Expresión Libre

miércoles, 24 de febrero de 2016

DEFENSA DE LA HUEVA / Óscar Tanat

 

 


Dentre todas las alteraciones, dentre todos lo monstruos que a nuestra mente acuden buscando algún hallazgo, algún vestigio (subliminal) virgen de cabeza. Hay uno, el más temible, el más irresistible, santo y quedo: la hueva.

Hay hombres y mujeres honorables que se dejan envolver por la pasión involuntaria. Que en el acto de "hacer" sucumben al fracaso, el aburrimiento les aturde de tal modo que su cuerpo los incita a levantarse, incapaces de habitarse a sí mismos prefieren habitar el mundo ajeno: "su mundo" y amarrarse; se adaptan o no, pero "hacen". Hay en cambio otros, lector —y no es tu caso si te tomas el tiempo para leer este texto que…¡qué hueva!—, que prefieren hacer nada. Porque habitar el mundo haciendo nada supone una existencia más larga que la del activo-rutinario, un minuto resulta más vasto, más conmovedor, más triste, ¿más humano acaso? Para el huevón, la manecilla de un reloj se agita con benevolencia, el tiempo lo compadece, se hace su amigo, lo recompensa.

El rutinario, el "trabajador" no habita más que en las horas como mínima expresión de movimiento. Aguarda la hora de comer, impaciente. Aguarda la noche que se le escapa en un mal sueño, y así las semanas se le escurren y los meses. El inútil, por el contrario, podría habitar la cama de manera perpetua, como el bebé que sacude las extremidades en su lecho, en su leche, inocente… libre de toda culpa, sin el riesgo al error o al ahogo en el éxito. El inútil es libre, no tiene el estrés de las falsas esperanzas, pues el futuro le es más nítido, más claro, tiene la certeza absoluta —nótese la redundancia— de la nada.

Pese a todo, hacer nada supone también, ¡ay!, un esfuerzo. Implica el desprecio por la vida, implica ir en contra de sí mismo, implica la sofisticación mental del organismo; mientras la mayoría busca encontrar la emoción en la vida, el huevón la ve pasar, la contempla sin exaltarse. La vida no le provoca, la vida le es "dada". El deportista, el artista, el adicto a la adrenalina, a las drogas, es incapaz de la satisfacción sin el estímulo, el huevón sólo requiere ser para estar pleno, el huevón es un acto poético, no sirve para nada, pero está ahí, como muestra de la existencia pura, capaz incluso de inmortalizarse. Las momias son claro ejemplo de esa inmortalización, ese congelarse en el proceso de morir, como si hasta la idea de la muerte le hubiera dado pereza al alma entregada a la absoluta hueva. Y es que el sentido común nos dice que lo muerto desaparece, pero ellas, las momias, permanecen. Son pues las momias la gloria de la hueva, la inacción permanente del cuerpo del hombre en su pereza, la muerte sin la muerte, la hueva como presencia, y la presencia como inmortalidad.

¡Ah! La hueva, en términos físicos también es grave, permanente y vital: pesa. Es un peso entre las piernas que impide levantarse, implica a los genitales apuntando hacia la tierra, hacia el origen mismo, hacia la muerte o hacia el centro del planeta.

Hacer nada representa un modo de amor al hombre, de sacrificarse en el espacio para que los demás, los que sí hacen algo, tengan más para sí. El huevón es ante todo un filántropo nato, alguien que deja el camino libre para otros, sin estorbar el éxito ajeno: el huevón es un hombre humilde. No aspira a nada, no gasta su tiempo en engrandecer un ego innecesario, aunque en el fondo, al saber que ser huevón no es fácil, guarda una partícula de veneno en su alma: la soberbia. Pero no nos confundamos, esa soberbia potencial no es peligrosa, es por el contrario sublimada por la inacción de su organismo, de sus manos, de sus sueños. Su soberbia es como un gato que ronronea en el regazo de una caja: inofensiva, casi nos hipnotiza, es honesta.

Desafortunadamente para el hombre inactivo comer es también un acto necesario, una molestia, el hambre deviene en su peor enemiga. El hambre le dice que debe moverse, y sólo en ese instante "decide" tomar la iniciativa. Pero no nos confundamos —otra vez lo digo— no es una iniciativa voluntaria, más bien es su condena. El huevón se sabe en este punto débil ante las circunstancias de la vida, y pese a su voluntad, se mueve, se sacrifica, hace pues un esfuerzo digno de aplaudirse. El huevón lucha contra sí mismo, y se hace consciente de que la libertad no existe. Y sufre, sufre innecesariamente, se convierte en un ser atormentado por la biología, el huevón se inunda de una tristeza nacida en el seno… de la naturaleza. Y todavía la sociedad lo cuestiona, lo estigmatiza y lo señala. El huevón se vuelve entonces objeto de la injuria, se busca despertar en él algún atisbo de agitación, se le incita, y si no, se le reprime. Se siente entonces confundido, se espera de él la acción contundente y productiva, y se gesta en él un resentimiento perezoso. Se le neurotiza.

Pero ¡qué bah!, los intelectuales dirían que la hueva es un acto de resistencia. El huevón se resiste al trabajo, es pues una actitud política, desprecia el trabajo colectivo como un desprecio inconsciente al hombre, que lo oprime. Quizá el huevón fue un animal en otra vida, incapaz de desequilibrar a la naturaleza, se funde con ella. El huevón se asemeja al árbol, sus células muertas caen en la tierra para nutrirla, su respiración alimenta a las plantas. Es sublime como individuo en cuanto se nos presenta puro, casi místico, en un estado "alterado" natural. El huevón es inerte, y en esa inercia radica su belleza, su honestidad, sus huevos de huevón para decirnos con franqueza: "nada, amigo mío. Absolutamente nada… me interesa".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario