Expresión Libre

viernes, 5 de diciembre de 2014

Tola


Cesar Corona

Caminando por una vereda regreso a casa. Eustolia, mejor conocida como Tola se encontró a Carmelo, su primer novio. Lo vio y se nervió un poco (él ni la conoció), su mente la llevó de regreso a sus 14 años. Cuando vivía en Tizapán el alto, que era hija de familia aún, cuando vivía cortito a la plaza y su vida se concentraba en brincarse las trancas puestas por sus padres Faustino y Jovita. Tola era relaja, siempre echando tiro con la mirada, no faltaba motivo para festejo. El pueblo sólo tenía 11 festividades religiosas entre templos y capillas, un lugar siempre enfiestado, donde el juego, los gallos, cantinas, pistolas y enamorados, eran la mejor cosecha de sus calles.
Tola aflojó un poco el paso, su mente seguía corriendo en aquellos días donde su ápa era pastor de gallos por mero gusto, se mantenía de su carnicería. Los domingos freía chicharrones de cochi, las zurrapas con frijoles machucados eran de lo mejor… Su má rezaba muy bonito, rápido y claro. Ninguna doña lo hacía mejor. También le gustaba jugar cartas, nomás por diversión, pues las doñas tenían como prenda de apuesta a las gallinas. Así que en el corral de la casa, lo que más se veía, eran gallinas.
Un domingo de esos, cuando los días comienzan hacerse cortos y las noches largas, Tola sin nada que hacer empezó a caminar rumbo al lago, entrada al barrio del atracadero se encontró con un niño ya añejón, tirado en tierra jugando caicos. Era Carmelo. Carmelo era medio agrio de modo, pues su padre era corajudo, de mecha corta. Y su madre trabajaba mucho en las cuadrillas del jitomate.
19
Tola invito a Carmelo al lago, él no se opuso y la acompañó. Sabe Dios lo que platicaban, pero parecían sonreír, Tola sacó una pachita de su bolso y le invitó un trago a Carmelo, sorbo a sorbo acabaron con el líquido ámbar. No le dieron importancia al lago, ni al ocaso del día, solo se sentían felices, carcajeaban, se decían, hacían todo tipo de caras y gestos, perecía que imitaban a los adultos. Quizá la edad, el brandy, el buen humor de Tola o que era domingo, pero algo había en ellos, solo en ellos.
Al regresar a casa, Tola pensó en tener novio, que mejor que Carmelo, por el momento.
A la mañana siguiente, mientras Tola le ayudaba a su má a desgranar máiz con un olote, planeaba la manera de como amacizar a Carmelo para novio. Algo debió haberle funcionado porque a los pocos días ya se les veía juntos, Tola siempre como una punzada, pero ahora de otro modo. Se miraba mucho al espejo, salía mucho más de casa, parecía que se preguntaba y respondía ella sola de quedito. Carmelo solo atendía unas vacas hoscas de su padre, sacarlas a pastar, ordeñar mañana y tarde, su agua. Levantar el estiércol del corral, cosas de esas. En su poco tiempo libre jugaba caicos. Todo esto es un decir porque en esos días solo buscaba estar con Tola, como que estaba empelotado. Pero como dicen pueblo chico, infierno grande. Los mitotes llegaron a los oídos de doña Jova. Ella, enchilada le puso una pela. Tola que en varios días no salió de casa, la reprimenda acabó con dejar de ser novia de Carmelo, que en el pueblo le decían carmuelo, por su dentadura. Solo así, sin un por qué, ni adiós, ni nada parecido. Simplemente terminó esa llamarada de petate.
Tola, solo hizo una mueca como de ligero placer. Volvió en sí, y apretó el paso a su casa, vivía en El Quelite. Donde su marido Merced, un hombre bragado, pegón y muy comelón, la esperaba para comer.

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