Expresión Libre

martes, 3 de febrero de 2015

Las cicatrices / Jesús Alfonso Silva Iñiguez

 
 
Tengo muchas cicatrices en el cuerpo y una

 en especial me recuerda el por qué no se debe

beber cuando se va al bosque. Tendría algo así

como 19 años, y frecuentaba con mis amigos

el bosque de la primavera, uno de mis lugares

favoritos sino es que el favorito. Partimos un

día de verano para meternos a las aguas

termales. Salimos de Colón e Isla raza, en uno

de los camiones foráneos que se van por la

Venta del astillero. Una vez en el pueblo,

caminamos una cuadra hasta la tienda y la

rosticería, compramos nuestros víveres y una

botella de tequila si es que a eso se le puede

llamar tequila. En el camino que es siempre

un buen trecho, nos dimos valor con unos

tragos ya empezaba a oscurecer y cantábamos

al ritmo de Iron Maden, una vez en el camino

tuve la brillante idea de llevar un tronco

grande, para buscar en el bosque leña y lo

cargamos un buen trecho turnándonos el

pesado tronco. Cuando llevábamos una media

hora de trayecto, uno de mis amigos llamado

el Piedra se paró de pronto y dijo - tirándose

al suelo y pegando el oído en la tierra –

escucho agua, es por allá. Todos reímos pues

no hay otra manera de llegar al río más que

esa brecha. Pero el Piedra tenía razón ya se

escuchaba el agua y por fin llegamos. Lo

primero que hicimos fue comer y preparar

bebidas espirituosas. Acto seguido nos

metimos al río con las bermudas compradas

en alguna remota vacación de Semana Santa.



Duramos mucho tiempo en el agua en dos

sentidos, y en el sentido alcohólico ya

estábamos un poco ahogados, y como los

borrachos que éramos pensamos en explorar,

caminamos mucho y buscando algo que nos

sorprendiera, pero nada se presentó,

decidimos regresar y la idea no pudo ser más

descabellada, al Cholito, se le ocurrió regresar

subiendo un pequeño cerro para cortar

camino, y todos lo seguimos, el camino

escogido no era más amable al que nos trajo,

pero en cuanto llegamos a la parte que

teníamos que bajar, la cosa se complicó, la

bajada era cada vez más empinada. Libramos

varias bajaditas sin problema, pero al llegar a

la parte más vertical, supimos dos cosas una

que no podíamos regresar y dos que no

sabíamos qué se ocultaba abajo. Lo pensamos

mucho hasta que por fin bajó el Cholito casi

desbarrancándose; luego el Amezola que se

sostuvo con una rama y evitó la desgracia,

luego La Choncha y El Payaso, el último fui

yo, pero no corrí con tanta suerte, al bajar me

resbalé y empecé apegarme con las ramas y

las piedras hasta que llegué al río, casi les

caigo en cima a unos niños que jugaban con

las piedras, el agua detuvo mi viaje al suelo.

Lo único que oí antes de caer en el agua, fue

los gritos de mis amigos que entre burlas y

susto gritaban – no mames se dio en la madre

El Palencia. Y entre los bañistas y mis amigos

lograron sacarme del agua y llevarme a la

orilla. El regreso fue en una ambulancia, me

llevaron a la Cruz verde más cercana, donde

me atendieron de una contusión y varios

hematomas, en todo el cuerpo, cuando volví a

ver a mis amigos en la escuela me contaron

cómo se vio la caída y la carrilla no se hizo

esperar, de ese viaje me quedaron muchas

cicatrices pero una en particular me recuerda

lo cerca que estuve de quedar tuerto y es que

en la caída una piedra me abrió la ceja según

los paramédicos un poco más y me quedo sin

ojo.


Ahora tengo un poco de más respeto al

bosque pues no es necesario que te pierdas y

te salga un oso para que termines en una

ambulancia, basta con un tequila de dudosa

procedencia y malas decisiones para terminar

con una cicatriz en la ceja, digo, si se tiene

suerte como yo.

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