Expresión Libre

sábado, 5 de noviembre de 2022

Los “Sin Sombra” / Elizabeth RH



Así se conocen realmente. No son ni “marcianos”, ni

“extraterrestres” ni “seres inter-espaciales”; son los “Sin

Sombra”, o los S.S. para aquellos que quieran ahorrar

saliva. No se sabe si vienen de algún planeta en específico,

o de alguna galaxia a la que pertenezcan, siempre tuve

entendido que son algo así como nómadas aventureros, que

gustan de capturar nueva información de cada mundo al

que van, en son de paz, claro.

Mi abuelo decía que son idénticos a nosotros, aunque

en algunas ocasiones más presentables. Él dijo haber

convivido con muchos, fue de su boca que sé todo acerca de

los S.S. Me contó – en uno de esos días en los que estaba

de buenas para platicar–, que los Sin Sombra se afiliaban

al ejército “humano” para aprender de la guerra, como

simples espectadores (mi abue comandó una tropa después

del Porfiriato y todo eso) y que a su vez, los militares

gozaban de las altas tecnologías que les traían de afuera

los S.S. Mi abuelo decía que habían luchado en tantas

guerras que él ya no estaba seguro si los que ganaban eran

humanos o los S.S. Así que en un principio, el contacto con

los seres extranjeros era meramente militar, pero se dice

que les gusto tanto la Tierra que a veces vienen de turistas,

a mirar una que otra maravilla mundial a la que no hayan

dedicado mucha atención en los milenios pasados.

Admito que la primera vez que mi abuelo me habló de

ellos ni le creí; viejo decrepito, se estaría volviendo loco en

el asilo, pensaba yo con ganas de no volver a verlo. Pero

eran tan convincentes sus historias y tan novedosos sus

cuentos, que terminé creyéndole más a él a lo que cualquier

revista de OVNIS pudiera aludir sobre los hombrecillos

verdes. Así que, después de algunas cortas anécdotas,

comencé a visitar a mi abuelo, cada sábado sin faltar, para

que siguiera hablándome sobre los misteriosos S.S. y de

algún otro detalle de su juventud.

– ¿Y por qué les dicen los “Sin Sombra”?¬ –le pregunté

curioso en una de nuestras sesiones.

Él simplemente se acomodó en su silla y con toda la voz de

la experiencia y el conocimiento, comenzó a explicar que

ese apodo lo tenían ya que en sus tierras natales carecían

de ese cuerpo oscuro que los siguiera a todos lados pues en

los lejanos lugares de espacio no hay un Sol que ilumine

algunas facciones y haga oscurecer a otras. Y al ser así,

cuando vienen a nuestro planeta, caminan y se mueven sin

una sombra que los acompañe, pues nunca tuvieron una.

– Eso es lo que los hace diferentes a nosotros, hijo –me dijo

al final–. Eso y que chasquean mucho la lengua –miró al

techo como recordando algo, haciendo ese sonido con la boca.

Dos años después de que me empezara a hablar sobre los

S.S. el abuelo murió. Creo que el haberse ido tan pronto y

el que yo creciera sin volver escuchar nunca más sobre esos

cuentos chinos, me hizo dejar de creerlos. Claro que ahora,

a los 17 años, esas cosas son niñerías y absurdas

tonterías. Pero bueno, al menos pude recabar buenos

recuerdos del abuelo, aunque sean muy bizarros…

Esta mañana volví a ver a Marcie Anna, una chica que conocí

en una reunión escolar, que viene de un país extranjero y

con la que llevo saliendo un mes. Creo que pronto podríamos

pasar a algo interesante. Fuimos a comer a Polanco y la

acompañé a casa, se detuvo frente a la puerta de entrada

y me dio un beso que me mandó directo al espacio sideral.

-Te veo mañana- susurró con el tono y acento de un Español

apenas aprendido, y acto seguido tronó la lengua de forma

graciosa, costumbre quizá de su nación.

La despedí en la puerta y regresé a mi camino hacia el metro.


De pronto, pensé en mi abuelo. Es de esos pensamientos que

te vienen de pronto, sin mucho sentido y que se te meten al

cerebro como si fueran importantes. No le presté atención

a la imagen del viejo, sentado en su silla de costumbre

junto a la ventana, tomándose agüita de arroz mientras me

hablaba de cuentos e historias del espacio...

Salí del metro y del andén, subiendo las escaleras. Mi

sombra se alargó al frente cuando salí de la estación y el

sol me golpeó la espalda. Mi yo oscuro se extendió, como

un gemelo larguirucho al que tampoco debería prestar

atención. Nadie presta atención a su sombra. Menos a la

de su novia extranjera. Porque Marcie Anna tenía una

sombra, ¿cierto? Con tantas cosas buenas que ver en ella y

en su cuerpo esbelto, a quién le importa una sombra...

Y a quién le importa el cuento loco de un abuelo que hablaba

de extraterrestres como si fueran tan reales como

las guerras en las que peleó.

No me moví de mi lugar, mientras la gente pasaba a mis costados.


La sombra debajo de mí se quedó allí como recordándome

de dónde vengo y de qué planeta soy. Chasqué la lengua

junto a mi mejilla, averiguando. Era el mismo sonido que

ella había hecho, ¿cierto?

Alcé los ojos al cielo como si recordara al abuelo, haciéndolo

para mí, como una demostración y prueba de su historia

sobre los S.S. ¿Cómo había sonado? ¿Cómo fluía su sombra

a la luz de la ventana? Tenía sombra... Sí. No lo recuerdo.

De esos detalles, ¿quién se acuerda? ¿Quién presta atención

siquiera a los abuelos hoy en día?

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