Expresión Libre

martes, 3 de febrero de 2015

Lunes / Alejandro Farías



 

Nada que asome
un poco de absolución.
Nada que muestre
un signo vital.
Las sombras percuten
casquillos de espanto.
Las luces se alejan.
La noche se extiende
de día
mientras la duda desciende
y se instala
en lo profundo
de la identidad que se desconoce.
Lenta, rueda
en la agitación trémula
que arde allá
aquí
y en cualquier instante
que disfrazo de abulia
ceñida a las venas
ansiosas
de fluir
pero por momentos claudica
la verja vencida
la enredadera que se niega a morir
en el mar de remembranzas
que flotan impávidas
sin ancla
con el viento violento
de tu mirada oculta
en ese piélago
que sueña
con el sol a cuestas.
Y me encojo de hombros
abdican los peces
las siluetas que marcan la carne
entre sábanas de arena
que se filtran como goteras
perennes.
Bandeando los agujeros
los pozos sin dueño
los ojos sin patria
el destierro del vuelco
que es pan frío
horno sin cielo
destello bajo el puente.
Todo se embebe.
Todo se vuelve.
Nada que envuelve
al llanto oxidado.
Y surge el miedo
como por arte de magia
como virtud del desaliento
que es sólo eso
un fragmento del vacío que se suelta
como copo de tiempo
insignificancias del polvo
que flota entre nosotros
perdidos
en la vuelta de tuerca
en la paquiderma calma
del sonido fantasma.
La voz se me deshila
regresa malherida
como eco ahogado
desnudo
desprovisto de calor
de lugar donde asentarse.
Así es la tregua del pasillo sin luz
del silencio que se remuerde
mezclado a los objetos que crepitan
con los huesos mandrágoras
del horizonte
desintegrado
en orquestas desafinadas
en derroteros desdibujados
por el crujir de tus labios
que quebrados queman
la corriente del destiempo.
Que tiembla
tiembla
en la orilla
de la tormenta.
Donde los perros mueren
en su propia piel
en su laberinto de fuego
en su lluvia derrotada
que es la esquina olvidada
el agua que se evapora
en cántaros enterrados.
Conocer lo invisible
palparlo con el dolor
que camina de manos
por el techo sin estrellas.
Negro colapso
en plena procesión
de nubes que se escapan
de sí mismas
del hogar desvencijado.
Ya se va la mar
y con ella la razón
que duerme a tus puertas
monumentos al naufragio.
La garganta se desgarra.
Las palabras se secan.
En la fresca pared del ensueño.
En la duermevela ausente.
Nada se asoma
nada se alza
nada que gritas
en la sordera del río
en la calle embustera
y deshabitada
por transeúntes dormidos
que no logran escuchar
los lamentos
del
oleaje desierto.

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