Expresión Libre

martes, 10 de septiembre de 2013

El aventón


Jesús Alfonso Silva Iñiguez 


Don Jacinto era un hombre de pueblo, de esos que saben que es trabajar de sol a sol, sin emitir queja alguna. Era de esos hombres con temple de los que afrontan los problemas cabalmente, sin rodeos y sin medias tintas. Y como era de esperarse un día surgió un problema, aunque, no tan grave como su temple lo ameritaba pero, al fin y al cabo, un problema. Estaba don Jacinto cenando en su casa, cuando lo llamaron para ir a resolver un problema de una vaca muerta a media carretera. El señor tomo su sombrero y un gabán disponiéndose a partir. Se fue caminando y comenzó a pensar en que la carne de la vaca se podría  aprovechar, pero por el momento, lo importante era mover la vaca del camino.  Tras caminar  un largo rato llega a la carretera. La dichosa vaca era a penas un becerro y sin muchos trabajos lo jaló dejándolo a un lado de la carretera. 


Una vez terminada su labor espero por un aventón. No tardo mucho en ser recogido en la carretera y su sorpresa al subir a la camioneta fue que había un ataúd que no estaba terminado, le faltaba la laca y los adornos; pero le dio un poco de estupor la situación. Al poco tiempo de ir en la camioneta sintió mucho frío y pensó en meterse a la caja a medio construir para soportar el viaje. Se sintió tan cómodo que se quedo profundamente dormido. Descasó por una media hora, lapso en el que los buenos parroquianos que  le recogieron, repitieron la acción una y otra vez por lo cual la camioneta ya contaba con varios pasajeros. Don Jacinto sintió que se pasaba de su destino y se incorporó. Los viajeros saltaron asustados algunos brincaron a la carretera cayendo como  dobles de alguna película de acción y todos al unísono gritando y persignándose veían al muerto levantarse. 


Ahora don Jacinto cuenta la historia entre carcajadas a sus amigos y parientes, pero para los viajeros   se llevaron un susto tan difícil de sobrellevar que aún llevan marcas de su caída; cicatrices que les recordarán que no deben de creerse de aparecidos ni de resucitados. 

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