Expresión Libre

domingo, 7 de septiembre de 2014

Vanidoso Amor.


Elizabeth Altamirano
 
 
No había amor más dependiente y enfermizo que el que tenía el mar hacia la luna. Cada noche, la seguía y la admiraba, deseando sólo poder tocarla, rozarla, que la luna la notara.
Y la luna, fiel a su naturaleza ególatra y vanidosa, gozaba de ver a la marea enloquecida por ella, le gustaba posarse en el punto más oscuro de la noche y observar con sus ojos brillantes y malévolos todas las destrucciones que su fanática era capaz de hacer por ella. Disfrutaba de saber lo mucho que la amaba, a tal grado de elevar sus aguas tan alto como poseída por la gravedad y el universo. Pero era solo la fuerza del amor obsesivo y demoledor, y la luna la manejaba a su antojo; era su poema, su brillo, su belleza.
La luna brillaba no por el sol, sino por la admiración y amor que la marea le tenía: amaba sus cráteres, su prepotencia, su fuerza.
Y a pesar de que todos los océanos se sabían víctimas de una cruel superficialidad, la marea seguía creciendo cada noche, añorando tan solo bañar con la brisa a la luna… tan solo un poco.
La luna no lo permitía, porque tenía miedo de perder a su única fuente de luz al momento en que la marea, por sí sola, se diera cuenta de que ella no era más que un satélite lleno de imperfecciones y defectos, y no el hermoso astro que el mar imaginaba.

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