Expresión Libre

martes, 10 de septiembre de 2013

Adiós anunciado.


Alejandra Torres de Moira.

 

La cabeza te da vueltas en una esférica danza de tortuosa adrenalina inyectada en los músculos traseros de los muslos, catástrofe, furia, maldición, deseos de la  nada, de gritar dejándote caer a una oscura habitación donde el sonido no tiene lugar. Aplastante realidad que te colma de deseos de sucumbir en un aleteo anticipado de retardadas conclusiones de muerte anhelada.

 

          Bajar del autobús de regreso a casa para desgarrarte la garganta en gemidos completos, sin tapujos o tormentos disfrazados, tumbarte en la acera de una gasolinera perdida en un abismo que tu mente creó al momento de colapsar las rodillas, raspar tus aún no sanadas heridas,  hundirte en las letras que forman “desgracia”  para después contemplar con la mirada vacía la calle repleta de autos y peatones que pasan sin observar…

 

Llegar a tu cama y esperar… esperar, y esta desdichada huesuda que no quiere llegar…

 

Sin razón eufórica das vueltas estrepitosas en sombras marchitadas por las tardes jamás reguardadas en la locura de la quinta curvatura de los ojos color miel que pertenecientes a tus glóbulos estallan en un inconsciente manto sin cordura, la duda que se desintegra en la praxis de tus anhelos, esos que se llevan junto al seno firme que se alza orgulloso y vanidoso, haciendo menos a la extensión de los suyos que llevas puestos tras ese vestido arrugado de ensoñaciones, maldecido por las pasiones que llevas entre ellas, húmedas, estilando deseos de sábanas enredadas en estrechas cinturas, en truncos nudos de extremidades perdidas entre amor y juicio nulo.

 

Y luego escuchas el resonar de mis pasos en el pabellón que da a tu cuarto, mis pies descalzos alzándose en una danza de perfecta resonancia, cultivando sueños desde antes de abordar el suelo que ciñe bajo tu torre lánguida, antes de tocar las intrépidas paredes que te tienen cautivo mis manos destrozan la desnudez que aqueja a tus mantos acuosos sin fondo ni sentido.

 

          Nuestras bendecidas pieles destrozadas por el paso de los años en tus ya cansados y suculentos hombros, se encuentran allí, allí se encuentran nuestras ganas, esas ganas que se han desvanecido por la espesura de tu terquedad y mi silencio, ese callar que se ha resuelto en un adiós que te robo el aliento, tu sagaz aliento jamás encontrado, nunca devuelto y siempre recordado como construcción benigna de cordura que se esconde en nuestra luna.

 

          Y hoy separas tu camino del mío en una intrínseca despedida que desgarrara tu alma en tiras de carne y hueso, corriendo entre ríos de incompletas vanidades, te quieros inconclusos y peleas repugnantes. Miras vuestra helada piel remarcada por la palidez de mi partida, soñando con el rubor de mis mejillas. Y has de amarme por siempre, condenado a seguir escalando por el oscuro recuerdo del pasado, dolido por la falta de mi silueta frente al mar y de mis curvas vacías en una colchoneta de memorias carcomidas. 

         

          Ahora que me obligas a marcharme a un mundo de vestidos y castillos, sueños y sabores, te has de quedar aquí frente al espejo, viendo los restos de tu cuerpo sin la esperanza de verme tras de ti, sin esperanzas de verme sonreír…

 

          Te suplico que ahora no preguntes, solo lee un adiós anunciado por la invisibilidad de una dama que decidiste dejar ir.

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