción
de ese imponente rival comercial, que durante siglos se interpuso en su camino
a las riquezas de Oriente. Los mercaderes de la península itálica siempre vieron
con envidia como la
hermosa capital del Imperio Romano del
Este se enriquecía con los embarques provenientes de Persia, Arabia y la India.
Al caer la ciudad en manos otomanas, los comerciantes italianos creyeron que al
fin tendrían acceso ilimitado al Oriente. Por el lado religioso, al fin la
Iglesia Católica de Roma veía con beneplácito como su gran rival, la Iglesia
Griega Ortodoxa sucumbía frente al
Islam. Durante siglos ambas Iglesias habían colisionado fuertemente en su lucha
como la “verdadera Iglesia Cristiana”. La Iglesia Católica Romana codiciaba las
ricas provincias bizantinas en donde la Iglesia Griega gobernaba soberana. Con
la caída de Constantinopla, el Papado soñaba con levantar una cruzada, arrojar
al turco devuelta al desierto y construir un imperio latino en las tierras que una
vez fueron bizantinas. Con estos intereses en juego nos queda claro el por qué
las potencias europeas permitieron que Constantinopla sucumbiera. Sin embargo,
en poco tiempo el comportamiento otomano les haría desear no haberlo hecho.
Constantinopla, el orgullo del Imperio Romano del Este
o de los que quedaba de él, era una joya que tanto los reinos europeos como los
otomanos codiciaban. Ambos se lanzaron a la conquista de la Polis[1],
legendaria por sus enormes riquezas. Recordemos la toma de Constantinopla en el
año 1204 por los ejércitos cruzados. Este hecho le dejó claro a los bizantinos que
se encontraban en una posición muy peligrosa, pues tenía enemigos que deseaban
tomar su ciudad a ambos lados de sus fronteras. Era cuestión de tiempo para que
sus “aliados cristianos” o sus enemigos musulmanes decidieran dar el golpe
final. Este movimiento, fue realizado finalmente por las fuerzas otomanas de
Mehmet II. Los Europeos desde hacia tiempo temían una incursión otomana debido
a sus conquistas en las tierras de los Balcanes, el punto más vulnerable de
Europa. Cuando la rica Constantinopla cayó en manos de los turcos, los europeos
estaban seguros de que las ambiciones de los otomanos habían sido satisfechas,
no podían haber estado más equivocados. Constantinopla era solo el inicio del
camino que llevaría a las fuerzas de la luna creciente a Roma, el corazón de la
Cristiandad. El dejar que los otomanos se quedaran con “La Ciudad” fue un terrible
error estratégico de los reinos europeos, pues no solo les habían cedido una
casi intomable fortaleza ahora fortalecida con poderosos cañones otomanos, sino
que les otorgaron un punto estratégico inmejorable tanto económico como
político-militar entre Europa y Asia. Los otomanos estaban listos para tomar
Europa. Uno a uno fueron cayendo los reinos cristianos de los Balcanes (Serbia,
Albania y Grecia) ante los imparables
ejércitos otomanos. No parecía haber ejército capaz de hacerles frente a los
otomanos, no había potencia capaz de vencer a los ejércitos de la luna creciente. Ya en el año de 1456, apenas
tres años después de la caída de Constantinopla, los ejércitos otomanos tomaban
la ciudad griega de Atenas. La conquista de las islas del Egeo pertenecientes a
Venecia, esfumaron sus sueños de crear un imperio marítimo. Finalmente, los
europeos se dieron cuenta del craso error de haber abandonado a su suerte a la
ciudad que había contenido durante siglos las fuerzas invasoras provenientes
del Este.
[1]
Griego para Ciudad, este era uno de los tantos nombres con los que se le
conocía a Constantinopla
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