Expresión Libre

domingo, 1 de septiembre de 2013

La tentación


 Ricardo Cárdenas García

Sus lágrimas creaban profundos cráteres sobre la frágil espuma. Sus manos, torturaban sin fuerza y con pobre movimiento aquella prenda contra la superficie irregular. Desde el amanecer y ahora ya muy entrada la tarde, ella continuaba sin descanso ni ayuda alguna en esa laboriosa tarea. Todo su cuerpo le dolía, pero esa no era la razón de su tristeza, no; ella ya se había acostumbrado a ese cansancio, a ese dolor, a esa indiferencia y abandono que le rodeaba desde hace más de treinta años. Lo que provocaba su llanto era la misma razón que desde hace tanto tiempo sería el detonador de todos sus sufrimientos; un hombre, su hombre; su esposo, quién la haría sufrir cada día de su vida, incluso antes de que ella felizmente e ilusionada dijera; acepto.

            Así, ella sola en el fondo de la casa, sufría una vez más el dolor que él le había provocado y que en tantas ocasiones, había jurado y perjurado que no lo perdonaría, pero al final terminaba perdonándolo y sufriendo silencio. ¿Por qué? Porque lo amaba, porque quería a su familia unida, porque no deseaba preocupar a sus padres ni molestar a sus suegros, porque anhelaba que todo siguiera igual, y sí, todo seguía igual, él continuaba burlándose de ella una y otra vez, y en cada ocasión de manera más sínica y descara que la anterior.

-----Solo me falta que traiga sus pinches putas aquí… -----sollozó con rabia.

            La noche cayó, ella seguía intentando lavar, no se rendía ya que sabía que mañana tendría que planchar toda esa misma ropa ella sola, pero además deseaba distraerse, ocupar su mente en su tarea, en su cansancio, en cualquier cosa que no le hiciera pensar en la traición de su esposo. Pero no podía, su dolor era inmenso, él le había sido infiel una vez más, una de tantas que había sabido, una de tan pocas que había conocido y una de ninguna que con toda seguridad no sería la última.  

Su mente revivía una y otra vez todas las etapas de su calvario; las sospechas, los chismes, el temor, el convencimiento, la confrontación. No paraba de llorar, se rindió, dejo la prenda a medio lavar y caminado con dificultad y embriagada por la tristeza se dirigió hasta su pequeña recamara, que solo le ofrecía privacidad en ese momento debido a que no se encontraba nadie más en aquella pequeña y desordenada casa. Lentamente se sentó en una orilla de la cama, tomó su rosario y de frente a la pequeña altar sobre la rustica cómoda, comenzó a orar. Era lo único que le podía ayudar, lo que le tranquilizaba, su salvación en aquel abandono total, sus dedos se deslizaban por las cuentas al tiempo que repetía aquellas oraciones que también su sufrida madre hace mucho le había impuesto.

A medida que oraba comenzaba a resignarse poco a poco, sin embargo no podía evitar hacerse esa pregunta que por primera vez se hizo hace algunos años por un sufrimiento similar; “¿Por qué Dios me dio esta vida? ¿Por qué?...” Incluso a ella le gustaba pensar que así lo había querido Dios, Dios padre todo poderoso, creador de los infiernos en la tierra; “¡Sí! Esto debe ser una prueba”, se había dicho a sí misma muchas veces. “Debía de serlo”, así se había convencido toda su vida, que todo su dolor y su escasa dicha, era una prueba de Dios, porque definitivamente lo que sufría no podía ser un castigo, no, no para ella que había sido una buena hija, una buena esposa, ciudadana, persona y sobretodo una buena cristiana. Libre de blasfemias, excesos y envidias… “si soy envidiosa, pero no por eso me merezco la vida que llevo”. La envidia que sentía y que lastimaba a su conciencia, aunque grande e incontrolable no dañaba a nadie excepto a sí misma. Estos celos se disparaban cada vez que visitaba alguna amiga, esto muy rara vez, o cuando acudía con alguna señora que le había pedido su presencia en algún novenario, durante esos momento en ella se despertaba este malestar secreto: cuando miraba las casas tan grandes, limpias y arregladas, mientras ella que se había partido la espalda como esclava durante tanto tiempo, vivía en una pocilga, siempre sucia y tilichuda, con todo patas arriba y con montañas de ropa limpia, sucia y usada por doquier. Esa era su única envidia y su único deseo, un lugar más o menos decente donde pudiera descansar luego de su trabajo, luego de sus interminables labores domésticas y donde poder tener visitas sin avergonzarse, un hogar digno de limpiar y cuidar.

No importaba cual era su sueño, este nunca podía ser, ya que tenía como esposo a un hijo de la chingada; holgazán, mujeriego y alcohólico, cuyas costumbres le había arrastrado muchas más desgracias, agresiones, privaciones, miseria, pérdidas, enfermedades, negocios fallidos, promesas rotas, amistades dañadas y recuerdos indeseable.

No le era posible orar, no así, sacudió su cabeza con fuerza intentando alejar esos pensamientos, respiraba profundo intentando tranquilizarse, debía tranquilizarse para poder recibir la serenidad de Dios, guardo silencio unos segundos intentando poner su mente en blanco y una vez que tal vez lo consiguió, continuo:

-----Padre nuestro que estás en los cielos…

…Te ha humillado en público una y otra vez

-----santificado… sea tú nombre…

… no valora tú esfuerzo…

-----Ven-nga nosotros tú r-reino

… te ha engañado con cuantas mujeres ha querido…

-----Hág-a-ase t-tú voluntad-d-d

…te ha empobrecido…

 -----en la… tierra-a c-como en el cielo…

…destruyó tú familia… ha lastimado a tus hijos…

----N-nos-s dej-es… caer… en tent-tación…

…te arrebato tú virginidad… insulta a tus padres… te ha avergonzado… te ha mentido… usado… golpeado… despreciado… eres su burla, su juguete, su basura, su est…

----- ¡Ya basta! -----gritó llena de furia, con rostro completamente rojo y bañada en sudor.

    Jadeaba, miraba fijamente el altar improvisado: la Biblia, el Cristo, la guadalupana, las velas, las flores y demás santos de relleno. El dolor que había sentido fue desapareciendo y convirtiéndose en ira a medida que mantenía su vista en los santos signos. Estaba harta, harta como pocas veces se puede estar, apretó fuertemente los puños, levanto sus manos en todo lo alto y de un solo manotazo mando al suelo todo en lo que creía, todo lo que la había atado a sus sufrimientos, se dio la media vuelta, camino hasta la puerta y de un azotón la cerró con fuerza detrás de ella. 

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