Expresión Libre

domingo, 9 de noviembre de 2014

El zumbido


Tonatihu González

Esto lo hago por el simple hecho de cautela. Saber lo que se ahora, y más, viendo lo que implica guardarlo, es una cuestión horrorosa. Y si así esquivo el singular procedimiento de esa circunstancia, me sentiré aliviado, por que el simple hecho de evocarla en el recuerdo, le vuelve, y el volver significa no irse, y eso a la vez, manifiesta que solo hay un final.
Es necesario que te lo cuente, porqué así, pago mi deuda, una deuda que es impagable. Eso lo hago por limpiar mi conciencia un poco, y por miedo lo he dicho. Es conveniente puntualizar, sí la sola idea se llega a escabullir entre tus oídos, le omitas con un asco mortal. La escupas pertinentemente de tu cerebro y la apagues con toda tu fuerza.
Yo estoy contento de haber conocido a Alonso. Sin duda ha sido el mejor amigo que he conocido en toda mi vida. Probablemente el único que pudo rescatar de esa palabra, a pesar de sus decisiones o las mías. Lo conocí en la escuela, poco después de que yo me mudara a Guadalajara. No había muchas opciones, la sociedad aquí es muy compleja, y a veces cerrada. Lo excéntrico marca muchas divisiones en esta ciudad. Desde que lo conocí compartimos una misma tendencia sobre la filosofía y lo que conlleva al pensamiento, el razonamiento, y todo lo que procuraba una extenuante concentración. Entramos a la licenciatura de filosofía, dedicados y puntuales, no descansábamos ni un solo momento. Muchas veces saliendo de la escuela teníamos prolongadas charlas nocturnas sobre las diferentes vertientes, las ideas, sus propósitos y el origen de ellas; cómo influencian en la vida común o hacen un común en la vida, hasta el hecho de cómo puede degenerarse el pensamiento, tantas ramas de un solo tronco firme y uniforme: la vaguedad, la nada, el siniestro ser arbitrario de todo.
Eran frecuentes y prolongadas esas animosas veladas de diván. Pero es aquí donde quiero llegar a creer que fue algo que escuché o leí, y que penetró en mis oídos y se clavó en la noche, algo que fulminantemente quedó ahí. Pero el hecho de haberle visto, corpóreo y abundante, me causa pavor, tanto que se me congela el alma. Esa es la idea, algo penetrante, se posee y se es poseído, pero que tanto es uno u lo otro.

La presión fue aumentando, y las visitas de su ruin zumbido también, no había noche en que no lo escuchara más fuerte, más profundo, y lo peor de todo sin una ronchita roja al amanecer que pareciera satisfacer su deseo de sangre. No descansaba mucho esos días y Alonso lo notaba, no estudiaba, llegaba siempre cansado a las clases y me dormía en muchas de ellas. Decidí tomar medidas drásticas, llené mi habitación de insecticida y cerré las ventanas para que no hubiera escapatoria. No había ni la mínima probabilidad de supervivencia, pero aún así, lo hizo. Esa noche volvió, arduamente molestó, no por horas, fue toda la noche. Impidió que durmiera, apenas caía extenuado por el sueño zumbaba más fuerte, se introducía en mi oreja, salía y volvía a entrar.
Alonso me visitó la semana siguiente que dejé de ir a la universidad. Me encontró tirado en mi cama, el zumbido, ahora estaba de día, no podía verlo, estaba aquí, allá, manoteaba y desaparecía eventualmente, solo para volver segundos después. Era intolerable, en la comida, inclusive en la ducha se manifestaba, el mosquito me seguía, parecía encontrar formas de esconderse en mi ropa o en mi cabello. Fue cuando Alonso se sorprendió al verme ahí, postrado sin cabello y con mi ropa interior. Le conté todo como lo
Lo escuché esa noche al partir de la casa de Alonso, habíamos estado hablando como de costumbre, y ahí fue donde creí escucharle por primera vez, en su cuarto junto a la lámpara. Estaba sentado y lo oí claro, sobreviniendo de la lejanía, aproximándose, como flotando, y solo rosando parcialmente mi oído, un zumbido, idéntico, único y especial tal como lo es el aleteo de un pequeño mosquito. Sobrevino hacia mi oído, lo asusté y quedó. Al acabar la velada fui rumbo a mi casa que no está muy lejos. Llegué, cené un poco y subí a mi habitación, ahí fue donde descubrí que la ventana estaba abierta, seguramente mi madre olvidó cerrarla aquel día. Todo es causal, casual y definitivo. La cerré y me acosté sin más en mi cama, ahí de nuevo se aproximó por mi lado izquierdo, el mosquito sincronizaba sus ataques con mi reposo, en el momento exacto de mi caída al sueño me veía desde la alta y obscura noche, se precipitaba hacia mi oreja y zumbaba fuertemente, incansablemente, ni siquiera hacia un esfuerzo por picarme, solo flotaba en la noche impidiéndome dormir. Agitaba fuertemente mis manos y brazos, para asustarle, parecía funcionar, y solo así lograba dormir.

