Expresión Libre

viernes, 26 de junio de 2015

La terminal / Jesús Alfonso Silva Iñiguez


Sentado en el parque, mirando a un lado y al otro sin saber a dónde ir. Busco en las caras de los transeúntes una señal que me indique qué camino tomar. Quizás vaya al Ex convento del Carmen, ahí siempre hay algo que ver. Cuando me dirigía hacia el centro cultural notaba a los dos lados de la acera que todo me parecía en su lugar, los vendedores típicos del centro tratando de ganarse unos pesos y los inspectores tratando de evitarlo. Mi primera impresión del centro es de confortación. En el centro histórico, soy sólo una sombra en el tumulto, mi cara no será recordada; es como estar de incognito con la cara expuesta. Pasan las calles y sus comercios unos nuevos y otros que parece que estuvieran ahí desde siempre. La gente que se pasea por esas calles es muy diversa unos corren cómo si de eso dependiera su vida, otros caminan parsimoniosamente hacia un destino sin planear; esa disparidad en el tiempo de las personas siempre me acusado regocijo. A unos les falta el tiempo y a otros parece sobrarles un par de horas, pero todos se dirigen a un lugar; todos en movimiento. Caminé con una velocidad armoniosa para no desentonar con la movilidad de la ciudad. Miré a lo lejos a un antiguo amigo que tenía años sin ver, parecía alguien diferente, nos miramos con gusto y nos saludamos con la vista, pero no nos detuvimos. Para ser alguien sin mucha vida social, conozco bastante gente, de tiempos de escuela y de trabajo, algunos de

mi etapa de deportista y con todos tengo experiencias que recordar cuando nos decidimos a cruzar palabra.
Estando a una cuadra de mi destino pensé en encender un cigarro, moví mi mano hasta mis bolsillos para saber en que parte tenía el paquete y por fin en una especie de catafixia personal, lo encontré. Saqué un cigarrillo de la cajetilla y lo encendí; llegué al lugar predestinado me senté en una de las bancas del patio central a ver la exposición fotográfica en turno, era cómo muchas una experimentación con los colores, de esas exposiciones que son como rayos interminables de luz, como ver la pelea legendaria de Star Wars. Trascurrida una hora, caminé rumbo a Enrique Días de León a tomar mi transporte a casa, me subí y fui atrás porque soy de los que piensan que te debes bajar por atrás, esa teoría del terror de las personas mayores de que si te bajas por atrás te aplasta el camionero con la puerta o te tumba, no me llega a convencer, pues tanto por adelante como por atrás he visto que la gente es atrapada por la puerta y tirada al suelo al bajar. En mi trayecto curiosamente se subió un ancianito ya de más de noventa años, que no podía muy bien subir y alguien lo auxilió, para abordar, una vez sentado, el viejecito se sacudía de un lugar a otro pero ni los bruscos movimientos del camión pudieron evitar que se durmiera. Yo iba hasta la terminal del camión y al llegar toda la gente comenzó a bajar, pero observe que el ancianito no lo hacía, y el camionero se acercó a despertarlo, pero no respondió, en eso algunos que aún no bajábamos, nos acercamos
y no logramos despertarlo, fue entonces que decidimos hablar a una ambulancia la cual llegó muy rápido. El señor lamentablemente falleció y como su historia se volvió leyenda en la colonia, por unas señoras que platicaban me enteré que se trataba de un señor de 103 años que visitaba a su hija, pero que nunca llegó. El caso de Don Timoteo, fue una muerte por causas naturales, pero el camionero se metió en un bronconón, porque se tienen que investigar a fondo; después de presenciar el ritual de movimiento del centro de la ciudad, me di cuenta que ese ajetreo, que nos rige, no hace más que distraernos de lo inevitable, tarde o temprano nos quedaremos quietos y ya no habrá una terminal a la cual arribar.



 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario