(Europa frente el Imperio Otomano
1453-1529)
Parte final
Joel
Eliasib López Velasco
Tomados los Balcanes, solo los reinos de Hungría, y el
Sacro Imperio Romano Germánico se interponían entre los otomanos y Roma. Aunque
estos últimos baluartes europeos hicieron frente a los avances otomanos,
especialmente el reino de Hungría, la victoria no había sido definitiva. En
Europa Occidental existía una situación muy tensa y un movimiento anti turco
surgió. Fue el rey de Francia Carlos VIII el que finalmente en el año de 1494
propuso una cruzada contra Estambul[1].
Los otomanos se prepararon para el ataque a su capital pero las huestes
cristianas jamás llegaron. Era claro que los europeos estaban tan ocupados en
sus querellas internas que no lograban formar un frente unido ante los
otomanos. Tras muchos acuerdos diplomáticos finalmente en el año de 1501, la
asediada Venecia logró una alianza cristiana con el Papado y el reino de
húngaro. En 1502 los ejércitos cristianos encontraron su primera victoria en la
isla de Leucas. Este aparente cambio de marea a favor de los reinos Europeos
duró muy poco pues el sultán Bayazid tomó el vital puerto veneciano de Durrës.
Para buena fortuna de Europa, los otomanos decidieron concentrar su atención en
el Levante, especialmente en las ricas provincias de Siria y el tesoro del Este
del Mediterráneo, Egipto. Esto le dio a los agobiados reinos europeos en
especial, Venecia y Hungría dos décadas de paz. Dicha paz terminó cuando el
nuevo sultán Suleyman I, llamado el Magnifico, reanudo sus campañas en
territorio europeo. El objetivo de las fuerzas otomanas era el reino de Hungría
y en especial la estratégica ciudad de Belgrado. La invasión otomana de los
territorios de Europa del Este se encontró finalmente ante dos rivales que tenían la capacidad y fuerza
para enfrentársele, el reino de Hungría y el Imperio de los Habsburgo. Sin
embargo, ambas potencias europeas atravesaban una terrible crisis que había
mermado su vitalidad y recursos para contender efectivamente con las huestes
turcas. Suleyman tomo la importante ciudad de Belgrado el 8 de agosto de 1521,
obteniendo una plaza importante en las profundidades de Europa del Este. El rey
de Hungría, Luis II, no pudo contener a las fuerzas otomanas debido a las querellas
internas en su reino. Los húngaros estaban enfrentados y divididos entre sí,
incapaces de hacerle frente a las bien organizadas fuerzas de Suleyman. Solo en
la Batalla de Mohacs, librada cinco años después de la caída de Belgrado,
Hungría fue capaz de organizar un ejército efectivo. Aun así, el ejército
húngaro sufrió una terrible derrota, una derrota que el reino de Hungría tuvo
que pagar a un gran precio. El gran sultán incorporó el sureste húngaro a su
imperio por un tiempo mientras los Habsburgo ocupaban lo que restaba
[1]
Imber Colin. El Imperio Otomano
(1300-1650). Barcelona: Vergara, 2004 p 56.
del reino. Parecía que la independencia
de Hungría llegaba a su fin. La situación en el Este europeo era precaria, sin
el reino húngaro que protegiera la entrada oriental de la Cristiandad, el
inmenso peso de la defensa caía sobre los hombros del Sacro Imperio Romano
Germánico. La situación no hubiera sido tan crítica si no fuera porque el
Imperio de los Habsburgo atravesaba un terrible conflicto religioso entre
católicos y protestantes. El Imperio, fragmentado y dividido, no estaba en la
mejor posición para presentar una oposición efectiva. Las tropas de
Suleyman penetraron el territorio de los
Habsburgo mientras los reinos germánicos parecían no poder contenerlos y mucho
menos expulsarlos. Para los alemanes
protestantes, la invasión de los turcos había sido permitida por Dios para
castigar los pecados de la Iglesia. Martin Lutero sostenía que los alemanes
tenían que reformar sus vidas y su Iglesia antes de poder enfrentar a los
turcos. Hasta que esto sucediera los alemanes serian capaces de vencer al
ejército infiel[1]. La crisis
para los Habsburgo llegó a su clímax
cuando el 27 de septiembre de 1529 las tropas otomanas sometían a sitio su
capital. Toda Europa tembló cuando las noticias del sitio se dieron a conocer.
Los reinos europeos alarmados ante la amenaza turca llamaron a reunir una
fuerza capaz de “arrojar de Grecia al demonio[2]”.
Pese a estas proclamas de guerra, estas no dejaban de ser palabras, pues no
lograban unirse para enfrentar al ejército otomano. El rey Francisco I en una
de sus cartas habló de reunir sus tropas y convencer a su “hermano, el rey de
Inglaterra” para ir juntos a la guerra en contra del turco[3].