hago a ti ahora. Y es cuando te digo, ten cuidado.
Escuchó preciso todo lo que le dije, como me molestaba el zumbido todo el día, en la ducha, cuando como, duermo, y ahora en el día. Le conté de mi temor; la noche anterior claramente lo escuche dentro de mi oído, pero aún más profundo, dentro de mi cabeza, resonando y chocando contra las paredes de mi cráneo, ahí estaba, no podía hacer nada, se había introducido y vagaba libremente por mi cabeza y mi cerebro contaminándolo todo. Se había apoderado de todo lo que era, mis recuerdos, mis ideas, todo era él y su ruido infernal.
Alonso un poco turbado me miró, y no reconoció a su amigo, se levantó y me abrazó, me dijo que todo era una invención, que me calmara y visitara a un psiquiatra o alguien profesional. Pero sin saberlo él había sido el mejor doctor, justo cuando hablaba, su voz lo silenció. El zumbido había desaparecido, temí que fuera eventual y aguardé hasta la oscuridad para enfrentarme de nuevo al miedo, al espanto de saberle en mí. Pero no, se había ido y por primera vez en un mes había dormido plácida y completamente, ya no uno de esos espasmos dolorosos de vela. Volví a la escuela, y recuperé poco a poco mi habitual rendimiento. Pero Alonso había desmejorado mucho, lo veía como yo, cansado y pálido. Estaba tan apurado por recuperar el tiempo perdido en la escuela que lo descuide un poco y no me di cuenta cuándo dejó de asistir.
Un poco después de salir del semestre lo visité. Sus padres se encontraban muy demacrados, parecían devastados. Me contaron que Alonso no dejaba de gritar en su habitación, aseguraba que algo lo seguía y que no lo dejaba dormir. Justamente me contaban eso cuando los gritos de Alonso se empezaron a oír. Escalofriantes y desgarradores provenían desde su habitación, y de pronto, silencio. Sus padres comenzaron a llorar, me dijeron que habían hecho todo pero que los médicos no encontraron el origen de su extraña enfermedad, lo habían internado, análisis, tomografías, todo y la misma respuesta: era perfectamente normal en salud. Simplemente era una idea que él tenía, una invención, algo que se creó. La razón, nadie la sabía, ni él mismo. Subí para intentar calmarlo cuando nuevamente comenzó a gritar, ya que su madre empezó a llorar más fuerte.
Fue espeluznante, Alonso se encontraba tirado en el

suelo, su cuarto era un total caos, las ventanas abiertas de par en par, la cama destruida, las almohadas por todos lados, la pared llena de golpes y sangre de los puños de Alonso, su cabeza estaba hinchada de los golpes que se había dado con la pared. Su rostro estaba pálido y seco, sus ojeras caían hasta las mejillas y su boca estaba seca y agrietada. Me vio y corrió hacia a mí llorando. Me dijo que él lo tenía, que el zumbido estaba en su cabeza y era insoportable, el día en que me vio después de irse, llegó a su casa y vio las ventanas abiertas justo como le conté, sonrío acordándose de mí y del zumbidito aquel, rió un momento de ello, y dijo que seguramente yo solo estaba inventándolo, sin duda alguna era una tonta idea que yo había adoptado para no ir a la escuela. Me contó que justo antes de dormir escuchó como desde lejos se acercaba un mosquito, lo estrujó contra sus manos y fue cuando todo derivo en el zumbido, lo escuchaba ya todo el tiempo. Era intolerable, estruendoso, y abominable, justo lo decía y se golpeaba la cabeza llorando. Yo estaba asustado, todo el caos y la escena me habían impactado, Alonso comenzó a gritar de nuevo -¡Ahí está, lo oyes!- Gritaba con todas sus fuerzas desgarrándose la cara y golpeando su cabeza hasta sangrar. Traté de tomarlo para evitar que siguiera golpeándose, fue cuando lo dijo -¡Es tan estúpida esta idea!- Yo estaba paralizado, decidí llamar a sus padres. Precisamente cuando lo iba hacer Alonso me miró, sus ojos muy abiertos y perdidos se fijaron en los míos y sonrió. Me tomó de la mano y corrió hacia su ventana y al llegar a ella se lanzó al aire. Grité inmediatamente a sus padres y me abalancé hacia la ventana, fue entonces cuando lo vi…
Alonso estaba en el suelo, se había estrellado en el asfalto, su cabeza se había abierto por mitad cuando cayó en la acera. De ella salía una nube negruzca y deforme, subía poco apoco hacía el cielo, con una cadencia irregular y amorfa. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí me di cuenta que eran una nube hecha de muchísimos mosquitos, todos ellos saliéndole a borbotones, cual si fueran sangre. Volaban abiertamente y sin rumbo, pero mudos, sin ruido. Otros pocos, se habían quedado pegados al suelo con lo poco que quedaba de la masa viscosa del cerebro de Alonso, que ahora ya no gritaba, y parecía dormido plácidamente en el suelo...

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