Expresión Libre

lunes, 12 de enero de 2015

Una noche de conciertos / Jesús Alfonso Silva Iñiguez


Me preparé desde temprano para ir a un concierto, se trataba de una banda local pero de buen nivel comparado con los bodrios de música que se oyen en este país. Tomé el camión para dirigirme al centro la ciudad, lucía tan descuidada y peligrosa como siempre. En media hora tras pasar por avenidas principales y calles aledañas como son la mayoría de las rutas llegué a mi destino. La gente siempre pasa deprisa parece que tienen siempre algo importantísimo que hacer y el contacto visual es prácticamente nulo. En el centro las personas son muy diversas, te encuentras desde el niño que viene de la primaria hasta el anciano sentado en una banca esperando mientras ve pasar a la gente. Caminé unas cuadras y por fin llegué a la plaza en donde se daría el concierto. La fila se podía ver a gran distancia. En los conciertos gratuitos siempre hay mucha más gente que en uno pagado. Por fin me formé y escuchaba las pláticas de los fanáticos que ni siquiera sabían quién iba a tocar, pero igual se veían impacientes. Yo iba solo aunque eso es un decir pues en los conciertos siempre encuentro algún amigo, lo típico si eres un citadino de toda la vida. Esperé pacientemente a que avanzara la fila y tras una hora de pensar en la inmortalidad del cangrejo llegué al cerco montado por la policía. Las preguntas de siempre ¿traes broncas? yo negué con la cabeza y tras revisar mis cosas casi siempre eran unas cuantas monedas, las llaves de mi casa y el celular. Por fin me dejaron pasar y me interné entre la gente. Había muchas familias con niños pequeños y a mí me pareció que es bastante bueno que los niños aprendan que hay más cosas que los grupos que se ven en la tele. Empezó a tocar una de las bandas teloneras como era de esperar, la banda no era buena pero era lo suficientemente armoniosa para ambientarme mientras me fumaba un cigarro. Por fin vi un rostro conocido era un compañero de la facultad que me comentó que quizás asistiría.

-          ¿Qué pedo wey? - le dije a modo de saludo -.

-          Nachos, pensé que no ibas a venir.

-          La neta no tenía nada mejor que hacer.

-          Ta bien.

-          ¿A qué hora llegaste?

-          Hace ratito, ¿Y tú?

-          Voy llegando.

-          Cámara.

-          ¿A poco si muy cucaracho?

-          Simón, Ramón.

-          Hágala.

-          ¿Sabes quién más va a tocar?

-          No, ni idea.

Para ese momento ya tocaba otra banda igual de molera que la que acababa de tocar, mi compa llegó solo y no tenía pinta de esperar a alguien. Tuvimos las pláticas de costumbre del jardín te acuerdas de la vez que hicimos esto y aquello, a lo que la respuesta regularmente era un –simón- que desencadenaría toda la reminiscencia del hecho. Le comenté a mi camarada Alberto que unos primos tocarían en un bar metalero un poco más tarde y él me dijo que estaría chido ir. Seguimos escuchando grupos teloneros hasta que llegó Cuca, nos empezamos a mover como atraídos por algo, igual que los perros cuando escuchan mover su plato de comida o la palabra clave para ir a dar un paseo. Nos movíamos con dificultad hasta que me di por vencido y me quedé en un lugar no muy estratégico que digamos. De pronto quise decirle algo a Beto pero ya no estaba, sólo alcance a ver su cabeza siendo empujada en la primer canción que dio pie a un slam, el concierto siguió, todas las canciones me recordaban algo un momento de borrachera, uno de esos momentos de encamotamiento, y hasta reflexiones filosóficas. Pasó una tras otra las evocaciones musicales hasta que pensé en que tenía que ir al bar a ver tocar a mis primos, ya no vi a mi compa y no quise entretenerme en buscarlo. Salí rumbo al bar que no estaba tan lejos unas cuantas cuadras, caminaba por 16  de septiembre cuando vi a un tipo un poco desconcertado, entre encabronado y desesperado para ser más específico, lo pasé de largo pero de reojo vi que levantaba un trozo de vidrio de una botella rota y me miraba fijamente, traté de no exaltarme demasiado y caminé un poco más aprisa, di vuelta en la esquina de la calle del dichoso bar al que iba y aceleré más el paso, por fin llegué a la puerta y pagué el cover. Llegué justo cuando iban a tocar mis primos. Son dos tipos bastante peculiares el Calvo y el Barney, yo estoy convencido que si no nacen los inventan los de Hora de aventura o algún otra caricatura pirata como esa. Tras poderosas ráfagas de tres minutos de madracera y velocidad, terminaron de tocar, al poco tiempo llegó mi compa no era difícil de encontrar el lugar pues si te gusta el metal es casi un hecho que has estado en este bar.

-          Y wey ya tocaron- le dije en cuento lo vi-.

-          Chale, es que yo me quedé hasta que se terminó.

-          Ni pedro.

-          ¿Y quién más va a tocar?

-          Sabe, diario tocan las mismas bandas.

-          Ja, ja.

-          Hay más músicos que público.

-          La neta.

Ese bar es como la casa de algún compa, siempre que vas te sientes en casa pues la comunidad metalera en Guadalajara es muy reducida, aunque a pesar de ser pequeña la comunidad, no todos se cotorrean, es un cotorreo medio de freakis porque todos quieren demostrar que saben más de música que tú, y que lo que oyen es más ponchado que lo que tú oyes, a mí la verdad hace mucho que no me impresionan los conocimientos enciclopédicos de los parroquianos del bar junto a la casa de los perros, y la verdad me basta con pasar un buen rato con los compas y escuchar instrumentos de verdad  qué se vea el virtuosismo o por lo menos la habilidad.

De repente se escuchó un grito desde afuera del bar todos nos sacamos de onda, la verdad es que como todo buen chismoso fui a ver, se trataba de un parroquiano del bar que trató de llegar elegantemente tarde al bar y que fue atacado por un malandrín afuera del bar, lo que me perturbo de aquel asunto es que el tipo que lo atacó fue descrito exactamente igual que el tipo que me encontré poco antes de llegar al bar. El parroquiano comentó que lo atacaron con un pedazo de vidrío. Ahora después de llegar a mi casa tirado en mi cama no sé qué pensar, es una lástima que ya no puedas ir por tu dosis de ruido semanal porque sale algún malandrín a echarte a perder la noche; por otro lado me rebota la idea en la cabeza que yo me tope al tipo poco antes de llegar al bar y pienso que a veces se tiene suerte, no hay diferencia entre el parroquiano a tacado y yo, fue sólo cuestión de tiempo que el tipo que rondaba el bar se decidiera a mal vibrar a alguien. Y lo que yo digo de por sí son pocos los greñudos de la ciudad y con estas mamadas, porque no mejor le dan un llegué a la fanática esa que se fue comprar ropa por la decepción que le dio su artistita pop, pues que más le hacemos con o sin malandrines la buena música nos seguirá reuniendo y por cada greñudo caído otros tantos se nos unirán.
 
 
Dibujo: Héctor Bruno Silva Íñiguez

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