El monarca francés estimaba reunir la nada desdeñable fuerza de 60,000 hombres
de guerra. Sin embargo, como condición Francisco I exigía que el Emperador
Carlos V le condonara parte de una deuda. El Emperador no aceptó la propuesta
del rey de Francia, pero planteo como solución que el Papa permitiera la
secularización de los bienes de la Iglesia. Una vez hecho esto se vendería al
mejor postor para así obtener los recursos para reclutar a un poderoso
ejército. Finalmente, quedó claro para los vieneses que dependía de ellos su
propia defensa pues las potencias extranjeras no lograban reunir un ejército de
defensa. Para los reinos cristianos parecía que la historia de Constantinopla
volvería a repetirse en Viena. La situación de la ciudad no era muy
prometedora, pues sus murallas estaban en ruinas, sus cañones no se equiparaban
a los otomanos y sus pozos y silos no estaban preparados para soportar un largo
sitio. Aun así Maximiliano el soberano de Austria, mando fabricar artillería y
fortificar los muros de la ciudad. Los cañones otomanos pondrían a prueba las
nuevas defensas de Viena. La ciudad no podía aceptar otro resultado que la
victoria, tenía que resistir la embestida de los turcos. Los ejércitos otomanos
mantuvieron el sitio hasta el 15 de octubre de 1529, cuando Suleyman el
Magnifico ordenó la retirada. Los defensores observaban, con una mezcla de
incredulidad y alegría, como se alejaban en silencio los ejércitos otomanos;
Viena había resistido, la sombra del Imperio retrocedía, por el momento.
Conclusión
Solo les tomó setenta y seis años a
los ejércitos otomanos avanzar de Constantinopla hasta las puertas de Viena. El
27 de septiembre de 1529 fue una fecha que puso a temblar a toda Europa, pues
la amenaza otomana había dejado de ser un lejano rumor, para convertirse en una
terrible realidad. La sombra del Imperio se había cernido sobre la última
fortaleza que protegía la puerta oriental de Europa. La toma de Constantinopla
y el sitio de Viena fueron dos acontecimientos que tienen puntos en común y me
atrevo a sostener que el segundo es consecuencia del primero. No pretendo que
este articulo sea visto como la verdad absoluta de los acontecimientos pero mis
investigaciones me han llevado a creer que la toma de Constantinopla le abrió
el camino a los ejércitos otomanos al punto más vulnerable de Europa, los
Balcanes. Abandonar a su suerte a la antigua capital del Imperio Romano del
Este fue un error estratégico de los europeos pues como dice el historiador
Colin Imber “dio al Imperio Otomano una capital en la confluencia de sus
territorios europeos como asiáticos[1]”.
Es cierto, que los ejércitos otomanos ya habían logrado algunas victorias en
los Balcanes, pero fue hasta después de la toma de Constantinopla cuando se
logró la conquista de los reinos balcánicos y finalmente el sitio de Viena. Los
europeos creyeron que la conquista de la
ciudad más rica de la Cristiandad satisfacería las ambiciones de los otomanos,
no pudieron haber estado más equivocados. Constantinopla sirvió para consolidar
el poder de los turcos y servir como
base para la expansión en Europa. Los
reinos cristianos divididos en sus querellas jamás pudieron presentar un frente
unido ante los otomanos. Tanto los bizantinos como los vieneses se vieron
obligados a defenderse por sí solos, las fuerzas prometidas por los reinos
cristianos jamás llegaron. Es verdad, los resultados de ambas batallas fueron
diferentes; mientras Constantinopla cayó, la ciudad de Viena sobrevivió el
asedio otomano. Para fortuna de Europa, Viena pudo repeler el ataque de
Suleyman el Magnifico y convertirse en el baluarte europeo frente a las
invasiones musulmanas. Sin embargo, la victoria vienesa no se debió a la
superioridad militar o estratégica europea sino algo más simple, los otomanos
se habían quedado sin recursos para continuar la guerra. No pretendo subestimar
la victoria de los vieneses sin embargo, la razón por la cual los otomanos no
pudieron tomar la ciudad fue por encontrarse lejos de sus bases de abasto. Es
cierto, en Viena se detuvo el avance musulmán pero no fue por la superioridad
militar europea, sencillamente los otomanos habían alcanzado su límite de
expansión. Estambul decidió poner fin a sus conquistas en el Occidente de
Europa por fines estratégicos ya que su imperio se extendía hasta Siria. Viena
solo marcó el final de la expansión otomana en Europa Occidental más no el
declive del Imperio. El fracaso en Viena afectó muy poco el poderío otomano en
Europa del Este y los Balcanes. Esto quedó claro con la incapacidad de las
fuerzas europeas de expulsar a los otomanos del continente. Gran parte del
territorio húngaro y toda la península balcánica formaría parte del Imperio
Otomano durante varios siglos.
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