Expresión Libre

jueves, 10 de diciembre de 2015

El ave que voló y tocó el infinito del cielo / Ángel Iván Ruiz Sotelo


 

"Su Majestad", Michael Jordan

 
Pensar que puedes volar, surcar los cielos como un ave libre, capaz de flanquear las líneas enemigas y soltar los misiles. Tu estancia se convirtió en mitología. Contigo se puede creer que lo imposible es un sueño de cobardes. Los privilegiados en ver tu magia son los que afirman haber visto al dios en persona. Tu nombre quedó marcado con un número, no fue de condenado como los códigos de los judíos en la Segunda Guerra Mundial, esos dos simples dígitos ocasionaban el terror de los rivales, temblaban las otras grandes atalayas de tu época cuando tu nombre era anunciado por las bocinas de tu Nación. Todos te proclamamos "Su Majestad".

Naciste un 17 de febrero de 1963 en Brooklyn, Estados Unidos, los padres decidieron llamar a ese hijo Michael Jeffrey Jordan. Tu infancia dio inició como la fantasía de cualquiera, seguir los pasos de tu padre jugador de béisbol. Un balón redondo, un color característico naranja te fue dado como nuevo libro con profecía, acarrear a los corderos perdidos consistía en pasar ese balón por un aro sostenido a tres metros de altura, el basquetbol fue tu nueva religión. Tu talento nato fue descubierto. Caminaste por esa senda, el plan era conseguir una beca para tus estudios universitarios. El destino tocó a tu puerta, los hombres no pueden escapar a aquello que los llama a través del infinito, los caminos son un misterio, somos una pluma que flota por cada brisa, tu pluma pasó por ese círculo clavado en un tablero. Cerraste los ojos y los místicos sueños de Odín te fueron otorgados.

Para ser parte de un equipo tuviste que soportar por un año la mirada y rechazo de mortales que fueron considerados lo bastante profanos para no notar tu increíble poder dentro de la duela. El destierro suprimió tu alma, la hizo sollozar y arrumbarse en un abismo de nostalgia; pudo ser tu fin, apenas eras un muchacho. Nada fue más grande que tu fe en ti, diste ese salto. Navegaste hasta el fin del mundo, no había caída en el, nada más que tu magnificencia y la vastedad de ese océano te adoptó para instruirte. Al siguiente año tu lucha incansable con ejercicios hasta el desfallecimiento físico y espiritual dio el fruto esperado, no fue amargo, la miel sació a las bocas que te consideraron inferior y subdesarrollado.

Aceptaste ir a Carolina del Norte, tu universidad. Un juego profesional, con los héroes que el pueblo toma como los generadores de proezas inimaginables, fue tu nueva convicción. Tu nuevo equipo de basquetbol curioseaba con la posibilidad de distinguirte como la futura estrella del deporte. No fue erróneo. Como colegial optaron por tus servicios y pericia, para ser junto a cuatro jugadores más y un rígido mentor llamado Bobby Knight participar en la justa deportiva de mayor relieve a nivel mundial, Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en Estados Unidos en 1984, la supremacía y jerarquía de esa agrupación con cinco picos en la lanza, tú eras la principal. Fueron condecorados como en la Grecia antigua, una corona de laureles yacía sobre tu cabeza, eras coronado y una medalla de oro puro te sostenía como semidiós. El himno Nacional de tu país sonó en cada rincón del domo donde se auspició esa batalla. Salías del anonimato. En ese mismo año cambiaste de piel, de rumbo, un nuevo reto te fue expuesto. Tu primer escudo fue colgado en las vigas del estadio de tu preparatoria, señal de tu legado.

Un toro hambriento de triunfos y de un nuevo líder adquirió tu astucia y picardía. Formaste un Estado, la paz fue pan vital en él, tú eras el patriarca, condujiste a tus seguidores por una travesía de seis estocadas. Seis anillos en tu mano descansan. Seis veces los Bulls de Chicago fueron campeones cuando tú sin arrogancia o enemistad los guiaste por el triunfo que solo los tocados pueden acariciar y reclamar como suyo.

Las leyes primarias de la naturaleza eran fracturadas cuando sobre ti estaba tu uniforme de batalla. Isaac Newton y su teoría sobre la gravedad se convertía en una mentira. Te sostenías en el aire, levitabas, los segundos se congelaban, el tiempo era manejado a tu gusto. Al balón le proporcionabas nueva dirección y tus enemigos dentro de la duela quedaron atónitos, ningún humano podía elevarse y tocar el cielo. La realidad misma del cosmos se distorsionaba hasta un surrealismo cuando entretenías a las masas con tus jugadas de ilusionismo; formabas parte de esa congregación de hechiceros.

En 1994 nació una idea, un equipo del sueño formado por lo mejor de lo mejor de la National Basquetball Asociation (NBA) para competir en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Declarabas a los medios de comunicación que no brindarías tu genio esta vez. Un semidiós se arrodillaba frente las cámaras, ¿su declaración? exigir que sin Su Majestad esa medalla de oro no obtendría ese sabor dulce. "Magic" Johnson se postraba.

Los infantes te acaparaban como su modelo de vida, un padre fuera de la familia que condescendía esperanza, sin importar su origen racial. Muchos pensaron que las pieles oscuras serían tus discípulos, todos andaban como hermanos bajo tu presencia. Muchas discriminaciones fueron finalizadas, ya eras un héroe. No te fue suficiente. Complacías a los niños. Eras el arma clave para "El Juego del Siglo". Los dibujos animados solicitaban tu ayuda para acabar con la tiranía de unos monstruos. Las pistolas o armas de destrucción masiva no fueron necesarias, un balón te fue suficiente. Los Looney Tune´s con Bugs Bunny y el pato Lucas creaban el mejor "Dream Team" y el personaje principal fuiste tú, Michael Jordan.

La enfermedad nunca te fue un impedimento. Tu cuerpo con el calor del infierno te advertía de un delirio. Un reposo era lo más sensato para proteger al mejor jugador. Te fue indiferente. Treinta puntos fueron encestados, eras algo fuera de serie. Un jugador del equipo los Celtic pronunció unas pequeñas palabras que pasarían a la posteridad después de una ronda de los play off´s, "He visto a Dios disfrazado de Michael Jordan". Con sesenta y tres puntos dabas a conocer que no eras de este planeta, constelación o universo.

Dos retiros pusieron en melancolía a todo Estados Unidos. Como el robot que fue considerado como jinete del apocalipsis en una de las sagas más espectaculares en la historia del cine, Terminator y su frase "I will back" escrita como eslogan para divulgar tu regreso. Y en ese primer retorno te coronabas nuevamente.

Toda época de oro debe tener un referente, un glorioso ídolo. Un humano capaz de llevar sobre sus hombros el peso de una historia, el jugador más valioso. Tu salto característico quedó esculpido en una estatúa. "Él mejor que hay, él mejor que hubo y él mejor que habrá", esa frase acompaña tu escultura que se estableció como un Coloso en un centro ceremonial griego, tus fieles pueden ir a apreciarla y dejar una ofrenda, sus mentes que guardarán y contaran a las futuras generaciones tus hazañas que van más allá de la objetividad misma con la que la realidad fue forjada. Otros derramaran talento, sudor y esfuerzo en la misma cancha donde tu clase dio la doctrina que un hombre también puede elevarse cual pájaro y el mensaje de lo irrealizable no es ficción, ni un límite, es la exigüidad misma del infinito. Su Majestad, Michael Jordan reinará sin importar el valiente que se atreva a retarlo.

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